El trago quemante de la pérdida

Actualizado
  • 01/06/2014 02:00
Creado
  • 01/06/2014 02:00
¿Dónde está mamá? ¿En los ojos de los cantineros? ¿En la goma que me da cuando bebo de más?

Mamá, hay un escritor español de apellido Umbral cuya madre murió cuando él era muy chico. En alguna parte de su biografía, este señor Umbral escribe, como arrepentido (palabras más, palabras menos), que se ha pasado la vida entera haciendo literatura del cadáver de su madre. Al leer aquello, me fui al cementerio donde la enterramos, mamá, me paré frente a su tumba, al pie de los marañones y le prometí que nunca haría lo mismo con usted; jamás la convertiría en palabra, en música o poesía, no caería en semejante bajeza, propia del ego de un artista con ganas de gritar sus penas y carencias (el cabrón yo, yo y más yo).

Pero, mamá, ya ve usted, no he sido capaz de cumplir mi promesa. Ya está usted en poemas y canciones. Es una vergüenza que incluso después de su muerte mi palabra valga tan poco. Déme, madre una segunda oportunidad, se lo pido; pero antes, por favor, déjeme preguntarle, tranquilo y sin jolgorio, ¿dónde está, mamá, dónde? Verá, lo que más me jode es pensar que usted no está en ningún sitio, que se acabó para siempre. No lo acepto, en algún sitio debe estar.

¿Dónde, dónde, mamá? ¿En el trago de ron? ¿En el ceviche? ¿En las cuerdas de mi guitarra? ¿En la tinta de mi pluma? ¿En las gaviotas que en la playa pescan, o en los peces que se comen las gaviotas? ¿En el volcán que espera? ¿En el bramido de los terneros que pastan en los potreros que rodean el cementerio? Dígame, mamá, ¿dónde? ¿En el sueño, en la pesadilla? ¿En el miedo? ¿En las turbulencias que sacuden los aviones que de vez en cuando tomo para escaparme de esta tierra mía que a veces me ahoga, que a veces me da vida y trova, que me da aguardiente y hierba, abandono y risa?

¿Dónde está, mamá? ¿En los pesebres de diciembre? ¿En los cantos de las posadas? ¿En los juguetes de madera? ¿En las chorizas que aún hace mi tía; en los hojaldres, en las carimañolas que me como para que mi ser se llene de campo y monte? ¿Está en la sopa de carne? ¿En el ñame? ¿En los plátanos que sembró en el patio de la casa? ¿Está en las canciones que aún no me atrevo a componer? ¿En las palabras que no tengo el valor de escribir? ¿Está en los bosques blancos?

¿Dónde, mamá, dónde? ¿En los ojos de los cantineros? ¿Dentro de mí? ¿En la goma que me da cada vez que me bebo unos tragos de más? ¿En el fuego de mi pecho? ¿En el hambre de la muerte? ¿En el cortar de venas y la rabia? ¿En el corretear de sus nietos? ¿En los pelos de mi rostro? ¿Dígame, dónde? ¿En los dientes picados de mi padre? ¿Está usted, mamá, en las ganas que a veces me entran de irrumpir, con machete y galón de gasolina en mano, en el hospital y rastrear la cama blanca y helada — sola, tan sola— en donde usted murió, y entrarle a machetazos a la puta cama, y luego meter uno a uno a los doctores en un cuarto y apilarlos como pollos y regarles la gasolina encima y prenderles fuego? ¿En el odio, mamá, en el odio? No, yo sé que no; sé que jamás el odio. Usted, mamá, está en el perdón. La encontraré, sonriente y joven, en el perdón. Solo deme tiempo para llegar a él.

MÚSICO Y POETA

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