La interconexión eléctrica entre Panamá y Colombia es una prioridad bilateral, y la oposición de las autoridades comarcales no frenará el proyecto.
- 30/08/2009 02:00
Vuelven las sospechas a extenderse, insidiosas, poniendo nuevamente en duda la pureza y la castidad de algunos sacerdotes. Y conste que dije algunos. La podredumbre lleva siglos extendiéndose, como una gangrena infecta que destruye lo que toca dentro de la Iglesia. Como un pulpo monstruoso que extiende sus tentáculos de corrupción acabando con la inocencia y la fe. Durante generaciones los hombres confiaron en ellos para alcanzar por su intercesión el reino de los cielos, con sus ademanes suaves y su voz engolada, con su cara de inocencia y las vestiduras negras que imponen respeto y temor. Amenazan con un infierno que espera a aquellos que enfrentan sus imposiciones y sus mandatos. Durante siglos mataron, mutilaron y torturaron. Mandaron a la hoguera a miles de inocentes cuyo único crimen fue no ser lo suficientemente buenos a sus ojos. Amenazan con la condenación eterna por apartarse apenas un paso del camino marcado a fuego a base de mandamientos, bulas y encíclicas. Imponiendo penitencias tremendas, ellos eran los que durante siglos ataron y desataron las vidas de las pobre ovejas indefensas entregadas al pastoreo de los tigres. Ellos eran los encargados de administrar justicia divina y humana. Pero mientras tanto, algunos de ellos aprovechaban el temor y el respeto para aprovecharse brutalmente de los que ponían el alma en sus manos. Y ¿qué hace la Iglesia ante estos abusos? Cierra filas, impone silencio, en muchos casos trata de entorpecer la justicia humana. ¿Será que creen que los niños violados por esos salvajes deben redimirse de algún pecado en el purgatorio de abusos creado por ellos mismos para poder alcanzar la gloria al morir? ¿Cómo pueden esos canallas seguir mirando a la cara a sus feligreses, hablando de la virtud y de las sagradas enseñanzas mientras están pensando en la perversidad que cometerán esa noche con sus pupilos? ¿Cómo pueden sus confesores mirarles a la cara cuando sabe que se escudan en el secreto de confesión para continuar haciendo de las suyas? ¿Cómo es posible que hoy en día aún se le pida a un sacerdote sospechoso de esos crímenes que se mantenga en silencio y con bajo perfil? ¿Cómo es posible que lo que la Iglesia descubra entre sus acólitos sea declarado secreto?
No estoy juzgando a nadie, no soy quien para hacerlo, pero los pervertidos en la Iglesia son como las brujas, nadie cree en ellas, pero haberlas las hay. Y lo peor es que mientras la fe se tambalea cada vez más y la Iglesia católica se debate en su necesidad de adaptarse a los nuevos tiempos, todavía el Vaticano impone el secretismo y el inmovilismo. ¡Déjense de paños calientes! ¡Los sacerdotes son humanos y si los seres humanos pueden llegar al crimen, lo sacerdotes también lo pueden hacer! ¡Dejen de protegerlos bajo sus sotanas! La sociedad clama por sinceridad y por escuchar un mea culpa después de tantos años.
¿De qué le sirve a Galileo a estas alturas que la Iglesia haya afirmado que tenía razón y que si, que la Tierra se mueve? ¿De qué les servirá a los niños mancillados, injuriados y abusados el que dentro de un par de siglos la Iglesia, si acaso, reconozca que se equivocó? Obispos, cardenales, enviados vaticanos, todos esconden, protegen y tergiversan, ¡permitan que haya un juicio abierto! ¡Digan de una vez los nombres de los acusados y de los sospechosos!, de esa manera los padres podrán poner a buen recaudo a sus hijos y no seguir dejándolos en manos de monstruos con modales suaves y manos largas.
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, que por dentro están llenos de rapiñas y codicias! Fariseo ciego, limpia primero por dentro la copa para que también su exterior quede limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que os parecéis a sepulcros encalados, hermosos por fuera, mas por dentro llenos de huesos de muertos y de toda suerte de inmundicia! Así también vosotros parecéis justos a los hombres, mas por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad.”
(Mateo, 23, 25-29)