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- 15/09/2011 02:00
PSICÓLOGA
Una de las grandes luchas que sufren los padres sean cristianos o no es dejar crecer a sus hijos adultos.
Cuando consideramos que hemos pasado casi veinte años de nuestras vidas criando, alimentando y cuidando a nuestros hijos, es difícil dejarlos crecer por sí solos.
Para la mayoría de los padres, la crianza de los hijos consume su tiempo, energía, amor y preocupación durante dos décadas. Invierten sus corazones, mentes y espíritus únicamente en su bienestar físico, emocional y spiritual, y es muy difícil cuando esa parte de sus vidas concluye.
Los padres que se encuentran en el ‘nido vacío’ con frecuencia luchan por encontrar el balance apropiado entre el amor y la preocupación por sus hijos adultos, mientras se resisten al impulso de continuar controlándolos.
La raíz de todo este apego a los hijos es cierta cantidad de miedo. El mundo es un lugar inseguro, y las numerosas historias de cosas terribles que suceden aumentan sus temores.
Cuando nuestros hijos son jóvenes, podemos monitorear cada uno de sus momentos, controlar su ambiente, y velar por su seguridad. Pero a medida que crecen y maduran, empiezan a trasladarse a su propio mundo. Ya no podemos estar pendientes de cada movimiento que realicen, a quiénes ven, a dónde van y lo que hacen.
Para el padre que es cristiano, es ahí donde su fe se encuentra a prueba al soltar los lazos que lo unían con sus hijos. Soltar a nuestros hijos no significa simplemente abandonarlos al mundo. Significa ponerlos en las manos de Dios quién los ama y quién los guía de acuerdo a su perfecta voluntad.
La realidad es que son sus hijos; a él le pertenecen, no a nosotros. Él nos los ha prestado por un tiempo y nos ha proporcionado instrucciones sobre cómo cuidarlos, pero eventualmente, tenemos que regresárselos y confiar que él amará y cuidará sus espíritus de la misma forma que los hemos alimentado físicamente. Entre más fe tengamos en él, menos temor tendremos a entregárselos.
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