En la ruta de la cultura: el barroco indigenizado en el Panamá Virreinal

Actualizado
  • 30/01/2022 00:00
Creado
  • 30/01/2022 00:00
El resultado más relevante de esta investigación es el reconocimiento del papel del indígena en el arte hispano y de tradición virreinal en Panamá. No es casualidad que en las áreas del Gran Coclé y del Gran Chiriquí sea donde más recepción hubo en el proceso de aprendizaje de las nuevas concepciones artísticas introducidas por los europeos. El terreno mental de los pueblos indígenas de Panamá ya era fértil, esto lo demuestra su rica trayectoria prehispánica.
Escuela Neogranadina. San Pedro, 1721 – 1728. Iglesia de San Atanasio de la Villa de Los Santos.

Las investigaciones realizadas por la autora, representan en un vistazo la recopilación artística y el análisis histórico exhaustivo en el segmento socio-religioso. Significa abrazar ahora el barroco indigenizado en la historia del arte virreinal panameño. Y con ello dar el sitial merecido a la labor realizada por los artesanos locales indígenas y señalar el hecho de que la mayoría del público a quien se dirigía ese arte cristiano estaba compuesta por indígenas, negros y mestizos, lo que proporciona a las obras panameñas unas características particulares, que no sólo se deben a la etnia de los artífices.

El barroco hispanoamericano tuvo su clímax artístico en el siglo XVIII, manifestado en grandiosas obras, y, a su vez, en obras muy modestas que fueron realizadas casi invisiblemente por indígenas, negros y mestizos. El 'repensar el barroco' es el considerar a estos artesanos anónimos.

Para emprender esta investigación, se debe conocer al segmento primario: los indígenas panameños y el impacto de la Conquista desde 1514 hasta 1526. Resulta dificultoso cuantificar los agresivos efectos de la Conquista porque todas las evidencias apuntan a una devastación demográfica alucinante. Más allá del número, lo relevante es que la conquista redujo drásticamente la población de los indígenas del istmo.

En síntesis, las estrategias de conquista y de pacificación de los negros y los indígenas fueron éxitos pasajeros por lo destructivas. La mayoría de la gente en el Istmo (negra, indígena, española) fue convertida en una población mixta a fines del siglo XVII.

Escuela taller de artesanos indígenas de San Francisco de la Montaña, Jesucristo, 1773 y 1775 . Baptisterio de la Iglesia de San Francisco de Asís, Veraguas.

La primera ciudad fundada por los españoles en el litoral Pacífico fue Panamá La Vieja permaneciendo muy activa desde 1519 hasta 1671, cuando ocurre el ataque de Enrique Morgan. Siendo la Iglesia el principal cliente, los talleres de plateros existían ya en 1607 en Panamá La Vieja, indicativo de que había una jerarquización de la sociedad y un mercado exigente. En esta ciudad predominó un arte elitista, y un nivel cultural comparable a Sevilla, México o Lima, y este estilo de vida se reinventa con el mismo estado en la refundación de la ciudad de Panamá en el Casco Antiguo (1673).

La pequeña península a la que fue trasladada la ciudad en el siglo XVII era ideal para protegerla y hacer una muralla allí; al final, solo hubo espacio para 300 solares, 300 familias blancas. El resto de la población (la chusma, los negros, los mulatos, los zambos, los mestizos, los pobres), viviría en los arrabales. Ninguna de las obras importadas o creadas en el Istmo se conservan, básicamente por los graves incendios de 1737, 1756 y 1781 en la ciudad de Casco Antiguo. Sucedió igual en Panamá la Vieja con los incendios de 1644 y 1671.

Aquí estuvo en parte, ese oro panameño, observándose que, en una reducida población, se labró una catedral, cierto que de medianas proporciones y cronología muy tardía, más cuatro conventos de importancia, un colegio jesuítico, un oratorio filipense y una ermita de grandes proporciones en el arrabal de Santa Ana. Se construyó una ciudad como la élite quiso.

En la iglesia de San José del Casco Antiguo, se encuentra el Retablo Nuestra Señora del Carmen. Presenta influencia de la Escuela Limeña. Igualmente, presenta rasgos distintivos del barroco indigenizado en los frutos tropicales, los marañones, estos tambien se exhiben en la Basílica y la Capilla de San Juan de Dios en Natá. Los jarrones estilo andaluz (simbología mariana) son idénticos a los del retablo El Calvario de la Iglesia de San Atanasio y la Basílica menor de Natá.

