El Vigilante

Actualizado
  • 09/01/2021 00:00
Creado
  • 09/01/2021 00:00
Cuentos y Poesías del 9 de enero de 2021

Rodrigo era un joven tranquilo, metódico y observador, pero su neutral catadura lo hacía parecer indiferente a los ojos de los demás. Esa confusa proyección de sí mismo jugaba en su contra para que las personas eviten con él un trato amigable y espontáneo, como normalmente surge cuando te topas con alguien en el mismo lugar. Por eso era normal que permaneciera solo durante sus rutinas de ejercicio en el gimnasio, algo a lo que él no le daba mayor importancia porque antes de participar en las tertulias del gimnasio, él prefería terminar su rutina sin interrupciones.

Disfrutaba sanamente de casi todo lo que hacía y su intrínseca capacidad para percibir detalles que otros obviaban, le convertía en una persona asertiva en sus apreciaciones. Se establecía hábitos para aprovechar mejor el tiempo y los cumplía con un acendrado rigor. En ellos incorporaba salirse de la norma al menos un día a la semana para disfrutar del ocio, el desorden y la mala alimentación. Entendía que lo perfecto es enemigo de lo bueno y hasta la Naturaleza, que era lo que más admiraba, estaba llena de imperfecciones, oquedades y misterios sin por ello dejar de ser hermosa y mayestática.

Tenía una alta valoración del tiempo porque estaba convencido de que su finitud lo convertía en un bien muy apreciado, por ello, trataba de aprovecharlo al máximo escarbándole minutos para realizar las actividades que le gustaban. No por eso olvidaba que debía invertir una parte del mismo en el trabajo y aunque a veces tenía dudas de que su desarrollo se correspondiera de manera directa con lo que era su verdadera vocación profesional, no profundizaba, por aquello de utilizar eficientemente el tiempo, en dilemas que consideraba estériles y simplemente trataba de llevarlo a cabo lo mejor posible. También debía participar en charlas, seminarios y eventos sobre temas de interés corporativo y coaching ejecutivo, momentos en los que se entusiasmaba y por un minuto llegaba a cuestionarse si debía ser más sociable y dicharachero como lucían los conferencistas. Sin embargo, al transcurrir ese minuto, su innata capacidad de observación le permitía darse cuenta de los enormes esfuerzos que hacían los conferencistas más avezados en el arte de la simulación y entonces perdía el interés.

Era muy apreciado en su trabajo ya que no tenía dobles discursos ni intenciones ocultas. Las personas podían depositar toda su confianza en él. Sabrina, su asistente, una joven estudiante del último año de Economía, era competente y leal. Ella valoraba no solo la integridad de su jefe como persona, sino también lo paciente que siempre había sido para enseñarle prácticamente todo lo que sabía del trabajo. Era muy aplicada en sus estudios porque con ello quería enorgullecer a su madre quien la había criado prácticamente sola. Su padre con frecuencia estaba ausente debido a las obligaciones que su trabajo le imponían, aunque siempre la había asistido económicamente. Cuando coincidía con su jefe a la hora del almuerzo, a veces tocaba ese tema con cierta amargura y Rodrigo la escuchaba sin interrumpirla para sugerirle a continuación que no juzgara con tanto resentimiento a su padre porque eso le hacía daño. Ella entonces decidía honestamente poner de su parte, pero al pasar los días la rabia volvía a aparecer.

El apartamento de Rodrigo era cómodo y pequeño. Estaba decorado con pocas cosas en estricto orden y limpieza. Acostumbraba dejar las cosas del día siguiente preparadas en la noche, de esa manera podía empezar temprano sin retrasos. Cada mañana llegaba al gimnasio y después de estacionar, saludaba cortésmente al vigilante del estacionamiento, quien siempre lucía un elegante uniforme, el cual, desde el punto de vista de Rodrigo, no era apropiado para ese trabajo ya que en esa área del edificio, el calor normal de la ciudad se exacerbaba debido a la escasa ventilación que ofrecían las angostas mansardas del techo y al calor extra generado por los motores de los coches. Si él sentía un alivio cuando recibía la oleada de aire fresco al abrirse las puertas del gimnasio después de caminar un cortísimo trayecto, entonces se preguntaba cómo sería la tortura diaria para aquel señor que vigilaba el estacionamiento.

Generalmente al salir se iba sin mayores dilaciones para llegar puntual a la oficina, sin embargo ese día había escuchado un mensaje de Sabrina donde le informaba que el primer cliente de la mañana había cancelado la cita. Desaceleró entonces su ritmo. Llegó al coche y abrió la puerta de atrás para soltar su mochila, y cuando se disponía a girar para buscar la otra puerta se volteó instintivamente y allí a corta distancia vio que pasaba el vigilante con la cabeza gacha y un caminar lento que evidenciaba la rémora de ir acompañado con el arrastre de uno de los pies. Quedó suspendido el tiempo por unos breves segundos durante los cuales el vigilante se percató de que él lo veía e inmediatamente se enderezó y caminó con más soltura, no sin antes realizar un gran esfuerzo, solo perceptible en los profundos contornos blanquecinos que producía la contracción de los músculos del rostro que reflejan el dolor. Rodrigo le quitó la vista de encima para aminorarle el esfuerzo y salió rápidamente del estacionamiento.

Se quedó con aquella imagen del viejo que pergeñaba algunos pasos para tratar de distraer la atención del foco de su discapacidad y sintió pena ajena. Cada mañana, en disimulada observación, buscaba nuevos datos del vigilante y la consecuencia de ello es que se había dado cuenta que nadie más que él lo saludaba y le prestaba un poco de atención, lo cual le parecía por momentos que era de su agrado porque trataba de pasar desapercibido. Era como si estuviera viendo a un fantasma de los que salen de los antiguos arcones en los cuentos de hadas, aunque en este caso, estaba seguro de su existencia. Un día que había llegado más temprano al gimnasio, coincidieron en la entrada y aunque al principio no lo reconoció porque llevaba traje y corbata, a continuación lo vio entrar en la caseta de vigilancia para realizar el cambio de guardia con su compañero. Esas cosas que le parecían extrañas alimentaban su curiosidad y le afinaban los sentidos, por ello, en otra ocasión buscando ver el nombre en la identificación del uniforme, se acercó deliberadamente cuando le pasaba por un lado, sin embargo, no pudo leer nada porque lo sorprendió escuchar los fuertes estertores sibililantes que se producían cuando respiraba.

Pasaron varios días sin mayores novedades y últimamente el desarrollo de un proyecto le estaba absorbiendo mucho tiempo por lo que había decidido cambiar temporalmente los ejercicios matutinos por unas caminatas nocturnas en el parque frente a su casa. En la oficina el trabajo había estado intenso aunque no por eso cesaron las cortas conversaciones que sostenía con su asistente quien, en una de ellas, le había comentado que en esta ocasión sí estaba logrando el cambio que él siempre le había aconsejado respecto a la visión que tenía de su padre y por eso le estaba muy agradecida. Él le hizo saber que estaba complacido por su esfuerzo.

A su regreso al gimnasio unos días después, observó que no estaba el vigilante. Pensó que quizá se habría retirado finalmente y esa idea le gustó, además, sin verlo a diario le resultaría más fácil no seguir involucrándose. Se conocía y sabía que seguiría buscando respuestas a las varias preguntas que se había formulado mientras lo observaba. Llegó a la oficina y apenas tuvo tiempo de saludar a sus compañeros porque debía llegar a la sala de juntas para una reunión. Entre ofertas y negociaciones transcurrió toda la mañana. Almorzó con los directivos, jornada que normalmente se prolongaba hasta bien entrada la tarde porque la costumbre era continuar discutiendo sobre los temas tratados en junta. Antes de irse, a pesar de que ya era tarde, pasó por su oficina para asegurarse que no quedaba nada urgente sin ser atendido y sobre su escritorio vio una nota de Sabrina. Ella le decía que había ido al hospital y esperaba regresar antes de la hora de salida, sin embargo eso no sucedió. Rodrigo que había silenciado su teléfono durante la reunión tal y como se lo imponía a su personal, lo revisó y en efecto tenía un par de llamadas de Sabrina. La llamó sin recibir respuesta y decidió acercarse al hospital ya que le quedaba en el camino a su casa.

Era un hospital bien equipado con largos pasillos pulidos donde el blanco se reflejaba en todas direcciones produciendo una sensación de elegancia sanitaria que invitaba a recorrerlos, sin embargo, Rodrigo se detuvo allí por unos minutos. Observaba el movimiento silencioso del personal, vio camillas, pacientes, uniformes y equipos que iban y venían. Le dio la impresión que todo estaba como suspendido por hilos invisibles y se sintió incómodo, así es que se dirigió al puesto de información y cuando se disponía a preguntar, vio a Sabrina en una de las salitas de espera. Estaba llorosa y desencajada. Cruzaron miradas y ella se le abalanzó para quedar fundida en un fuerte abrazo. Rodrigo que no era muy dado a las expresiones afectivas tan efusivas en lugares públicos, se quedó paralizado sin poder reaccionar. Era incapaz de rechazarla ante el sufrimiento que sin duda sentía. Esperó que se fuera tranquilizando y finalmente logró sacarla de allí hacia la cafetería donde podría contarle con más calma lo que le pasaba.

Entre llantos cortos y suspiros, Sabrina le fue contando que Marcos, y allí se detuvo y corrigió para referirse a él como su padre, había muerto esa mañana después de una larga enfermedad de la que ella no tenía conocimiento. Le comentó que la gerencia de la corporación para la que había trabajado tanto no había venido. ¿Cómo era posible que su padre no tuviera apoyo de la corporación? Su ingreso al hospital ya para morir había dejado en evidencia que su seguro de salud era muy precario. De nuevo comenzaba a llorar con desconsuelo y cuando pudo tomar aire, continuó diciéndole que su padre consciente del desenlace final, le había pedido al médico de urgencias que le entregasen a ella el certificado de defunción para que pudiera cumplir el trámite necesario y cobrar el seguro de vida que, a diferencia del de salud, sí era suficiente.

Rodrigo estaba mudo. La veía con cariño y compasión porque sentía que había culpa en sus afirmaciones. En un momento que se hizo el silencio, él le habló sobre el tiempo que necesariamente requería para asimilar con naturalidad el duelo evitando hacer referencia a los sentimientos dolorosos que sabía perfectamente la atormentaban. Con cada pausa que hacía, ella lo veía y sus enormes ojos, ahora enrojecidos y rodeados de párpados hinchados, hacían un enorme esfuerzo por no desparramarse en lágrimas nuevamente. Suspiró y le agradeció todos los consejos del pasado porque le habían permitido acercarse a su padre e irle perdonando sinceramente. Incluso había tenido la oportunidad de ofrecerle un último remanso de corta y profunda alegría. Rodrigo no sabía qué decir. No estaba acostumbrado a la sinceridad tan descarnada del prójimo y, sin embargo, esta vez se sintió tan gratificado que le dio un poco de vergüenza porque ella estaba alimentando con creces su ego. Bajó la mirada para que no se le notara la complacencia que sentía en un momento tan duro para ella y a continuación se puso de pie y la animó a que hiciera lo mismo. Debían ir a la capilla del hospital donde su padre aguardaba que se cumplieran los requisitos necesarios para su cremación.

La sobriedad de aquella mínima capilla lo conmovió. A cada lado tenía pequeños vitrales que permitían la entrada de luz en formas multicolores que bañaban la figura del padre de Sabrina. Al fondo estaba el pequeño y sencillo altar de madera que, puesto al frente, parecía dirigir la orquesta de sillas vacías. El conjunto daba al lugar un aspecto ceremonioso que les encogió el corazón. Se acercaron al cuerpo que estaba delicadamente cubierto con una tela cuya preciosa caída permitía adivinar la figura del cuerpo que cobijaba. Sabrina la retiró descubriéndole el rostro y en ese instante Rodrigo obtuvo todas las respuestas: Marcos era el nombre y Sabrina la razón de ser de aquel viejo y enfermo vigilante.

Autora
Ana María Rotundo Pérez

Nació en Caracas (Venezuela) y reside entre Panamá y España.

En 2018 realizó varios talleres literarios dictados en la Universidad de Panamá. En 2018 creó el blog www.elalmanotienegenero.com.

En 2009, la editorial Caligrama publicó su primera novela “La espiral de Enós”, donde el protagonista es la contradicción, la dualidad, el debate interior del ser humano.

Actualmente trabaja en su segunda novela.

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