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- 16/03/2021 00:00
Los acordes alegres, veloces, refrescantemente tropicales de la tonada de moda -e increíbles de oír en un mundo en guerra- pronto invadirían los salones de baile limeños. La orquesta “Swing Markers Band” del peruano Carlos Noya acababa de interpretar “Panama”, una pieza musical del trombonista Tommy Dorsey compuesta en 1938 y popularizada en un álbum con su propio nombre. De las veintidós canciones que conforman el repertorio, el número trece es “Panama”. Hacia 1940, la juventud de la naciente clase media peruana combinaba sus preferencias musicales con lo que la radio proporcionaba en ese momento con emisiones de “Radio Nacional” de Lima, “El Mundo” de Buenos Aires, “La Voz” de los Estados Unidos y la BBC de Londres. Otras célebres composiciones de los años treinta que compitieron con “Panama” en las preferencias radiales del público fueron “Malhaya de Amor” y “Cuando la tórtola llora”, ambas obras de Rosa Mercedes Ayarza de Morales (Henriod y Pino, 2014).
Lima vivía una época de opulencia, en consecuencia, era un excelente mercado para los espectáculos. La orquesta de Noya era de las mejores del Perú y pronto “Panama” sonó en los exclusivos escenarios del Country Club de Lima, Grill Hotel Bolívar, Lawn Tennis de la Exposición, La Cabaña, El Pingüino y la Laguna de Barranco. Lo anecdótico es que Dorsey, según señalan sus biógrafos Stockdale (1995) y Levinson (2005), no pudo visitar Panamá, pero sí acopió mucha información acerca del istmo y embrujado por las lecturas de esas mágicas tierras creó esta popular melodía –que lo colocó, junto con sus otros éxitos musicales, 137 veces en la lista Billboard de las más escuchadas en Estados Unidos- inspirándose en una obra de William H. Tyers -llamada “Panama, a characteristic novelty” de 1912- quien a su vez tomó como referencia “Panama Rag” compuesta por Charles Seymour en 1904 (Vail, 1993). La RCA adquirió la versión de Dorsey por contrato y en 1939 editó un vinilo Victor de 78 rpm con el número 26185-B donde se lee como título original “Panama-Fox Trot/ Tommy Dorsey and his Orchesta”.
A diferencia de Dorsey, Tyers era afroamericano y cualquier cosa con el nombre de Panamá era para él un tema de la máxima importancia por su tendencia hacia los ritmos latinos, que algunos atribuyen a su padre y sus raíces familiares en el Caribe, creando por ello “Panama, a characteristic novelty” especialmente para las orquestas de baile. Su tonada ayudó a alimentar la preferencia del público por el tango que cautivó a bailarines y críticos musicales estadounidenses en la década de 1910 (Edwards, 2010). Los derechos fueron adquiridos por la “Leo Feist Inc.” de New York cuyo afiche publicitario muestra una densa vegetación tropical y una intensa profusión de verdes destacándose en primer plano una planta de cacao, estereotipo coyuntural del país donde se estaba construyendo un Canal interoceánico.
Paralelamente al éxito del nuevo ritmo –el Swing- existieron en Lima varias casas editoriales especializadas en la edición e impresión de partituras que se interesaron en “Panama” de Dorsey: Carlos F. Niemeyer, Exposición Musical, René Fort, Alejandro Sormani, Maldonado, Guillermo Brandes (Borras, 2015). Un primer efecto fue la transformación del gusto musical de los costeños peruanos que empezó a preferir los instrumentos de viento porque hasta ese año gran número de las partituras contenían arreglos para piano, el instrumento típico de los salones limeños.
El musicólogo Borras sostiene que “[…] a esta potente ola de foxtrots, [jazz] y “one steps” se sumó rápidamente la moda de lo incaico […], lo que permitió la invención de géneros mixtos, “nacionales”, como […] la “rumba fox”, por ejemplo”. Algunas creaciones de los artistas peruanos de la época fueron los jazz incaicos “Sol de Ayacucho” de C. Freyre, “Túpac Amaru” y “Vírgenes del Sol”, ambas de J. Bravo de Rueda, el Inca blues “Sol de los incas” de D. Rojas y el Camel trot incaico “Las lágrimas de la princesa” de M. Purizaga. Aunque el sabor local respetó al “Panama” de Dorsey, otros géneros foráneos experimentaron un proceso de adaptación que los “peruanizó” (Borras y Rohner, 2012) siendo así la simiente de “Arto” o “Artophone”, el primer sello discográfico peruano (López, 2015).
El breve derrotero de “Panama” descrito aquí permite atisbar el proceso de diversificación del gusto musical que se acentuará con la globalización y las nuevas plataformas de circulación de música del s. XXI pero sobre todo, su melodía permitió afirmar en el imaginario de la población peruana su identificación con el istmo y -parafraseando a Villarán (2013)- como un lugar de encuentro de todas las culturas.