Si está roto, ¡valóralo!

Actualizado
  • 04/06/2022 00:00
Creado
  • 04/06/2022 00:00
La perfección como tal no existe. Nada, aun poniéndonos de cabeza, será perfecto, aunque a nuestro criterio sea así, eso particularmente es una ilusión que nuestro cerebro nos hace para aceptar un concepto, objeto o persona
Este arte no trata de arreglar los defectos, no intenta perfeccionarlos, simplemente vuelve a convertir la pieza rota en algo completo.

¿Alguna vez ha escuchado el término kintsukuroi o tal vez le sea más familiar el término kintsugi? De hecho, son muy similares.

En esta región occidental, si algo se daña, rompe, o no es “perfecto” de acuerdo con nuestro criterio es tirado a la basura o desechado u olvidado en una esquina; lastimosamente esto no solo es a nivel de objetos fríos y sin alma, sino también a nivel emocional y personal.

De salida le puedo decir, amigo lector, que la perfección como tal no existe. Nada, aun poniéndonos de cabeza, será perfecto, aunque a nuestro criterio sea así, eso particularmente es una ilusión que nuestro cerebro nos hace para aceptar un concepto, objeto o persona y que ella o él se acomode a nuestra forma de ser a conveniencia. No existe el trabajo perfecto, jefe perfecto, hijos o pareja perfectos, y menos, amistad perfecta.

Hay términos que relacionan lo espiritual con la decoración que nos enamora porque nos conectan con grandes verdades, como por ejemplo, el hygge danés, que habla del bienestar de la calidez en el hogar; el döstädning sueco, que apuesta por hacer una limpieza emocional para que después de muertos liberemos a nuestros seres queridos de nuestras cargas; o el wabi-sabi japonés y su invitación a abrazar la belleza de lo imperfecto, y claro el kintsugi o kintsukuroi, una técnica japonesa del siglo XV para reparar objetos cerámicos (aunque también de madera) uniendo las partes rotas con laca dorada (en ocasiones plata, oro o platino). De esta manera, la pieza resultante no solo no esconde sus heridas, sino que las convierte en su aspecto más bello y cobra mayor valor.

El kintsukuroi se ha convertido en tendencia gracias a Tomás Navarro, que, con el libro del mismo nombre, nos habla del arte de curar heridas emocionales aplicando este principio a la psicología, para convencernos de que nuestras dificultades y problemas no son un signo de debilidad, al contrario, indican fortaleza y capacidad de superación.

En occidente, y en casi todo el mundo en realidad, hace ya mucho tiempo que estamos viviendo la cultura de lo desechable. Todo objeto tiene una vida útil con fecha de caducidad o tecnologías que solo duran por un período determinado, ya que, si se echan a perder, encontrar un repuesto o alguien que lo repare, es como encontrar una aguja en un pajar, porque o el producto ya está descontinuado o simplemente cuesta mucho más arreglarlo que comprar uno nuevo; lastimosamente, eso mismo se está trasladando a las relaciones humanas y en estos tiempos de pandemia ha salido a relucir aún más esta situación.

Hoy, la humanidad es más individualista y cuesta que nos demos el tiempo para arreglar problemas, para lograr consensos y, a pesar de eso, estamos en la época de los antidepresivos, de eternas horas en el diván, de gimnasios repletos y de cirugías plásticas por montones. Y nos llama la atención y nos cuesta entender cómo nuestros abuelos conservan sus mismos muebles y objetos desde hace más de 50 años, a los que tienen un gran apego sentimental, o cómo logran matrimonios eternos.

En resumen, hoy en el occidente, más vale maquillar, operar o eliminar de alguna forma cualquier tipo de imperfección, ya sea psicológica, física, emocional o material. ¡Triste! Porque en las imperfecciones están las verdaderas lecciones y oportunidades de crecimiento.

Los japoneses plantean que las roturas o los daños cuentan una historia particular, y esto lo hace único, especial, más fuerte y hermoso, porque lo convierte en un “guerrero del camino”, y las cicatrices del objeto deben enaltecerse y mostrarse en lugar de ocultarse, para manifestar así su historia y transformación. Y aclaro, esto no significa hacernos las víctimas.

Este arte no trata de arreglar los defectos, no intenta perfeccionarlos, simplemente vuelve a convertir la pieza rota en algo completo. Celebra el concepto de la totalidad y la fragmentación, la idea de que la auténtica belleza está compuesta por ambas, es decir aquello que se ha roto siempre puede ser más fuerte.

¿Cuántas veces habremos dejado atrás trabajos, oportunidades, amigos y hasta matrimonios imperfectamente únicos para buscar la falsa perfección? Que valía la pena dirá usted, y que esa acción lo liberó, ok... a veces es necesaria, pero solo si es para nuestro crecimiento personal asertivo, pero si esa acción se basó en celos, odios, iras, inseguridades o complejos, no solo terminamos alimentando lo que estaba mal, sino echando más leña al fuego para que la herida no cicatrice correctamente, ni con valor, dejando grietas aún más grandes.

Me gusta la filosofía Zen, y mucho, de ella he aprendido estos términos. También hay varios libros del mismo autor que explican conceptos como el ya mencionado en este artículo y otros como: wabi sabi y fortaleza emocional.

De la filosofía Zen he aprendido que la amistad y el amor no se piden como el agua, se ofrecen como el té; también descubrí que hay momentos que debemos dejar ir o terminaremos arrastrados a un lado que puede poco a poco destruirnos emocionalmente. Si en su vida llega el momento de reparar algunas heridas, hágalo con mimo, oro o plata, porque sin dudarlo en lo más mínimo, amigo lector, usted saldrá más fortalecido que nunca y su vida tendrá más valor, porque aquellos que estén libres del resentimiento encontrarán la paz a través de la imperfección.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus