La peregrina peruana y su ‘papá' boqueteño

Actualizado
  • 25/01/2019 01:00
Creado
  • 25/01/2019 01:00
Arribó a Panamá con las cicatrices dejadas por un hogar disfuncional, tras encontrar refugio en las expresiones artísticas. Acá, en la pre-Jornada Mundial de la Juventud, halló otro tipo de sanación: la del hogar

Intercambian palabras, entusiasmo, chicle. Celebran, conversan y caminan. Ondean las banderas de sus respectivos países. En su cantos se autoproclaman como la ‘juventud del papa'. Corean, pero no precisamente para el papa Francisco, quien se encuentra en Panamá, como el anfitrión de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Cantan para ellos, para los otros peregrinos que han llegado de México, Uruguay, Chile, Canadá, Estados Unidos, Polonia, Perú, etc.

Cantan porque son jóvenes, porque su energía es incontenible, porque la opción de quedarse quieto o callado no es, en verdad, una opción. Eso es para la iglesia, no para las calles de la ciudad de Panamá, que por estos días bulle en peregrinos, en una especie de carnaval católico, una comunión festiva oficiada por jóvenes creyentes y que se vive entre color y risas.

Los peregrinos de la JMJ, que arrancó el martes pasado y finalizará el próximo domingo, están en incesante movimiento. Corren por las escaleras del metro, van por la aceras rasgando guitarras, sonando bombos. Cargan agua y gorras para protegerse del sol. Hablan, gritan, miran, sonríen. Toman fotos de los barcos que entran en el Canal, de los otros peregrinos que pasan.

Entre ellos, está Elena Salsavilca. Elena es peruana, vive a dos horas de Lima. Durante tres años ha trabajado para esto, para participar en otra JMJ.

‘Y esta semana sentí eso, sentí que Dios hizo un hermoso regalo en esta JMJ; la familia que me acogió en Boquete era una pareja de 60 años, y Charls me dijo: ‘yo seré tu papá por ocho días'. Y sentí eso: como un padre quiere a una hija; él me regaló eso, ser mi padre por ocho días; y Liset, su esposa, fue mi madre por ocho días',

Todavía recuerda la anterior, en Cracovia: un lugar llamado Wadowice, donde nació Juan Pablo II, que fue papa, al igual que Francisco. Allí entendió la razón por la que cada tres años se organiza la JMJ en algún lugar del mundo. Es algo que Karol Woytila, que crecería para convertirse en papa, soñó desde muy joven: un espacio, un lugar, un cita donde vivir la fe. Su sueño abarcaba toda la creación, gente de diferentes idiomas hablando una sola lengua, la del amor.

Después de Cracovia, Elena retornó a Perú. Se dio a la tarea de organizar un grupo de jóvenes pertenecientes a una parroquia alejada del centro de Lima. En medio de sus vidas desprovistas de ilusiones y objetivos, Elena aprovechó la base sólida de Cracovia: aquellos que habían sido bendecidos por el papa.

Una veintena de jóvenes comenzaron a prepararse para participar en la siguiente JMJ, en Panamá. Se juntaron y formaron los ‘Peregrinos Laicos'.

Recogieron dinero, prepararon su espíritu. Aprendieron que podían financiar su viaje vendiendo productos elaborados por ellos mismos, a través de actividades como la artesanía y la agricultura. También con juegos, cantos, clases de música, etc. ‘Dios brinda talentos diferentes a cada uno y la idea es desarrollar más el de cada uno, porque cada ser humano tiene uno diferente'.

Antes de ser acogida junto a la delegación peruana en la parroquia San Gerardo María Mayela, en Chanis —barrio de clase media, ciudad de Panamá—, Elena tuvo la oportunidad de participar en la pre-Jornada que se realizó en diferentes puntos del interior. En Boquete, provincia de Chiriquí, fue recibida en el hogar de una de las familias de acogida que se inscribieron. Ahí, junto a una pareja de 60 años, supo lo que era tener un padre. El suyo, con quien vivió en el Perú hasta los 13 años, siempre estuvo ausente, perdido en las drogas y el alcohol.

En Boquete conoció a Charls, quien fue su ‘papá' durante una semana, y a su esposa Liset. ‘Sentí que Dios me hizo un hermoso regalo en esta JMJ: sentir cómo un padre quiere a una hija. Él me regaló eso: ser mi padre por ocho días'. Es una experiencia que, en cierta forma, ha cumplido con las expectativas que tenía antes de venir a Panamá, de ser una más de las que cantan en el metro y las avenidas, que colman las paradas de metro y metrobús. Que esperan, conocen y ríen.

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