El último ‘doctor de las tijeras'

Actualizado
  • 25/09/2016 02:00
Creado
  • 25/09/2016 02:00
Una enfermedad lo bajó de la bicicleta. El silbido de su flauta paró de sonar. 

Por las calles de Bella Vista y San Francisco, un silbido agudo ha dejado de sonar.

Hoy permanece en la memoria de los vecinos. El pitido se escuchaba a pesar del zumbido de los autos, el fragor de las construcciones, el alboroto de perros al ladrar.

Era el sonido de una flauta que hacía eco sobre el concreto. Al oírlo, las encargadas del cuidado del hogar abrían gavetas, lavaban los cubiertos, juntaban tijeras y cuchillos, sabían que el sonido anunciaba la llegada del señor Enzo, el radiante ‘doctor de las tijeras'.

ENZO IRAL BORGHISIANAFILADOR

‘EL GOLPE ES CUANDO NO PUEDES HACER MÁS TU OFICIO. POR ESO PIENSO, BUENO, ES LA HORA DE MORIRME...'

Con un soplido, seis notas musicales anunciaban la identidad de un oficio común en Latinoamérica. Afilar cuchillos es una forma artesanal de ganarse la vida. También es un trabajo, noble e informal, que retrata de pies a cabeza una época distinta a la que vivimos ahora.

A Enzo lo despertaba el sol tocando su ventana. En una posada del Casco Antiguo, el perfume de la mañana era testigo de su rutina como afilador. Se alistaba, flauta en el bolsillo de la camisa, y salía a pedalear en su bicicleta.

Hasta hace unos meses la brisa de la bahía rozaba su barba y cabellos blancos. La ruta empezaba por la Avenida Balboa, una imagen casi surreal: el último afilador de cuchillos de la ciudad pedaleaba con los edificios de un primer mundo de burbuja en el fondo. La presencia del ‘doctor de las tijeras' era un rumor para los rascacielos.

Unas calles más adelante, rompía en bicicleta la costra moderna de la capital. Se adentraba al barrio de Bella Vista y zonas residenciales de San Francisco, donde las puertas se abrían al oírlo.

DESTREZA PUNTIAGUDA

‘En los años que tengo entre España y Estados Unidos, no he conseguido afilador como Enzo porque él respeta la hoja del cuchillo', dice Pedro Masoliver, chef español de Café Balear.

Días antes de esta conversación con La Estrella de Panamá , el chef catalán llevaba tres meses sin recibir la visita de ‘el doctor de las tijeras': un diagnóstico médico le impide salir a la calle.

Describe a Enzo como un tipo con chispa. Educado, ocurrente, divertido, siempre tiene un tema de conversación con los vecinos de Bella Vista y San Francisco.

Masoliver nunca lo llamó al teléfono. Enzo llegaba solo cada mes a sacarle filo a los cuchillos de sus cocineros. ‘Al menos para mí, era garantía de duración del cuchillo', admite el catalán.

Los dueños de restaurantes como Masoliver lo invitaban a quedarse a compartir almuerzo. Hoy, el chef se encarga de enviarle una comida diaria a la posada donde descansa el afilador retirado.

Otros dueños refrescaban la afilación con una cerveza o dejaban que el humo de un cigarrillo, un habano, ambientara sus anécdotas.

Enzo continuaba la jornada pedaleando. Cada vez que se abría una puerta en el barrio, silenciaba aquel silbido agudo y estacionaba su bicicleta en la acera.

Había construido su propia herramienta de trabajo. Le quitaba el caucho al aro trasero y colocaba una base de metal que impedía que la llanta toque el suelo. Conectaba ese aro con la piedra afiladora usando una correa de jebe y se volvía a subir.

Sobre ese pedaleo estacionario, sobre el giro de la piedra afiladora, Enzo paseaba los objetos punzocortantes y les devolvía la vida. Se había bautizado a sí mismo como ‘el doctor de las tijeras y cuchillos'.

