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  • 16/05/2020 00:00
Creado
  • 16/05/2020 00:00
Cuentos y Poesías del 16 de mayo de 2020

Cuando la vi sentada en el Metro escudándose el rostro con el brazo, pensé que así lo hacía para que el virus no se fijara en ella.

Era la imagen de la desesperanza y me conmovió su tristeza. Al reaccionar su cuerpo por la inercia a un brusco movimiento del tren, noté lo bella que era.

Nuestras miradas se cruzaron y enseguida sentí un clic entre los dos. Volvió a refugiarse tras su brazo, tan solo para, en un breve instante, volver a regalarme de sus ojos una melancolía sin fin. Yo estaba de pie apoyando mi hombro en la barra niquelada que sirve de soporte a los pasajeros. Esa que tiene varias asas. Cuando va lleno la rodean en silencio. Para mí es un triste espectáculo verlos viajar como ovejas al matadero en su diario peregrinar. Todo mi cuerpo sentía las vibraciones del tren y la de su presencia. Tomaba las precauciones de no tocar la varilla con mis manos. Me le acerqué y siempre con la mirada me rechazó en medio de ese vagón casi vacío.

Yo, acostumbrado a los rechazos, quedé inmóvil como tantas veces. Pero entonces me dijo quedamente

—Si quieres sígueme. Me bajo en la próxima estación.

Yo pude admirar sus perfectos labios y su bien delineada boca, sus ojos grandes y negros adornados de largas pestañas.

La voz del Metro anunció la próxima parada y vi cómo se deslizaba por la puerta rumbo a las escaleras mecánicas. Apoyaba sus manos por los pasamanos de una manera peligrosa, y seguía fijando su mirada en mí. Los pitazos del aviso del cierre de puertas con el parpadeo de las luces me despertaron de mi visión y salí tras ella justo antes de que las puertas se cerraran y el tren reanudara su marcha.

La vi ascender por las escaleras como si fuera la virgen de un altar y me preguntaba con sus ojos, ¿no me vas a seguir?

Con gestos le advertí del peligro que corría al tocar esa parte de las escaleras que se han convertido en terribles focos de contagios porque albergan el virus asesino que asola a la ciudad, y al planeta.

Quién iba creer que un elemento tan insignificante como un microvirus con corona iba a hacer tambalear todo lo que el hombre ha conseguido hasta ahora. Los viajes en la época del Boeing. Las travesías en cruceros de maravillas. A los bancos y sus sistemas financieros, las reuniones sociales. Bailes y festivales culturales. Ha puesto en jaque a la envidiable sociedad modelo del siglo XXI. La de los millennials que se creen invencibles, ahora están de rodillas con toda su tecnología.

En años anteriores hubo científicos y movimientos sociales que denunciaron esta ostentosa forma de vida. La que genera toneladas y toneladas de deshechos y ha inundado de plástico los mares. Todos fueron eliminados y algunos líderes condenados a terribles cárceles de por vida.

El mundo está temblando porque no sabe qué hacer para detener este terrible contagio. Están dejando morir a los viejos, que son las víctimas favoritas de la peste.

Quién iba a pensar que aquellos días volverían. Sí, los tiempos de la muerte negra que asoló a Europa. ¿Y qué pasa con los adelantos de la medicina? El virus burla a los investigadores. Dicen que se ha desatado una carrera despiadada por ser el país primero que tenga la vacuna. Ofrecen cientos de millones de dólares a los científicos. No se dan cuenta de que esa misma ambición fue la que creó el virus.

Han comenzado a disputarse los ventiladores mecánicos, las mascarillas, y es un conflicto entre países. Grave el asunto.

Acá en nuestro país el tema está lleno de folclore. Comienzan a circular noticias de que grandes personalidades han muerto. Algunas veces son verdad, pero otras no.

Han impuesto una cuarentena que ha dividido el país en dos. Los del interior no quieren viajes de autos, ni buses con gente de acá. Pero no se detienen a pensar que se trata de sus propios familiares.

Con agrado veo que la bella ha separado sus manos del pasamanos que siguen el ritmo de la cadena sin fin llena de escalones metálicos impulsada por un motor eléctrico. En cierto modo mi vida ha sido esa, un continuo dar vueltas sin llevarme a ningún sitio.

Ella me espera y nos reunimos allá arriba y comenzamos a caminar juntos. Pude oír su agradable voz y cómo asomaban sus senos por la chaqueta escotada que vestía. Me dijo que me conocía y que me había visto algunas veces subir al tren. Lo tomaba una estación anterior a la que yo siempre usaba. Pero que nunca había podido saludarme.

Es tan dulce. Es la chica de mis sueños. Sabía que alguna vez tendría que ser. Que caminaría al lado de una como ella. No he tenido suerte con el amor, ni con los trabajos. En todos los que he tenido terminan despidiéndome. Dicen que soy un soñador y que me quedo pasmado pensando, viendo fijamente a la pared y todos notan que descuido las tareas. Que no le caigo bien a nadie. Que no fabrico puentes, y que soy incapaz de relacionarme bien. Es que me desagradan las idioteces que hablan y cómo los celulares son más importantes que la presencia de sus compañeros.

Pero ella no es así. Hasta ahora no se me hace raro que se fije en un tipo como yo. Pero será por los de estos tiempos. Vivimos momentos difíciles. ¿Es que no tiene a nadie a su lado? Qué suerte, una chica tan bonita sola en el metro.

—¿Y tu mascarilla? No llevas mascarilla. Habrá que conseguirte una. No podemos andar en la calle sin mascarillas.

La garganta me arde, toso y se me dificulta respirar. Precisamente ahora que ella acepta estar a mi lado la enfermedad lanza un ataque. Qué tristeza la de mi vida, pero a ella parece que no le importa mi estado febril ni que llegara extenuado a la salida del metro. Afuera brilla un sol del verano, pero más allá se forman nubes de tormenta. Hay muy poca gente pues se ha declarado una cuarentena total, las estadísticas son avasallantes, más muertos, más contagios. Toso y ella me sostiene. Oigo que me dice que con calma, que todo pasará. Casi no puedo sostenerme, pero me brinda su apoyo. Toma mi rostro, aparta mi mascarilla y me besa, y yo caigo al pavimento.

Dos guardias vienen a recogerme del piso y entonces ya no la veo. ¿Dónde está? Toso y toso y no paro de toser. Se nubla mi mente, los guardias no se atreven a acercarse. Ella sí lo hará. Ella me llevará a mi casa y allí volveré a estar bien. Pero no la veo.

¡Noooo laaa veoooo!

Autor
Andrés Villa

Ciudad de Panamá. Relacionista público del sector turístico, económico y deportivo.

Se esmera en recoger la historia, las vivencias y las tradiciones de la ciudad y del país en sus ficciones literarias.

Ha escrito novelas como 'La Nueve, una denuncia contra la violencia social', y otras históricas como 'Correoso: arrabal ardiente', 'Runnels: el verdugo de Panamá' y '9 de Enero. La novela y crónica de los 100 años del Canal de Panamá', que de forma sarcástica celebra la fecha.

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