La identidad panameña, su evolución desde la colonia hasta la República

Actualizado
  • 03/11/2020 00:00
Creado
  • 03/11/2020 00:00
Remontada a la época de colonización española, la identidad istmeña sigue siendo un recordatorio vivo de la evolución del pueblo panameño y su lucha por crear una cultura propia y una imagen social basada en el respeto a los derechos humanos y el ejercicio de tradiciones históricas
La pollera, como concepto, nació en la época colonial española, evolucionando durante la época republicana a la vestimenta típica que conocemos actualmente.

Panamá ha pasado por diversas etapas para convertirse en el icónico puente entre las Américas, desde su periodo como pueblo de pescadores, pasando por los gobiernos de España y la Gran Colombia, hasta llegar a su faz libre con la época Republicana; por esto, al hablar de nuestra identidad sociocultural es imposible referirnos a una sola palabra que aglomere siglos de historia y cambios.

Pese a ser un “crisol de razas” y tener la presencia de diversas culturas que componen una cornucopia de riquezas históricas, definir lo que nos hace realmente panameños es una tarea pendiente que depende de varios diálogos nacionales y una lucha constante por los derechos humanos, como destacó la directora de Patrimonio Histórico, Katti Osorio, a La Estrella de Panamá: “Cómo nos vemos a nosotros mismos y qué significa ser panameño es un concepto que ha cambiado a lo largo de la historia, tanto desde aquella villa llamada Panamá que los españoles construyeron, hasta lo que hoy conocemos como nuestra ciudad”.

“En el periodo colonial español éramos parte del Imperio; en aquel momento ser panameño se reducía a un sentimiento de pertenencia a la ciudad, y a partir de ese momento, los afrodescendientes que se encontraban luchando por su libertad de la esclavitud poco a poco fueron consolidando su pertenencia a un territorio especifico”, explicó.

“Esto siguió hasta el período departamental con Colombia, en el que se esperaba la autonomía del territorio panameño, y el significado de ser panameño ya estaba separado de lo que significaba ser colombiano, aunque seguíamos bajo el liderazgo bolivariano”, dijo.

Para Osorio, los traumas importantes que ha sufrido nuestra población en su época republicana, incluyendo la Invasión de 1989, “han marcado el ser panameño en la consolidación de los diferentes grupos, aun manteniendo las identidades culturales propias de cada uno”.

La presencia de diversos grupos étnicos en Panamá ha resaltado la necesidad de tener diálogos nacionales con respecto a lo que significa pertenecer a esta sociedad: “El ser panameño tiene mucho en su significado con el ejercicio cultural, con la equidad y la manifestación de la importancia y la profundidad de cada etnia dentro de su propio pensamiento y filosofía, expresada a través de su idioma, bailes, gastronomía, enseñanzas a los niños y de cómo enfrentan los problemas”, comentó Osorio.

Para la experta en patrimonio, la dicotomía presente entre pueblos originarios y el resto del territorio se refleja como parte de nuestra identidad histórica dentro de “las raíces fuertes de cada grupo indígena, quienes ejercen su derecho a existir y defender su ejercicio cultural en la enseñanza de su lengua a sus hijos, junto con las costumbres y tradiciones de su pueblo, creencias, y la manera en que comprenden el ambiente, el paisaje y el universo”.

Así mismo, expresó que la lucha por los derechos humanos ha definido la nueva época por la que transita nuestro país, siendo un “vehículo importante en la manera de relacionarnos con diversos grupos”.

En conmemoración del Día de la separación de Panamá de Colombia este 3 de noviembre, la reflexión de lo que representó aquella decisión se retrata como un gran momento de inflexión en la historia de nuestro país, algo que tiene en común con la actual pandemia, ya que ambos eventos llevaron a la población a una adaptación rápida y a una transformación profunda.

“La pandemia nos ha mostrado no solo las debilidades de nuestro tejido social, sino la necesidad inminente de subsanar estas brechas empezando por la educación, que debe ser competitiva para lograr la reestructuración de nuestra economía y reconocer la importancia de las industrias creativas su participación activa en la economía”, expresó Osorio.

El sombrero pintao es uno de los elementos representativos de la cultura nacional.

Así mismo, el historiador Rommel Escarreola puntualizó a este diario la importancia de recordar nuestros orígenes y la personalidad alegre y resiliente que se encapsula dentro de la identidad panameña: “En estos momentos necesitamos volver al sentimiento nacionalista, de pertenencia, para tener un mayor ánimo que contrarreste los ataques de depresión, soledad o miedo. Debemos recordar quiénes somos realmente como panameños y la alegría que nos ha caracterizado aún en momentos de angustia. Es necesario dar ánimo y reconocer nuestras efemérides como ese detalle que podrá alzar nuestro espíritu con solo ver ondear nuestra bandera desde el cerro Ancón”.

En conexión con las tradiciones

Para Escarreola, la tradición folclórica de Panamá “no se puede dejar de lado en ningún momento”, desde la pollera, el tamborito, la saloma, las expresiones artísticas y artesanas, ya que sin ellas “mengua la conciencia patria de la población en todo el territorio istmeño”.

“El panameño debe comprender que la esencia de nuestra identidad nos ayuda a atravesar los momentos difíciles; lo correcto es exaltar los símbolos de la identidad de Panamá”, anotó, “la conciencia nacional no puede ser derrotada por una pandemia, sino que debe aumentar fervientemente el interés de la población en la historia y la cultura, no solo en panameños, sino también en todo extranjero que resida en el país”.

Símbolos patrios

A la esencia de ser panameños se suma la importancia de los símbolos que representan el inicio y formación de nuestro istmo desde el principio de la época republicana en 1904.

La vestimenta folclórica, la música y las artesanías se han posicionado como elementos básicos de nuestra identidad cultural, sin embargo, aquellos otros elementos como nuestra bandera, escudo y ave nacional engloban significados y promesas que aún hoy se mantienen vigentes.

La pollera, una obra de labor artesanal, se ha hecho reconocida a nivel mundial como la imagen cultural de mayor importancia en nuestro folclore, pese a que sus orígenes humildes la remontan a los años de la colonia española, cuando Panamá era una villa y las damas españolas daban a sus sirvientas telas rasgadas para zurcir y dar forma a una vestimenta digna.

Dado que su confección puede durar de un año a año y medio –o más, dependiendo de la complejidad del diseño–, el equipo de trabajo requerido para esta obra recae en manos experimentadas y materiales finos, específicos y de alta calidad, como explicó el folclorista y docente de confección de polleras Juan “Pollera” Villarreal.

“La evolución de la pollera desde tiempos de la colonia ha recibido toques de cada artesano que con los años ha dejado sus obras como testamentos de estudio detallista”, señaló, “la vestimenta en sí ha sufrido alteraciones a través de las épocas hasta volverse un trabajo con márgenes de medidas exactas: los dos paños deben ser exactamente iguales, el orden de los encajes debe coincidir, las trencillas, el dibujo y cada detalle se ha coordinado de forma más estricta que las primeras versiones españolas”.

Villarreal, quien se dedica a confeccionar polleras y dictar cursos en la Casa de la Cultura, brinda sus servicios al público con un precio mínimo de $5 cada clase, una vez por semana, donde explica a las estudiantes cada paso del proceso complejo y especial qué es la creación de una pollera panameña.

El folclorista mantiene un equipo de trabajo con otras cuatro manos dispersas entre Guararé (donde se teje el mundillo) y La Chorrera (donde se zurce la tela) mientras que él se encarga de cortar las telas, tomar las medidas, hacer los calados y armar la pollera completa. Según su experiencia, “toma dos años hacer una pollera de forma tradicional y tejida a mano”. “Mi única motivación es que más personas aprendan a hacer polleras”, puntualizó; “cuando empecé a los 17 años esta carrera, bajo la tutela de la profesora Berta Edith Córdoba, tenía curiosidad por el diseño de las polleras y tomé diversos cursos; pese a que mis padres son de Guararé y La Chorrera, no había descubierto ese mundo de confección folclórica que es tan hermoso y se está perdiendo”.

Los monumentos, estatuas y edificaciones que mantienen la esencia de una Panamá de antaño se aferran a la historia que envuelve nuestra identidad.

Aunque los pedidos de confección de polleras personalizadas ha aumentado en el mercado artesanal, Villarreal teme que la tradición de confeccionar polleras a mano siga perdiéndose con el tiempo y que se “devalúe la calidad de la pollera en la comercialización de la misma, lo que a su vez tocaría una fibra delicada de la historia que viene junto con ella”.

Los trozos de historia de esta vestimenta siguen siendo limitados, pese a los esfuerzos de los historiadores por preservar lo poco que conocemos acerca de sus orígenes e importancia en la vida cotidiana de sus primeras portadoras españolas y panameñas. En esto hizo hincapié Villarreal: “Hace falta una mayor educación en cuanto a nuestra historia y lo que la vestimenta típica significa dentro de la misma, no tenemos la información completa y cada vez se pierden más datos. El Ministerio de Educación (Meduca) necesita tomar cartas en el asunto y promover una clase de folclore que haga justicia a nuestra cultura, para que los jóvenes la aprendan desde temprana edad sin sentirlo como una obligación, sino con orgullo”.

Así mismo enfatizó que los folcloristas deben “dejar el orgullo y enfocarse en preservar la historia”, pasándola como un legado sagrado a otras personas. “La ganancia del folclore en Panamá no aumentará si los folcloristas, investigadores e historiadores no se unen para crear grupos de divulgación y promoción de estas tradiciones”, comentó, “lo principal debe ser enseñar a otros a amar y confeccionar la pollera”.

Para Osorio, los símbolos que tenemos actualmente representados con el águila más poderosa del mundo –que no sería reconocida así hasta años después de su implementación en el escudo–, la bandera que muestra la capacidad de diálogo y armonía al tener ambas estrellas en un manto de paz –representando la paz alcanzada en la alianza de los partidos Liberal y Conservador que estaban en conflicto en aquella época–, y la alusión en el escudo nacional al progreso, la abundancia y la confluencia de los mares a través del canal, “representan una promesa que debe seguir vigente y recordada día a día por los panameños como elementos que nos anclan a una identidad sólida y una historia que es una lección permanente de lo que significa pertenecer al istmo”.

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