Delante del timón llevaba un papel blanco que advertía sus tarifas por afilada. Cortadores de césped, tres dólares. Cuchillos eléctricos y machetes, dos dólares. Tijeras de jardín y cuchillas de moledoras, uno con cincuenta. Tijeras de modistería, tijeras de barbero, cuchillos de cocina y alicates de manicure, un dólar.

Masoliver recuerda que Enzo, hoy alejado de las calles, era muy bueno porque además reparaba los mangos de los cuchillos, los hacía de madera y le ponía los tornillos que se caían.

‘RARA AVIS'

El último afilador de la urbe empezó a trabajar hace 35 años en la capital panameña.

Había nacido en Rosario, Argentina. Vino al trópico junto a un amigo que le había enseñado el oficio en su tierra natal. Huían de la crisis.

Hoy, a sus 74 años, parado en una esquina con su título de afilador por ahora en remojo, comenta con unos vecinos de Bella Vista que tocaba la armónica de plástico en la Plaza San José de Flores, en Buenos Aires. Pero cuando la gente volteaba a verlo él se escondía entre los árboles porque le daba pena el trabajo como afilador.

La historia fue distinta en el istmo. Aquí su presencia era aplaudida en cada esquina, es un personaje lejos del anonimato, sobre todo en el emplazamiento histórico al que llegó por primera vez, aquel que convirtió en su hogar y en el que hoy vive retirado: el Casco Antiguo.

Manuel Marín hijo, recuerda que pasaba todos los días platicando con el señor Enzo. Marín administraba la posada en la se quedaba el ‘doctor de las tijeras y cuchillos', donde había dormido su primera noche en Panamá.

Le gustaba el buen vino y la buena comida, pero también cocinar. Marín recuerda que el afilador también tenía mano para el asado argentino y le enseñó a prepararlo.

El amolador tiene ascendencia gallega, por eso cuando llegó al Casco —en esa época llamado ‘Catedral'—, se sentía en familia. Había un grupo de gallegos muy unido, entre ellos el padre de Marín, tenían varios negocios. Compartían vino, comidas, largas tertulias propias de una sobremesa española.

En sus ratos libres, al amolador le gustaba afilar el pensamiento. ‘Él fue el que me instruyó a leer el libro Martín Fierro ', dice Marín. Era un afilador sui generis. Él mismo se describe como un ‘rara avis', como una persona distinta al resto.

Nunca se casó. Tampoco tuvo hijos. Por eso resulta curioso que Marín recuerde aquel título literario: Martín Fierro es la historia de un gaucho trabajador, de carácter pacífico, independiente, valiente, conocedor de sus actividades, pero ante todo solitario.

‘Mi gloria es vivir tan libre, como pájaro en el cielo; no hago nido en este suelo (...)', dice un extracto del poema narrativo escrito por José Hernández, como si fuese un breve presagio de lo que hoy vive el señor Enzo.

‘El afilador de cuchillos es una profesión artesanal que ya pasó. Ya no cabe en nuestros días porque hay afiladores automáticos. Eso era parte de lo que era la vida de barrio, persona a persona. Eso ya se perdió', se lamenta Marín.

La ‘desaparición' de Enzo, el último afilador en la ciudad, punza nuestra memoria porque nos recuerda el trato humano, la figura del vecino, la del amigo de barrio.

Lourdes, una vecina de Bella Vista gestora de la ayuda para el señor Enzo —como la comida que dona Masoliver—, dice que observa en el afilador un último chispazo en sus ojos: tener un taller para enseñarle a los jóvenes la técnica correcta de amolar objetos punzocortantes.

‘Ahora me he comprado una piedra y le doy piedra para afilarlos, pero cuando le dejo la piedra a los pelaos, el cuchillo se desaparece en 15 días', lamenta Masoliver la falta de un buen afilador.

