La democracia misma (una sátira política)

Actualizado
  • 13/04/2019 02:02
Creado
  • 13/04/2019 02:02
A cierta distancia, nos detenemos

Mi abuela disfruta como nadie los días de las elecciones y aguarda paciente los cinco años que le toma volver a sentir aquella euforia. Hoy es ese día, y a primera hora se pone el vestido de lunares negros con cuello de encajes y se me engancha del brazo. Paradas frente a la entrada de la Escuela República de México, en la que nos corresponde votar, suspiramos al ver el gentío. Con cuatro candidatos a presidente y una campaña reñida, los partidos políticos no han escatimado en propaganda, fiestas, ni número de lugartenientes.

Le pregunto si está lista y ella asiente con sonrisa giocondina y ojos brillantes. Con una mano temblorosa se aferra a mi brazo y con la otra insiste en llevar una banderita nacional que me hizo comprarle la semana pasada. La ayudo a poner un pie en el primer peldaño del portón y enseguida nos vemos rodeadas por delegados de todos los partidos que se pelean por ayudar a la anciana y pedirnos el voto.

‘¡La cédula, señora!', nos grita uno. Le extiendo las cédulas de ambas y el sujeto corre a verificar con una mujer que está con un listado junto al portón. ‘Mesas 1037 y 1038', indica la voz femenina. ‘¡El palomar!', exclaman a coro los que nos rodean, señalando el último piso. Es muy arriba y no hay ascensor y, al oír esto, a mi abuela se le acelera el temblor de piernas, brazos y manos. ‘Espérese, joven, no se preocupe.', me dicen y, tras un leve revuelo, regresan en volandas con una silla de ruedas.

En lo que la acomodan, se acerca un legislador famoso por escándalos de corrupción y antes de que nos demos cuenta, sus seguidores le hacen una foto abrazando a mi abuela. Sin conocerla, ni pedir permiso, la aprieta como si fuese el más querido de sus nietos. Mi abuela luce llamativa. Tiene hermosos rizos plateados y con gran esfuerzo agita la banderita.

Intento apartarnos para que nos dejen avanzar pero una mujer con un vestuario estrafalario para la ocasión también se acerca a hacerse fotos con mi abuela. Otra nieta, pienso. Mi abuela sonríe y emite algunos balbuceos incomprensibles. ‘¿Qué dice la señora?', pregunta la mujer. ‘Dice que usted es muy bonita', respondo, y mi abuela asiente, corroborando. La mujer sonríe, le hace señas a alguien y de inmediato le ponen un regalo en las piernas a mi abuela. Más fotos.

La voy llevando en la silla de ruedas cuando unos hombres con chalecos de distintos colores me dicen que se harán cargo. Después de calcular algunas maniobras, la ajustan al asiento con una banda y cuatro de ellos se agachan a sus lados y la levantan en la silla como si cargasen un trono. Miro a mi abuela y me pregunto si esto no será demasiado. El legislador toca una punta de la silla como si estuviese ayudando a cargar, hasta que los suyos terminan con las fotos y el sujeto por fin se aparta. El séquito avanza por el patio de la escuela delante de mí con mi abuela en andas rumbo a las escaleras. Reparo en sus chalecos, cada uno de un partido político distinto. Desde esta perspectiva, mi abuela encarna a la democracia misma.

Un funcionario electoral va abriendo paso entre la aglomeración. La gente se va apartando y se quedan viendo a la anciana que ahora ha levantado la bandera. En una respuesta espontánea, comienzan a aplaudirla y los de los pisos de arriba se asoman a los balcones y el aplauso se va extendiendo porque mi abuela ha descubierto que entre más agita la bandera, más le aplauden.

Al llegar a la escalera, el delegado electoral da instrucciones para que despejen el paso. El ascenso no es sencillo, pero los delegados partidistas y los delegados electorales, en un protocolo improvisado, se van turnando para llevar a la anciana hasta el palomar. Cada diez escalones mi abuela lanza un quejido. ‘¡Con cuidado, con cuidado!', responden ellos como para convencerse a sí mismos.

Después de seis tramos de escalera llegamos al rellano del tercer piso y advertimos que hay cámaras de televisión. Son las diez de la mañana, la hora del prime time electoral y un anterior presidente de la República viene saliendo de la mesa en la que vota mi abuela. Alguien le habla al oído al exmandatario y éste camina ceremonioso hacia mi abuela, estrecha su mano y se inclina en un ligero abrazo para las cámaras. Otro nieto. Mi abuela se deja divertida.

Retirados los guardaespaldas que me habían apartado, los jurados de mesa me permiten llevarla en la silla de ruedas hasta el cubículo y ayudarla a ejercer el voto. Cuando terminamos nuestros negocios en el palomar, otra vez la levantan en el trono escalera abajo y se repite la dinámica, los cambios de turno entre el séquito, los quejidos cada tanto, la anciana agitando la bandera y los vítores de la comunidad.

En el portón de salida, después de devolver la silla de ruedas, alguien ofrece llevarnos a casa ‘en uno de los vehículos del legislador'. Vivimos a dos cuadras y con una anciana temblorosa arrastrando los pies podría ser algo demorado, pero mi abuela niega con la cabeza y rechazamos el ofrecimiento. Ella se vuelve a enganchar de mi brazo, encorvada y temblorosa y nos vamos alejando con dificultad. La miro de reojo y compruebo que va sonriendo. A cierta distancia, nos detenemos. Echamos una mirada hacia atrás y hacia los lados. ‘¿Ya los perdimos de vista?', me pregunta ella con su voz grave y firme. ‘Sí abuela, ya puedes caminar bien.'

Entonces ella se endereza y aceleramos el paso.

AUTORA

‘‘...se acerca un legislador famoso por escándalos de corrupción y antes de que nos demos cuenta, sus seguidores le hacen una foto abrazando a mi abuela'.

LILIAN GUEVARA

Autora e investigadora

Nació en el Casco Viejo de la ciudad de Panamá en 1974. Investigadora social y escritora. Autora del libro de microrelatos y textos híbridos Mundos probables , de venta en Amazon y en la librería de la USMA.

Relatos suyos han sido incluidos en la antología centroamericana Aquí hay dragones (Parafernalia Ediciones digitales. Nicaragua, 2016) y Latinoamérica en breve (Universidad Autónoma Metropolitana. México, 2017) y Basta, 100 mujeres contra la violencia de género (Modus Ludicus Editorial. Panamá, 2017).

Más textos suyos pueden leerse en su web www.lilianasecas.com.

‘La democracia misma' (una sátira política) es el penúltimo relato de su nuevo libro sobre la educación, La escuela sobre las aguas .

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