Entre los muertos por el afán de vivir

Actualizado
  • 13/03/2012 01:00
Creado
  • 13/03/2012 01:00
PANAMÁ. Cortés y centrada así se presenta en actitud, Catalina Velásquez.. Apenas me saluda con un beso en la mejilla, me sonríe como i...

PANAMÁ. Cortés y centrada así se presenta en actitud, Catalina Velásquez.

Apenas me saluda con un beso en la mejilla, me sonríe como invitándome a empezar. ¿Dónde quieres que hablemos?

De golpe pasamos al bar del hotel Torres de Alba y allí acomodada ,ya con café negro en mano, pasa a contar su historia.

Nació y creció en Medellín, la ciudad por donde galopó a rienda suelta la violencia del narcotráfico y donde la vida valía lo que decidiera una bala.

Estudió arquitectura y su interés siempre estuvo centrado en el patrimonio cultural. Construir el edificio más alto del mundo, no era su anhelo, ella quería transformar.

Caminó por el sendero mal retribuido de la investigación.

En 1996 la llaman para hacer una reseña histórica sobre el cementerio tradicional de la ciudad de Medellín. El encargo era sencillo, saber por qué era importante para los pobladores.

Allí comienza un ejercicio de valoración de las obras escultóricas de las tumbas del XIX. Era el cementerio de San Pedro, ubicado en medio de la comuna Nororiental, en Medellín, dónde se enterraban a los ricos de la urbe.

Era el arte funerario de excelencia, de allí se podía interpretar y contar las historias de dos siglos atrás. Y ella decidió contar su presente inmediato.

LA MUERTE ENCABEZA

‘Yo nací en un país en guerra. Las batallas urbanas del narcotráfico y los grupos de Pablo Escobar se hacían presentes en cada hogar y se habían tomado la ciudad. La guerra entre carteles mataba, hacía explotar bombas en parques, bares y formaba tiroteos en cualquier espacio público de la ciudad’, expresó Catalina Velásquez.

Y agregó ‘El hilo conductor de la guerra en Colombia no es otra que el narcotráfico. Vivimos metidos en una guerra que no nos pertenece, porque el mayor consumidor de drogas del mundo es Estados Unidos.’

Ella no separa las guerras, y explica que en Colombia no existe la guerrilla, sino delincuencia común organizada, donde los ideales de aquel grupo armado quedaron desdibujados hace mucho.

Medellín se encontraba con una generación perdida, con una militancia en función del narcotráfico, es así como la población se convierte en especialista en ritualización y servicios organizados en torno a la muerte. ‘Eran tantos los cadáveres que nosotros desarrollamos muchísimo el negocio de la muerte’.

Para este momento su pasividad había mermado, cada recuerdo le sacaba una sonrisa y hablaba de la vida y de la muerte como una sola. ‘A mi hermano lo mata la guerrilla con solo 23 años, mientras yo estudiaba arquitectura. Mi llegada al mundo de los muertos era una deuda con mi duelo’.

EL CEMENTERIO DE SAN PEDRO.

Le quedó claro que si no protegía el cementerio, la presión inmobiliaria se lo tragaría, buscó un régimen de protección para poder desarrollar acciones contra la violencia. ‘La gran víctima de la guerra es la verdad y el cadáver es el único documento veraz para contar la historia’.

Se dio cuenta que los mismos que la habían contratado para hacer la investigación, querían demoler parte del cementerio para hacer una plaza de estacionamientos, fue así como recorrió de puerta en puerta buscando el respaldo para elevar el proyecto a patrimonio cultural y lo consiguió.

DINÁMICAS SOCIALES

Deambulando por las peligrosas calles que rodeaban el cementerio entendió, que allí se protagonizaban las historias que a nadie les interesaban, que los barrios marginales quedaban siempre alrededor de los cementerios, porque allí se depositaba lo que nadie quería: Los muertos junto a los invisibles.

Y comenzó su tarea de reinventar un lugar junto a sus pobladores, hablar con ellos, proponerles cambios que ellos construirían y que quizás evitarían el nacimiento de otro Pablo Escobar, porque fue en el Cementerio de San Pedro que el más famoso de los capos de la mafia colombiana comenzó su carrera delictiva, robando lápidas para venderlas.

