• 11/07/2021 00:00

Opiniones

Seguro que ustedes también saben quiénes son aquellos que saben de todo y sobre todos, los que no pueden callarse ni debajo de un cesto...

Admiro muchísimo a los todólogos. Me fascinan. Aprendo tantísimo de ellos… Me nutren con sus sermones ex catedra. Esos expertos en todo lanzan sus diatribas desde el púlpito de su superioridad, golpeándonos a los simples mortales con el flagelo de su sapiencia.

Seguro que ustedes también saben quiénes son aquellos que saben de todo y sobre todos, los que no pueden callarse ni debajo de un cesto, los que tienen una apreciación acerca de cualquier cosa. Los que sentencian lo mismo acerca de los últimos descubrimientos médicos sobre el ARN mensajero que sobre la técnica para retirar derrames de crudo en aguas costeras. Los todólogos, expertos tanto en problemática migratoria estadounidense como en ética empresarial alemana.

Ellos (y ellas, que también hay unas cuantas todólogas reputadas en el patio), sacan la lengua a pastar a menudo y acerca de todo.

Esos especímenes son a los que se refería Umberto Eco cuando hablaba del idiota, de las legiones de idiotas que nos abruman. “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas".

Lo mismo te aconsejan sobre un roto que sobre un descosido, igual te reprochan tu apariencia en tu foto de perfil, que si subes o no fotos con tus hijos. Lo mismo opinan sobre el narcotráfico involucrado en el magnicidio haitiano que sentencian sin ser jueces la culpabilidad del último acusado por la novia en redes sociales.

Les juro, queridos lectores, que me quedo ojiplática y patidifusa, los admiro con fascinación sincera, porque fíjense ustedes que yo, que en teoría me dedico a opinar, hay temas a los que no me atrevo a hincarles el diente. Yo, que tengo carrera, dos diplomados y un doctorado, hay tremedales a los que me niego a entrar. Porque no sé lo suficiente del tema, porque no soy economista, por ejemplo, ni ingeniera o arquitecta para saber qué fue lo que ocurrió y por qué en el colapso del edificio de Miami. Así que cuando leo a algunos que igual señalan a la corrupción como causante de la catástrofe para acto seguido darse golpes de pecho acerca de la catadura moral de alguien y más tarde pontifican sobre la inferioridad de una vacuna versus la otra, yo flipo en colores psicodélicos, como se decía en mi adolescencia en España y me pregunto cómo lo hacen. ¿Cómo logran creer que deben tener una opinión acerca de todo? ¿Quién les habrá hecho tanto daño? Porque no es cierto, señores todólogos, en serio, pueden ustedes tomarse un descanso, deberían ustedes bajar la guardia y colgar los guantes, a veces no necesitamos saber de todo, (más que nada porque es imposible tener opinión formada sobre todo y si la opinión no es formada se la pueden ustedes enrollar y meter por donde les quepa) y, sobre todo, porque a los demás nos suele importar bastante poco la mayor parte de lo que ustedes opinan sobre temas en los que a leguas se ve que no son expertos.

Pero hay algo todavía más importante, el empeño de esos pedantes en que los demás opinemos como ellos; una vez más, mis estimados, las opiniones son como los traseros, cada uno tenemos el nuestro y no todos son del gusto del general de la concurrencia, así que hágannos un favor a todos y no nos obliguen a darles la razón, que son ustedes muy pesados.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus