Así lo confirmó el viceminsitro de Finanzas, Fausto Fernández, a La Estrella de Panamá
- 07/08/2011 02:00
La ciudad de Chengdu es una grata sorpresa para sus visitantes. Con casi 11 millones de habitantes, no es considerada por China como una ciudad grande. Sin embargo, para cualquier otro país estamos hablando de una gran urbe.
El centro es muy animado y colorido, con grandes espacios comerciales, algunos dedicados a marcas harto conocidas y diseñadores exclusivos. La arquitectura ofrece modernidad y los neones compiten con espacios como los de Times Square en Nueva York, o los del centro de Hong Kong.
En medio de grandes avenidas plagadas de automóviles, motos y bicicletas, se encuentra uno con hermosas plazas, algunas de ellas con fuentes danzantes, espacios que aprovechan sus habitantes para relajarse y compartir en familia.
UNA ÍNTIMA Y ORIGINAL
Toda esta modernidad contrasta con una calle en la que los tejados con puntas sobresalientes y faroles rojos son la tónica.
Allí se encuentran algunos restaurantes, casas de té y casas de ópera, estas últimas ofrecen a los visitantes, tanto de otras localidades de China, como extranjeros, una mirada interesante sobre su cultura.
El lugar es atravesado por ríos sobre los cuales resaltan algunos puentes, también de hechura tradicional. Este es uno de los lugares donde se sigue presentado tanto a nacionales como extranjeros: la famosa ópera de Sichuan, tradición que nació hace ya 2 siglos, justamente en esta ciudad.
No son válidas las comparaciones con una ópera occidental. No se presentan en grandes teatros con butacas aterciopeladas, no es necesario echarse el baúl encima, nada de trajes largos, ni perlas, ni corbatas negras. Tampoco habrá champaña ni vino tinto en el intermedio y la gorda no cantará al final.
Aquella noche el tránsito estaba un poco congestionado. Una leve llovizna caía sobre la ciudad mientras en una angosta calle, los buses que transportaban a los turistas buscaban un espacio donde estacionarse. Fuera del bus, con paso apurado, seguíamos una fila que nos llevaría a la casa de ópera, lugar con un vestíbulo modesto que al entrar dejaba ver un enorme patio, cubierto con un techo de zinc adornado con cientos de lámparas tradicionales rojas y rodeado por algunas edificaciones que albergan oficinas, tiendas de souvenirs, la cocina y los camerinos. Al fondo, aun apagado, se ubicaría el escenario. El lugar carece de butacas numeradas. Ordenadas en hileras se ubican sillas individuales de madera, muy cómodas, por cierto, algunas de ellas con una pequeña mesa al frente.
En esa mesita se ubicaría una taza con cubierta con su contenido de hierbas, esperando por el agua caliente, responsabilidad de meseros que portan teteras que tienen un pico de más de un metro de largo y que lo hacen sin derramar una gota.
Más adelante llegarían unas bolsas de maní (con su cáscara), algunas cervezas y para aquellos con más apetito, un bol con fideos para el cual hay que desarrollar habilidades con los palillos pues no cuentan con tenedores.
EMPIEZA EL SHOW
La noche dio inicio con la aparición de músicos interpretando con instrumentos tradicionales una especie de obertura. Una música bastante enérgica en la que sobresalen una corneta y percusión, sobre todo de platillos. La pieza dio paso a una solista acompañada por un grupo coreográfico.
El sonido de las gotas de agua sobre el techo desapareció, luces de colores dieron vida al escenario. La ópera había comenzado. Pero para sorpresa de algunos de nosotros, principiantes en estas actividades, no presenciaríamos una obra completa, más bien, números aislados presentando diversas disciplinas.
Una maestra de ceremonias presentaría, primero en chino y luego en inglés, a cada uno de los participantes. Así, después de la solista se presentarían expertos en el arte de las marionetas, unas muñecas tan gráciles que parecían moverse por sí mismas.
Veríamos más adelante a un joven cuya especialidad es el teatro de las sombras: una fuente de luz proveniente del fondo del escenario proyectaría en una pantalla blanca las manos del artista tomando la forma de un conejo, un perro, un loro, en fin... También escucharíamos algunos solos, por parte de virtuosos instrumentistas tradicionales y reiríamos también, gracias a un sketch cómico de una mujer que reta a su marido a realizar habilidades de equilibrio con una lámpara encendida, disciplina conocida como gundeng.
Para el final, como es costumbre, se dejaría lo mejor. Capas y amplias mangas ondean en coreografías llenas de color y movimiento. En escena aparece un personaje que escupe fuego (tuho) y bailarines cuya especialidad es cambiar de máscaras sin que la audiencia a penas lo note (bianlian). Seguido al cambio de colores en el rostro de los bailarines, se escuchaba una exclamación de asombro por parte de la audiencia. El cambio de máscaras es uno de los espectáculos más famosos en toda China, no en vano.
El espectáculo llegó a su fin, todos los artistas salen a escena a cobrar sus merecidos aplausos, la ovación se va disipando mientras la sala se desocupa poco a poco.
Algunos visitantes buscan la oportunidad de hacerse de un souvenir, algo que les traiga a la memoria el buen rato que acaban de pasar. Un entusiasta tal vez compre una flauta o una máscara. Los demás, se conforman con haber llenado la mente y el alma con tantos colores y sonidos diferentes y salen con una sonrisa en los labios.
Sigue la llovizna mientras el bus nos lleva al hotel. En el camino empezamos a ver nuevamente los altos edificios y sus luces de neón.