Es el territorio de los silencios, de los invisibilizados por los gobiernos, ‘así fue como logré posicionar el cementerio de San Pedro en Museo de Sitio en 1998, la legislación internacional se lo permitía, era un museo con todas las letras a excepción de la colección, que en este caso eran los muertos y por sus hechos históricos era el museo ideal para Medellín.

DIÁLOGO CON LOS VIVOS

Para estas alturas de la conversación, él café se le había enfriado y las personas de las otras mesas, ya prestaban atención a la historia de Catalina.

Cuando la red de museos de Antioquia acepta el Cementerio como museo, este espacio protagónico de la muerte, escenario final de niños, mujeres y hombres; víctimas y victimarios del narcotráfico.; se convierte en el primer Cementerio de América Latina declarado oficialmente un museo.

‘Pero, ¿cómo hago para que la sociedad se apropie de este espacio?’, se preguntó la arquitecta de los muertos.

‘Lo que planteo es que hay que resolver un tema urbano con los habitantes de ese barrio que rodea el nuevo museo. Entre putas, ladrones y drogadictos; discutimos y negociamos para salir adelante’, ’mencionó con emoción.

Lo que siguió fue una serie de proyectos para dar vida a la casa de los muertos, ‘Las noches de luna llena fueron el arranque, la primera noche fue fracaso total, pero siguieron y las negociaciones entre en el bar de la esquina con aguardiente de por medio, dieron sus frutos. De aquella acción individual de recitarle una poesía al muerto o cantarle una canción, surgió una acción colectiva, donde protestábamos en contra de la violencia’.

‘Me muero por jugar’ fue otro de los exitosos proyectos del Museo, donde se intenta un proyecto de reparación de la población huérfana infantil, de los estratos dos, tres y cuatro, ‘Había que luchar porque los hijos de las víctimas del narcotráfico dejaran de pensar en la balacera como un hecho inevitable en sus vidas’.

‘¿Usted cómo quiere que lo recuerden?’ fueron las preguntas a aquellas putas, ladrones y drogadictos. ‘¿Qué le deja a sus hijos?, fue así como llegué a los reacios y también a la pequeña población escolarizada, de esa gran comuna, lo niños de estratos seis y siete.’, expresó mientras que se acomodaba los rizos y pedía otro café.

En Colombia es común que las clases sociales se subdividan numéricamente, dentro de la clase alta, media y baja.

Logró entrar al circuito gracias a la Secretaría de Educación de la Ciudad con el programa llamado: ’El Museo, un aula más en la vida de los estudiantes’. Comenzaron unas giras por el museo, de allí paso a paso entendió que tenía que lograr que el público de la primera gira volviera.

De allí pasó a las universidades, incluyendo antropólogos, sociólogos y filósofos, múltiples miradas para elaborar guiones para los visitantes.

‘El enfoque era claro: En Medellín nos estamos matando, la cultura tiene que incidir y provocar reflexiones de vida, a través de la muerte’, con esto convenció a los académicos.

El proyecto que Catalina ideó, fue disparatado y absurdo para los primeros que lo escucharon, mas dio resultado, hoy es la Directora de la Red Iberoamericana de valoración y gestión de cementerios patrimoniales.

No recibió planes ni de Francia, Italia, Suecia o cualquier otro país de primer mundo de los que dictan leyes desde el otro lado del mar.

Las soluciones se dieron a lo ‘paisa’ y es lo que nos recomienda desde su experiencia.

‘No piensen en quedarse sentados esperando que el futuro se construya solo o que las soluciones lleguen en cajas con olor a perfume importado. Eso no va a pasar. En sus manos está la solución de la violencia en Panamá. Desde la cultura, la convivencia, el respeto al otro, por más chocante y feo que nos parezca’, recomendó desde su lugar.

Catalina Velásquez pasó una semana en nuestro país y participó del Primer Foro de Internacional de Cultura y Desarrollo de Panamá, celebrado la semana pasada en la Universidad Tecnológica. Ella no vino a decirnos cómo hacerlo, sino a reafirmar que se puede hacer, que la transformación está en nuestras manos y no exactamente en la ‘mano dura’.

De nosotros depende cómo contar nuestra historia para dejar de contar nuestros muertos.

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