La riqueza del Panamá virreinal se debió a su estratégica posición geográfica. La Corona española asignó al Istmo de Panamá la misión de puente interoceánico. Panama fue la ruta que permitía que circulasen obras de arte que venían de España al Perú, y también a las que venían del Sur, en especial de Quito, y en parte de la Nueva Granada hacia España. Este mercado se ha mantenido desde la Conquista hasta hoy y Panamá posiblemente sigue siendo el principal foco para un mercado de arte en el Istmo.

Durante el siglo XVI, las necesidades artísticas fueron mayormente satisfechas gracias a la importación de pinturas y esculturas. Es a partir del siglo XVII que éstas serán atendidas por talleres y artistas locales que, al igual que sucedió con los plateros, fueron poblando el ambiente artístico del Panamá virreinal. Las escuelas talleres en la ciudad capital ya establecidas proveían a las iglesias citadinas y a las del interior del país.

El proceso inicial de organizar el espacio panameño tuvo el propósito de vincular a España con el Istmo. El centro de esta red fue constituido por los pueblos de españoles, mientras que la república de indios constituía su complemento con funciones satelitales y subordinados, con el objetivo de fomentar la economía interna del virreinato y proveer a sus vecinos de mano de obra barata.

En contraposición a la ciudad capital, en el resto del Istmo, dentro de un ambiente rural muy precario se inicia el proceso de evangelización con los misioneros procedentes, todos de órdenes religiosas españolas.

La organización territorial del reino de Castilla del Oro estuvo constituida por dos provincias: Panamá y Veragua. Natá ostentó la jerarquía de Alcaldía Mayor y estuvo subordinada al gobierno de la provincia de Panamá. Los mercados del arte del siglo XVIII del interior del país encontrados en este estudio se centran en dos poblados, la Villa de Los Santos, “pueblo de españoles” y el otro, San Francisco de la Montaña, “pueblo de indios”.

El estilismo del barroco popular del taller de la Villa de los Santos se observa máxime en los retablos de la Alcaldía Mayor de Natá, en sus esculturas y retablos virreinales. Se sospecha que los pueblos de indios, Parita, y Las Tablas, fueron atendidos por los artesanos y carpinteros indígenas, exhibiendo estos templos, tanto el barroco popular como el estilismo indigenizado.

Es manifiesto el estilo académico de las escuelas neogranadinas. Se observa este estilo en el Retablo Mayor de la Santísima Virgen María, con influencia quiteña en la iglesia de San Atanasio. Otras de las obras incluyen varios retablos y las esculturas virreinales de San Pedro, Jesús Nazareno, San Atanasio y San Agustín.

Otra imagen de San Pedro de la Basílica Menor de Natá, de fino acabado puede ser atribuida a la escuela taller de la Villa de Los Santos, estimándose pertenece al periodo de 1720 – 1730. Las esculturas natariegas, San Miguel Arcángel y San José y el Niño son representativas del barroco indigenizado. Se puede comprender que la ausencia de calidad es compensada, muchas veces, por los valores expresivos de la imagen.

El barroco indigenizado en la iglesia de Parita se puede detectar en las dos esculturas de San Agatón y San Francisco de Asís, ubicadas en el Retablo de la Inmaculada. En estas esculturas se puede sugerir se funde la representación europea a través de la realización e interpretación del tallador indígena veragüense, realizado bajo la ejecución de la escuela taller de San Francisco de la Montaña.

Se incluyeron tres iglesias chiricanas (antiguo Ducado de Veragua), lo cual ha permitido una aproximación al territorio de las escuelas talleres de los artesanos indígenas en esa provincia: Remedios, Alanje y Dolega. El retablo de San Francisco de Asís, en Dolega, construido por los Doraces, hacia 1795, guarda relación estilística con el retablo de la Capilla de San Juan, en Natá (Coclé), elaborado en el siglo XVIII.

El arte barroco indigenizado fue capaz de desarrollarse a partir de talleres locales y no solo de la importación europea. Ciertas formas de trabajar la madera, cierta iconografía (las canéforas, las máscaras, los medallones, las tablitas…), pero también soluciones espaciales propias: esas capillas a medio camino entre un camarín y un baldaquino. Ese sabor local quedó impreso. Se reflexiona sobre el hecho que no es posible que un artesano indígena, por el simple hecho de no haber atravesado por el proceso histórico artístico que permitió la formación de la religión judeocristiana, pudiese tener los mismos elementos referenciales que el europeo.

Todas estas humildes imágenes panameñas de la época virreinal y de tradición virreinal, son el fruto de las creencias y expectativas de unos artesanos del ámbito rural y popular, apenas contaminados en su candor natural.

La autora es doctora en historia del arte
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