De tal clase, tal cultura

Actualizado
  • 14/04/2019 02:00
Creado
  • 14/04/2019 02:00
 En aquel entonces era posible formar una familia holgadamente y tener una jubilación cómoda, así que las diferencias entre clases sociales parecían atenuarse

En Panamá, hablar de ricos y pobres es de mal gusto. Mencionar a la clase media no es tan problemático, pero referirse a una persona como ‘meña', ‘raca' o ‘chacal' es evidentemente despectivo, mientras ‘yeyé', ‘cocotudo' u ‘oligarca' son palabras que para muchos denotan envidia o resentimiento. Claro que las etiquetas de todo tipo pueden ser incómodas para cualquiera, pero en Clasificaciones primitivas , los sociólogos Emile Durkheim y Marcel Mauss explican que los seres humanos comprendemos el mundo a partir de categorías, y que las clasificaciones que utilizamos reflejan las divisiones del sistema social en que vivimos. Lo anterior no significa que estereotipar sea deseable o inofensivo, pero en este caso hay buenas razones para reivindicar el concepto de clase social e incorporarlo a nuestro entendimiento de la cultura.

Pensar que hablar de clases es señal de malos modales, o que no existen, o que es un concepto desfasado en un mundo que ya es bastante más igualitario que hace siglos, son ideas que surgieron con el auge de los Estados de bienestar posteriores a la II Guerra Mundial, cuando los países de Europa Occidental y Estados Unidos gozaron de estabilidad laboral, un amplio acceso a la vivienda y servicios básicos de calidad. En aquel entonces era posible formar una familia holgadamente y tener una jubilación cómoda, así que las diferencias entre clases sociales parecían atenuarse. Más tarde, con el fin de la Guerra Fría, se fortaleció la idea de que eran cosa del pasado, o barreras subjetivas que, con el triunfo del liberalismo, cualquier individuo podría superar con suficiente voluntad y la actitud correcta.

Esta narrativa aún predomina en Occidente, pero también se extendió en Latinoamérica con la globalización y el Consenso de Washington, y es reforzada en el imaginario colectivo de forma cotidiana. Un ejemplo es la moda rápida, que permite a más personas adquirir las últimas tendencias a precios irrisorios (a costillas de miles de esclavos en países lejanos); o las compras a crédito que nos facilitan el acceso a tecnología y productos de alta gama, mientras internet y las redes sociales parecen democratizar el conocimiento y el consumo cultural, homogenizando gustos, costumbres y modos de expresión. Es lógico que las clases sociales parezcan cada vez menos relevantes cuando aparentemente todos podemos vestir a la moda, acceder a los mismos contenidos o tener un iPhone, pero no significa que estas divisiones hayan dejado de existir. Más bien son inherentes al capitalismo, y no solo como formaciones económicas, sino también culturales.

En un sentido metodológico, tener un enfoque clasista (que en este caso no tiene una connotación negativa) es fundamental para el análisis de la realidad social y el estudio de la cultura, esta última entendida no solo como expresiones artísticas o exhibiciones en museos, sino como el territorio de los significados, de las prácticas y los modos de vida, donde se cuecen los discursos y las ideologías, o donde se articula la dimensión simbólica de la vida en sociedad.

Una de las teorías más útiles para cualquiera que desee adentrarse en el estudio de la cultura es el trabajo de Pierre Bourdieu, que ve una relación indisoluble entre la estructura social y los sistemas de valores, como expresa en su concepto de habitus. Además, Bourdieu distingue entre 4 tipos de capital: económico, cultural, social y político, que respectivamente se refieren a las condiciones materiales de existencia, a los conocimientos, a las relaciones sociales y al poder que tiene un individuo en relación con su lugar en la estructura social. Los 4 tipos de capital se interrelacionan, como cuando un mayor capital económico facilita el acceso al capital cultural, o cuando un mayor capital social facilita la acumulación de capital político. Por supuesto que el asunto es más complejo, pero queda claro que no sería realista afirmar que las clases sociales ‘están en nuestra mente'.

Los Estudios Culturales también parten de un análisis clasista influenciado por el trabajo de Karl Marx, aunque se alejan de la ortodoxia del marxismo clásico y dan lugar a una rica producción que desafía la idea del espectador pasivo y consideran como textos no solo a la literatura, sino a cualquier expresión sujeta a ser interpretada, como la moda, el cine o la fotografía, además de analizar las formas de resistencia cultural presentes en las expresiones populares.

Así, las clases sociales no solo son una realidad concreta, sino también una herramienta analítica útil para la investigación académica y para la lucha social organizada. Después de todo, la cultura es un territorio en disputa. Siempre lo ha sido.

COLUMNISTA

Lo Nuevo
comments powered by Disqus