La interconexión eléctrica entre Panamá y Colombia es una prioridad bilateral, y la oposición de las autoridades comarcales no frenará el proyecto.
- 31/07/2011 02:00
Tuve delante de mi escritorio, durante toda mi carrera universitaria, una reproducción de un cuadro del pintor renacentista Hans Baldung, Las tres edades y la muerte. Reconozco que es un cuadro un poco excéntrico y algo rarito para una habitación juvenil, pero claro, si se tiene en cuenta que yo estudié filosofía, quizás se pueda entender mejor. De cualquier manera, la representación de la Muerte es una constante en mi gusto estético desde que tengo memoria, y no, no tiene nada que ver con sectas extrañas ni nada por el estilo, sino con el reconocimiento intelectual de aquello que, durante siglos, fue una presencia inmutable en la vida de las personas: la muerte.
El ser humano es hoy en día tan egocéntrico, tan ególatra, estamos tan pagados de nuestros propios logros, que pienso que a veces creemos que hemos logrado mantener a la Muerte bajo nuestro dominio. Ella lo único que hace es sonreír sardónicamente y mover despacio la cabeza, nos da cuerda para que nos lo sigamos creyendo, mientras tanto, mira por encima de nuestro hombro burlándose de nuestros ridículos intentos de eternizarnos. Empezamos a morir en el momento en el que comenzamos a vivir y la muerte no es más que un paso adelante en nuestro camino.
Vale, ¿y a qué viene toda esta disquisición filosófica que se ha tirado la loca ésta hoy? Se estarán preguntando ustedes… pues viene a cuento de la matanza estúpida que un enajenado ha provocado en Noruega. Un montón de jóvenes, que empezaban a vivir, vieron truncado su tiempo de un modo absurdo y estúpido. Un grupo de personas, que se levantaron esa mañana creyendo que era un día más, se encontraron de pronto con que fue el último.
Tratamos arduamente de mantener la ilusión de seguridad: en los aeropuertos, por ejemplo, se recrudecen los controles estúpidos. Medidas de seguridad idiotas que te quitan una pinza de depilar pero que te ofrecen un cuchillo de metal con la comida dentro del avión. En los bancos no te permiten entrar llevando gafas de sol (aún estoy esperando que alguien me jure que eso ha disminuido los índices de atracos) o hablar por celular (como si los malos malosos no pudieran, en el caso de querer hacerlo, hablar con micrófonos ocultos u otro tipo de dispositivos). Tememos a los musulmanes, miramos de reojo a los emigrantes, los que no son como nosotros nos producen un escalofrío y resulta que, de pronto y sin previo aviso, nuestros hijos son asesinados por un tarado que es igual que nosotros, que ha vivido a nuestro lado toda su vida, y al que saludábamos amablemente cuando nos lo cruzábamos en el ascensor.
¿Dónde está la lógica de todo esto? No la tiene. La Muerte ha acompañado al ser humano desde siempre, las guerras y las masacres nos han perseguido sempiternamente. Las matanzas, las hambrunas, los genocidios, las invasiones, los hunos, los mongoles, los turcos, los españoles, los árabes, los franceses, los ingleses, los puritanos, la inquisición, mataban, degollaban, violaban y morían. El ser humano es estúpido y cruel por naturaleza. Pero ahora vemos las cosas en vivo y en directo, la sangre chorrea desde la televisión sobre la mesa del comedor y nos hacemos cruces pensando que lo que pasa ahora es lo peor que ha pasado nunca. Pues no, la Muerte nos acompañó desde siempre. Y nos seguirá acompañando, porque el egoísmo, la intransigencia y la estulticia son parte consubstancial a la especie humana.
Es bueno luchar contra la estupidez, pero no perdamos de vista lo frágiles que somos. Y disfrutemos de la vida que tenemos. Porque no sabemos en qué momento el desquiciado de turno llegará para quitárnosla.
Por de pronto, mi cuadro favorito adorna ahora la habitación de mi hijo mayor. Espero que él aprenda también a gozar de la vida. Carpe diem.