Notas de un sanchista

Dumas Alberto Myrie Sánchez
Nacionalidad: panameña 12 de noviembre de 1984
Especialidad: Geografía Regional de Panamá. Licenciatura en Geografía e Historia. Maestría en Geografía Regional de Panamá. Docente en el Ministerio de Educación y en instituciones de educación superior. Artículos de opinión en El Panamá América, La Estrella de Panamá y revista cultural Lotería. Autor de los libros “Memorias de un bardo” y “Escritos de un sobreviviente”

En una valija de color marfil se atesoran mis recuerdos de mi alma sanchista. Como ese extraño escenario rodeado de bardas, justo en medio de la alberca. Mis primeros años en esta institución escolar se aferraban a una notación científica, y a juegos lúdicos de álgebra. En medio del color del jabón fenicado sobre mi cabeza, se escuchan los poemas tirados a cualquiera vulnerable chica. El viaje a la dirección se detenía al ver a la profesora de inglés. Ella era el motivo de mi prosa. En aquel momento, la profesora, con un carisma sin igual y una belleza única, captó toda la atención. En el recreo las visitas a la huerta escolar, a cosechar cualquier leguminosa, terminaban con cualquier lección sobre la madre tierra. El reflejo de una niña, con cuerpo de sirena y voz tranquila, me animaba a bucear en la piscina, a pesar de no saber nadar. Esa fue mi musa, hasta conocer a la chitreana de mis amores. Siempre me orientaba y me tenía en muy alta estima. Me recuerdo de la vez que me invitó a su quinceaños y, en un intento desesperado de ir a ese encuentro, me coloqué un pantalón corto Balboa. Fueron años de convivir con la sombra de mi mala racha con los números. Esos que bailan al son de la calculadora y se enaltecen al ver las notas de la factorización. Otro tanto acontecía en cada acto cívico con discursos que evocaban un sudor intenso por el alba. Esa voz ronca y profunda en cada discurso del acto cívico era único. Por otro lado, las verbenas eran únicas. Eran espacios de esparcimiento sano. Con noches donde los talentos y personajes afloraban como moscas en el pan recién horneado. En Ciencias, la teoría de las máquinas simples y compuestas me llevó a fórmulas que, traídas a casa, se convertían en el sueño de no fracasar por dejar la tarea para después. Los mapas fueron desde joven mi dicha por encontrar ese rumbo en la geografía física. Una teoría difícil de practicar, pero que encontraba con el almuerzo del bienestar estudiantil una mejor comprensión. A la salida cualquier trabajo de otro compañero, olvidado en clase, me llevo a no fracasar. Mis años en el turno de la mañana estaban acompañados de los consejos de mi abuelo, quien se levantaba a las tres de la mañana a comer su arroz con café. Entretanto la abuela preparaba la comida de Buquí y Scott. Los perros de la casa. En camino a la escuela, por la mañana, se podía ver la bruma en la Hacienda Hato Montaña, donde hoy queda El Machetazo. El viaje lo realizaba con mi tía. Hoy en día, guardo los mejores recuerdos a pesar de no haberme graduado en ese colegio por un tema de edad. Como buen sanchista, siempre trabajo por una patria grande.

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