Lo que las mujeres no saben

Actualizado
  • 15/12/2019 00:00
Creado
  • 15/12/2019 00:00
Lo que las mujeres no saben es que hay situaciones de violencia que están tan integradas en las relaciones sociales, son tan imperceptibles y están tan naturalizadas, que pasan desapercibidas; pero es imperativo que lo sepamos.

Lo que las mujeres no saben es que hay situaciones de violencia que están tan integradas en las relaciones sociales, son tan imperceptibles y están tan naturalizadas, que pasan desapercibidas; pero es imperativo que lo sepamos. Esta violencia encubierta se ejerce a través de los “micromachismos”. ¿Qué son los “micromachismos” —una palabra que está hoy en boca de todo el mundo? Son pequeños gestos o actitudes, algunos muy sutiles, que perpetúan roles de género y machismo— violencia suavizada contra las mujeres. Son maniobras y estrategias de ejercicio del poder de dominio masculino en lo cotidiano, que son sutiles e imperceptibles, pero atentan en diversos grados contra la autonomía femenina. Son hábiles artes, trucos, tretas y manipulaciones con los que los varones intentan imponer a las mujeres sus propias razones, deseos e intereses en la vida cotidiana. Se les llama micromachismos, pero resulta que no son tan “micro”; en realidad, son actitudes totalmente machistas, que la mujer debe aprender a detectar para poder combatirlas.

Un ejemplo clásico es que el hombre no participe en el trabajo doméstico o familiar, porque “no sabe” o porque “ella lo hace mejor”. Lo que en una relación igualitaria sería cosa de dos, se convierte en una imposición de tareas que sutilmente genera una importante sobrecarga en ella.

Otro ejemplo es su sillón preferido, donde lee el periódico y descansa al llegar de su trabajo. La mujer no puede “descansar” cuando llega del suyo, porque tiene que hacer las tareas con los niños, arreglar la casa, fregar los trastos, etc., sin molestar al marido. Y ¡ay de que alguien se adueñe del control de la televisión! —pertenece al Rey de la Casa.

Con o sin intención, algunos hombres eliminan los espacios de intimidad con la mujer, porque “no tienen tiempo” de hablar, eluden temas personales o familiares y la vida social, o buscan de alguna forma controlar las reglas de la relación a través de la distancia, logrando así que la mujer se acomode a sus deseos: cuándo estar disponible, cuánta tarea doméstica realizar, etc.

Y esto también pasa fuera del hogar: Cuando se pide la cuenta en un restaurante, el mesero supone que quien paga es el hombre, y presume que quien ha pedido la bebida alcohólica es él, y ella el refresco. Lo mismo pasa en el taller o el concesionario. En lugares estereotipadamente masculinos, el personal se dirige siempre al hombre en las conversaciones, incluso cuando la dueña del vehículo o de la cuenta es la mujer. Cuando los bebés llegan al hogar, todos felicitan al padre porque cambia pañales, le da la mamadera o lo duerme, mientras que para la mujer es algo natural e incluso obligatorio. También lo son dichos como: “Mujer al volante, peligro constante.”

Un hombre y una mujer no pueden ser amigos, porque las relaciones entre un hombre y una mujer siempre se sexualizan o romantizan. Recuerdo que tenía que reunirme a menudo con un amigo en la cafetería de la institución donde trabajaba para discutir asuntos del sindicato e inmediatamente comenzaron a circular los rumores de que “algo teníamos”.

Estos “micro” machismos incluso los usan los varones “normales”, que desde el discurso social no podrían llamarse machistas, violentos, abusadores ni controladores. Algunos comportamientos pueden ser conscientes, pero la mayoría no son intencionales ni de planificación deliberada, sino que son actitudes incorporadas y automatizadas en el proceso de “hacerse hombres”, son hábitos de reacción frente a las mujeres. Sin embargo, todos forman parte de las habilidades masculinas desarrolladas para ubicarse en un lugar de dominio y control para mantener y reafirmar los lugares que la cultura les ha asignado, tanto a mujeres como varones. Se alejan mucho de la violencia física, pero tienen los mismos objetivos y efectos: garantizar el control sobre la mujer y perpetuar la inequidad de derechos y oportunidades en contra de las mujeres.

Como son casi invisibles, los daños se agravan con el tiempo y no se resisten por desconocer su existencia; resultan en fatiga crónica, sobreesfuerzo psicofísico, agotamiento de las reservas emocionales, sentimiento de incapacidad, baja autoestima, retroceso del desarrollo personal y utilización de los “poderes ocultos” femeninos.

Para combatirlos debemos trabajar en triple vía: que los profesionales de la salud mental conozcan y detecten los micromachismos y sus efectos en la mujer; que las mujeres desarrollen estrategias de inmunización; y que los hombres desactiven los micromachismos de sus comportamientos, los reconozcan e inicien cambios hacia una verdadera equidad.

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