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- 12/12/2021 00:00

En esta versión de Facetas, entrevistamos a Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), quien es autor de los cuentos El boxeador catequista y Cómo ser Charles Atlas, los microrrelatos de Microndo y de la novela Crónicas del solar. Es columnista del diario La Prensa y colabora con la revista OtroLunes y Revista de Letras. Sus cuentos han sido traducidos al francés y al italiano, y forma parte de varias antologías nacionales e internacionales. Es antólogo de la sección española de Puente levadizo. Veinticuatro cuentistas de Panamá y España, que publicó con Enrique Jaramillo Levi. Ha ganado el Miró en dos ocasiones (cuento y novela). Dicta talleres literarios en “Párrafos. Talleres de escritura”, en la ciudad de Vigo. Vive en España desde 1990.
Absolutamente. Creo que la distancia física, que es lo que construye la nostalgia, ese hecho de no ver los procesos de deterioro del recuerdo, es lo que pone en marcha el diálogo con la materia literaria. La idea original de la novela parte de las bases de un premio literario al que presenté una primera versión de la novela, la temática era el deporte. Entonces recordé el barrio, a mi madre, las casas de madera, la calle sin salida, los juegos. Y comencé a escribir la historia de Jorge. En mis viajes a Panamá, cuando por fin visité mi calle, vi que no quedaba nada de aquella luz de infancia y juventud. Si hubiese estado allí, habría idealizado todo, cosa que nunca conviene en literatura. Los años 80 fueron muy convulsos, pero también muy creativos en nuestro país. Vivimos una época que si no se narra con distancia terminaría sepultada por una mitificación que creo no nos hace ningún bien.

Puestas en este orden, me parece que tienes razón, no lo había pensado, y ahora haré así esa lectura para buscar las constantes. Quizá todos recurrimos a la infancia y la juventud para saldar ciertas heridas o dudas, quizá fantasmas. Una vez levantas la mirada del niño que fuimos y de los escenarios, te encuentras con algo mayor, “la circunstancia”, los hechos que envuelven y jalonan esa infancia. La época entonces le ofrece al escritor la posibilidad de fijar una época (música, restaurantes, sucesos deportivos, usos amorosos) y dejar así un retrato dinámico de cómo fuimos. Juntas, son un pequeño fuego para iluminar la memoria de los que se van levantando como escritores. Perder de vista la tradición es un error que todos tenemos que saldar cuanto antes y, una vez saldado, ir hacia nuestras búsquedas estéticas libres de ella.
Nadie me había hecho esta salvedad, y era algo que quería que se notara. Había clases en nuestros barrios, sin duda, y casi siempre tenía que ver con lo que tenías o no. Aun así, éramos una gran familia, aunque siempre hay envidiosos. Tener una casa libre de prenderse y con baño dentro, era un privilegio que no usabas en contra de nadie, pero que estaba allí latente. Amalia, criada toda la vida en una casa de madera, quería salir de ella. Después del incendio, Jorge teme acercarse a la muchacha que le gusta (que lo ha perdido todo) porque cree que ella lo rechazará por vivir en una casa de cemento. Son estas pequeñas tensiones las que se daban en el barrio, los celos dentro de la familia. Los que tenían trabajo contra los que no, los 'fartos' y creídos que no aguantaban la bulla del vecino, el vacío que le hacían a las que eran prostitutas pero disimulaban, o los que eran ladrones y después eran devotos del Cristo Negro. La madera y el cemento son extremos de la misma tristeza, porque allí vivíamos, frente a frente. Del mismo barrio pero distintos.
Algún día volveré sobre ellos. Alguno emigró, otro muere de sida, otro es un brillante arquitecto, una psicóloga, otros siguen en el barrio. Recuerdo que en mi primer viaje a Panamá, después de un año en España, volví para la Navidad de 1991. Uno de mis pasieros me dijo, allí en calle S, “sácame de aquí, Pedrito”. No lo hice, claro, y al final él solo salió de allí, progresó, y esa es una de las fuerzas que quiero usar para repasar la vida de todos ellos. Quedan muchas historias que contar de ese solar.
Tengo varios frentes abiertos en cuento, novela y ensayo. Estoy preparando un nuevo taller literario de cuento para principios de año, y espero poder seguir leyendo mucho y escribiendo y haciendo reseñas, sobre todo de escritores panameños. Tengo la sensación de que nos leemos poco entre los escritores nacionales. Y ese, me parece, es otro fallo que tenemos que corregir. Disfruto mucho leyendo a los demás escritores panameños. Uno aprende y se sitúa en el mapa actual de lo que se está construyendo. No se puede leer todo, pero tenemos que estar encima de nuestra literatura todo lo que podamos.