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- 08/10/2015 02:00
C. J. Ramone es un tipo que mide más de seis pies de alto, fue miembro del ejército de los Estados Unidos, tiene ambos brazos tatuados y en su tiempo libre se dedica a fabricar motos. Pero cuando viaja a California para ensayar junto a los integrantes de su actual banda —Steve Soto y Dan Root—, no puede evitar prepararles el desayuno todas las mañanas.
‘Me acuerdo que por las noches fuimos a un par de bares de mala muerte', dice John Frochaux, integrante de la banda Factor VIII y Lucyfernandez, y baterista en una ocasión de C. J. Ramone. ‘Luego regresamos a la casa a ver History Channel'.
Ese balance entre hombre rudo y hogareño es inherente al veterano bajista de punk. Para la música es muy serio, dice Frochaux, muy metódico, casi al punto castrense, pero nunca deja de ser agradecido con todo, más con el público que va a escucharlo.
DE FAN A ÍDOLO
La década de los 80 llegaba a su fin y C. J. se encontraba dentro del ‘Marine Corps', cuando llegó a sus oídos que los Ramones —aquella legendaria banda neoyorquina a la que se le atribuye el génesis del punk— buscaba un nuevo integrante tras la salida del primer bajista, Dee Dee Ramone.
C. J. llegó a la audición, tocó ‘Blitzkrieg Bop' en el bajo y salió con la euforia de un fanático que acababa de tocar con sus héroes. Agarró el teléfono público y llamó a sus amigos. La noticia no era lo incierto de una posible entrada a la banda, la emoción estaba en el simple hecho de haber conocido a sus ídolos.
Cuando llegó a casa de sus padres, en Long Island, llamó a la base militar para avisar que había salido sin permiso, por lo que unos policías del ejército fueron a buscarlo. Estuvo tres meses preso.
Ya en la celda, el guardia le avisaría que tenía una llamada. Al otro lado de la línea estaba Johnny Ramone, guitarrista y cofundador del grupo. Cumple con tu condena, al salir tienes un trabajo, le diría a C. J.
Los Ramones había sido siempre una banda de los fans, explica Frochaux, por eso no solo es significativo el hecho de que un seguidor de la banda, como lo era C. J., lograra entrar a la alineación principal, sino que hizo que la banda volviera al sonido de sus inicios. Y C. J. cantaba algunos temas.
La banda duró unos ocho años más. Fue una generación de punk casi tan elevada como la primera, pero C. J. parecía seguir teniendo los pies sobre la tierra.
Para tener más o menos una idea, cuando C. J. se bajaba del escenario después de tocar con los Ramones, si alguien se le acercaba para hablar, él sugería ir a tomar un par de tragos para conversar a fondo. Nunca hubo esa distancia, nunca fue un músico inalcanzable. ‘Él dice que utilizó a los Ramones como un vehículo para conocer el mundo a través de las personas', recuerda Frochaux. ‘A él no le interesa el turismo'.
RAMONES EN EL CARIBE
Al hombre que tiene en el sótano de su casa los road cases de los amplificadores de Dee Dee Ramone —con el rotulado ‘Ramones' en pintura de spray blanca—, lo que más le gustó de Panamá fue La Villa de Los Santos.
El Casco Antiguo, según Frochaux —quien lo trajo para el festival Rock and Roll Cookout en Los Santos—, no le interesó para nada. ‘Decía que estaba muy bonito, pero que estaba diseñado obviamente para turistas y que si uno se fija, la gentrificación es evidente', señala.
No pasó lo mismo con el Canal de Panamá, donde estuvo a una estirada de brazo de tocar un buque y quedó perplejo ante la arquitectura de la Vía Interoceánica.
Y, aunque rara vez se quita la gorra de los Yankees, su equipo de siempre, cuando se montó a la tarima del festival en La Villa, se puso la gorra de Los Santos. ¿En qué piensa una leyenda del punk viviente cuando ve a un tumulto agitarse en La Villa al ritmo del punk? ‘Por eso la música de los Ramones es tan importante', rememora Frochaux que C. J. le decía en el interior de Panamá. ‘Porque vienes a un lugar como este donde hay 2 mil habitantes e igual hay un mar de gente cantando cada canción. Es un lenguaje universal'.
Frochaux lo describe como un tipo peculiarmente sencillo, muy claro de su posición en la historia de la música y del legado que le toca llevar, pero totalmente consciente de lo que ocurre a su alrededor. En La Villa, había una niña con 10 bolsas de semillas de marañón; C. J. le preguntó cuánto costaba cada paquete a uno de los músicos y luego se acercó a la niña —con un disimulo y un silencio diametralmente opuestos a la esencia del punk—, le pidió las 10 bolsas y le dejó un billete de 50 dólares.
Esa misma generosidad es la que se respira en su hogar, donde cocina para sus invitados, probablemente junto a uno de sus tres hijos, Liam, quien padece de autismo y su especialidad es la gastronomía, obviando el puerco en las recetas porque su esposa no lo come.
Es una calidez que se rebela contra la caricatura del ‘rockstar' y se acerca más a la de un vecino que guarda en su sótano todos los objetos más memorables de la historia de los Ramones, sus bajos, y donde se sienta a componer —ha sacado dos discos con el sello independiente Fat Wreck Chords—, pero que cuando sube las escaleras conoce a todos sus vecinos, con quienes comparte vegetales de su huerto, en el que también hay gallinas.
Esta misma sencillez llegaría incluso a La Habana, en una gira que gestaron Sebastián Heredia y Frochaux, y del que se prepara un documental, para lo cual C. J. vendrá pronto al Istmo a grabar las narraciones. Cuando se le pregunta por tanta sencillez él solo responde: ‘Al final, yo también soy fan de la banda'.
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DISCOGRAFÍA DE CJ