Panamá: bastimentos y riqueza virreinal

Actualizado
  • 13/04/2020 08:46
Creado
  • 13/04/2020 08:46
No fue poco el trajín de productos y obras que gracias al activo comercio a través del Istmo se produjo en el último cuarto de ese siglo

Desde la flota todos los ojos se asomaron a cubierta llenos de ansiedad, descubrían más allá de la niebla habitual en esas aguas, el perfil de una ciudad que evocaba prosperidad, doblones de oro, tierras, posesiones, anonimato. El Callao, principal puerto del virreinato peruano, saludaba con continuas salvas a la Armada del Mar del Sur que venía de Panamá. 

La profusión de disparos protocolares desde las murallas del puerto había alertado ya a la población de Lima, que esperaba a la flota desde hacía días, avisada por los pataches. Para los limeños y chalacos aquello no era un acontecimiento menor. Cartas, órdenes, provisiones, novedades y noticias amén de sangre española, rompían una distancia que se percibía como sideral. 

Lima se había volcado en el puerto, las principales casas solariegas desplegaban colgaduras en sus balcones y estandartes en sus azoteas. En medio de la plaza de El Callao, los comerciantes ya habían montado barracones y mesas móviles para hacer su granjería con la llegada de los galeones. Muy pronto los fardos de los más variados productos, llamados mercantilmente “ropa de Castilla”, se amontonarían en aquella explanada y el lugar estallaría en gritos, música y saludos. 

Un mundo de oropel, una especie de teatro de extraña fascinación, se abría a los pasajeros y a los citadinos, a los mercaderes y notarios, a los cambistas, a los prestamistas, a las tripulaciones navegantes y a los taberneros que esa noche harían correr el licor junto con las noticias -ciertas o imaginadas- de la Corte. 

Pero ese mundo variopinto y exótico debía primero agradecer a Dios por una travesía sin naufragios, ni ataques de piratas y bucaneros herejes, así, los navegantes marcharon en procesión encabezados por el obispo para rendir homenaje a la Virgen del Carmen -cuya primera imagen fue traída de España al Perú por Domingo Gómez de Silva y Doña Catalina María Doria salvados de un hundimiento- donde prendieron velas y cirios de agradecimiento. Corría el año de 1670.

Mientras se desplegaban los preparativos castrenses, burocráticos y fiscales para el embarque de plata y oro hacia Panamá, los fardos transportados por la Armada revelaban su valiosa carga panameña de tasajo, "queso de Panamá" (queso blanco de leche de vaca), botijas de arroz, aperos de labranza, camas talladas, piezas de madera para calesas, baqueta, cerámica de Los Santos así como loza de Puebla, botijas de vino y tejidos de España, todosbastimentos necesarios para el esplendor del virreinato.

 Los galeones, en su regreso al Istmo, llevarán también loza vidriada, platos y escudillas de Pisco, Callao y Paita; muebles tallados de Guayaquil y Lima; cerámica utilitaria y orfebrería de plata; lienzos y esculturas religiosas; crucifijos de Manuel Chili Caspicara (escuela quiteña); maní, pasas, cabras; harina de Trujillo (Perú), pan, frijoles, garbanzos, sal, aceitunas de Ica y Moquegua, jabón, lana, azúcar, miel de caña y pescado en sal. El cacao y el plátano no se incorporarían a este tránsito sino hasta la década de 1770 cuando la producción darienita empezó a fluir hacia la ciudad de Panamá y de ahí hacia la costa peruana.

En el imaginario popular barroco de los pobladores peruanos del s. XVII y subsiguientes, Panamá será la “tierra de bastimentos y riqueza”, de aprovisionamiento no solo material sino también cultural ya que libros o tratados especializados para abogados, médicos, plateros, sastres, alarifes ycarpinteros, así como de cancioneros y romanceros, en suma, lo que llamaban "hispanidad", llegaba por medio del Istmo. 

Este comercio de obras no se limitó a España pues una vez desarrolladas las escuelas regionales americanas, empezaron a llegar creaciones literarias desde los centros artísticos virreinales. No fue poco pues el trajín de productos y obras que gracias al activo comercio a través del Istmo de Panamá se produjo en el último cuarto de ese siglo afirmándose así rasgos particulares de la idiosincrasia latinoamericana.

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