¿Podría, entonces, competir esta tradición con la tecnología de lo automático?

‘La persona que te da algo o te anima con algo, generalmente, lo hace por egoísmo. Te doy algo para sentirme bien yo. Tú quieres que el tipo se sienta bien, pero también tú te sientes bien, es una forma de egoísmo, sublimado. Hago mal en decirlo, pero es lo que pienso', dilucida hoy el señor Enzo, frente a Lourdes y su esposo.

Son declaraciones afiladas. Pero las pronuncia —como todos lo describen, ‘de palabras justas'— para diferenciar a las personas que desean ayudar de verdad, del resto.

En una calle de Casco Antiguo, Enzo recuerda que lo han buscado para películas, para reportajes, ha salido hasta en una revista de curas, dice. No es un santo, como nadie, pero pocos voltean a ver hoy su historia, que no solo es un ejemplo de buena atención y trato humano, sino también el adiós a una tradición y una época extinta, parte de nuestro patrimonio humano.

CAMINATA

La ruta del señor Enzo

El próximo domingo, 2 de octubre, se realizará una caminata que recorrerá algunos de los lugares que solía visitar ‘el último afilador de la ciudad'.

Se trata de una iniciativa del emprendimiento OpenArtsPTY, organización que se dedica a la articulación cultural.

Uno de sus proyectos se llama ‘mapa culturoso'. El objetivo de esta creación es ‘resignificar o expresar nuestros espacios a través de la cultura', según Lyann Leguisamo, directora de la organización.

En este mapa entran las expresiones vivas de patrimonio, como es el caso del señor Enzo. Todas estas características definen la comunidad que habitamos, pero muchas veces no se manifiestan o se pierden porque nadie las documenta. Allí entra la labor del mapa.

Con el hashtag #larutadelultimoafiladorPTY este recorrido intenta presentarse como una proclama sobre el derecho al trabajo, a tener una vida económica digna desde un emprendimiento cultural, ya sea afilar cuchillos o cocinar.

‘Pensamos en mostrar esta historia y que no se repita, que la gente se profesionalice y que piense en el futuro, sobre todo si pertenece al cuerpo del emprendimiento cultural', añade Leguisamo.

Durante la ruta, se facilitará la historia del señor Enzo, su legado y el apoyo que le ha dado la comunidad frente a los problemas de salud que ahora presenta.

De acuerdo con los vecinos, el diagnóstico médico significó un peso muy grande para el señor Enzo, puesto que lo bajó de la bicicleta y le planteó el hecho de sentir que no podía trabajar ni aportar a la sociedad.

Aunque entre sus amigos más cercanos están Pedro Masoliver y Manuel Marín hijo, los vecinos continúan uniéndose para apoyar al último afilador en la urbe.

PATRIMONIO

Un oficio al filo de la extinción

En algunas partes de Latinoamérica, los afiladores pasean con una sola rueda gigante. En otras latitudes lo hacen en moto, con la piedra afiladora sobre la llanta trasera.

En España, según el chef catalán Pedro Masoliver, los afiladores se organizaron y lograron abrir puestos cerca de los mercados: el cliente va, deja los cuchillos o tijeras, compra en el mercado y al volver tiene todos sus cubiertos afilados.

En publicaciones argentinas, país en el que nació Enzo ‘el doctor de las tijerasy cuchillos' y el último afilador en Ciudad de Panamá, se hace referencia a que la costumbre vino de mano de inmigrantes italianos.

Por su parte, Miguel Marín hijo recuerda que antes en Catedral (como el afilador ‘Chong') era una práctica común, pero fueron desapareciendo. El último era Enzo.

Ahora, una enfermedad lo mantiene sin pedalear, sin repartir el silbido agudo de su flauta roja y sin afilar cuchillos en Bella Vista.

Con su retiro, la ciudad le dice adiós a otra tradición que quedará en la memoria.

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