El Festival de Debutantes se realizó el 5 de julio en el Club Unión de Panamá. Es organizado por las Damas Guadalupanas y se realiza cada año para recaudar...
- 14/09/2014 02:00
Los viejos contaban historias del hombre sin cabeza, de duendes, de la Silampa, y sobre todo de la Tepesa, también conocida como la Tulivieja, quien no es otra que la Llorona, que es como le llaman en la mayoría de los países de Latinoamérica. Confieso que había un placer rayando en el masoquismo en el hecho de escuchar esos cuentos de miedo. Yo los escuchaba con los pelos parados. Luego, como es lógico, no podía ni ir a orinar al baño y mi mamá me regañaba por necio y me decía que para que ‘dianche’ iba a donde los vecinos a escucharles los cuentos: La próxima vez que vayas te azoto, muchachito necio, carajo. Y luego mi mamá se iba a su cuarto y yo me quedaba solo en el mío. Me arropaba de pies a cabeza y pensaba que la Tepesa, que era a la que más temía, estaba debajo de mi cama y que de un momento a otro me jalaría los pies y me llevaría con ella a la noche, al infierno. Al cabo de unas horas de imaginación morbosa, me quedaba inevitablemente dormido y soñaba, pues, con la Tepesa y su aliento a guayaba llena de gusanos, con sus chillidos de abismo, sus ropajes blancos y húmedos (la leyenda cuenta que la Tepesa había ahogado a su propio hijo en un río; de allí que su nombre; pues, Dios, al ver el pecado de la madre, le dijo: ‘Has matado a tu hijo y te pesa, por eso, por la eternidad, Tepesa serás’. Lo cierto es que la leyenda de la Tepesa y el miedo a ella me acompañó durante toda mi niñez y hasta los primeros años de la adolescencia. Hasta que dejé de creer en ella. Un tío contaba que la había escuchado. Yo aún tenía diez años cuando lo contó y temblaba de solo pensar que yo podría escucharla cualquier noche. Luego el temblor, poco a poco, se convirtió en deseo y ya después, al no llegar su chillido nunca a mis oídos, en desilusión. Ahora estoy cerca de los cuarenta. Ya no están los vecinos, su casa está vacía. Ya no está mi madre para regañarme, su cuarto lo tengo vacío. He leído un montón de libros de ciencia, filosofía y un largo y aburrido etcétera. Descubrí las verdades y los hechos del mundo. La Tepesa, la madre asesina, no cabe en ese mundo de evidencias. Siempre me importó mucho ese mundo. Me acostumbré a él. Me siento seguro en él. Hasta hoy. Ayer en la noche, poco después de que dieran las doce, me encontraba leyendo un libro de Edgar Allan Poe, cuando escuché un ruido sobre el techo de la casa, como si alguien estuviera caminando sobre él. De inmediato apagué la luz de la mesita de noche y quedé en la oscuridad. El ruido continuó. El ruido y lo oscuro. Y yo solo. El pueblo sin viento. Los vecinos dormidos y los pasos sobre el techo. Sonreí. Al persistir el ajetreo sobre las hojas de zinc, rechacé, no sin un gran esfuerzo, las teorías más plausibles: gatos cazando roedores, zarigüeyas, murciélagos que agarran almendras del patio del vecino y que en su vuelo las dejan caer sobre el techo como si fueran bombas. Cerré los ojos, me arropé de pie a cabeza y convoqué el miedo con toda mis fuerzas, aferrándome a la inocencia, con todo lo que me quedaba de niño criado en el campo. Ah, fresca ignorancia. Mundo fabuloso y aterrador. Nido de fantasmas, aventuras, mito y fantasía. Me dormí. Y amaneció. Yo amanecí. Esta mañana fui al mercado y compré guayabas. Las dejaré madurar, hasta que broten los gusanos que a ella tanto le gustan.
MÚSICO Y POETA