Los guerreros de oro que vencieron a la muerte

Actualizado
  • 02/03/2020 06:00
Creado
  • 02/03/2020 06:00
En el Parque Arqueológico 'El Caño' funciona un museo de martes a sábado y en sus letreros se muestra un cortejo mortuorio compuesto por músicos, un chamán, detrás van los familiares, luego el muerto, y después portadores de las vasijas con ofrendas y por último los cautivos y guardias

Los vientos de las montañas arrastran las lluvias que forman las corrientes de múltiples ríos que convergen sobre El Caño en Coclé. Todas se unen sobre el cauce del Río Grande que año tras año cubre con sus aguas el sitio sagrado donde enterraron a caciques y guerreros que hicieron grande a la tribu. Las inundaciones podrían ser tomadas como un ritual de la naturaleza que protege aquellas ceremonias propias de una cultura que desapareció súbitamente con la conquista española.

La evolución de esta cultura comienza con gente que se dedicaba a ser agricultores, cazadores y pescadores.

Allí los arqueólogos descubrieron tumbas que con sus osamentas y con múltiples objetos revelan los secretos de tiempos inmemoriales. “Enterrar a los poderosos junto con cosas suntuosas era costumbre en este grupo humano”.

En el Parque Arqueológico El Caño funciona un museo de martes a sábado con horario de 8 am a 4 pm y en sus letreros se muestra un cortejo mortuorio compuesto por músicos a los que sigue un chamán, detrás van los familiares, luego el muerto, y después portadores de las vasijas con ofrendas y por último los cautivos y guardias.

Es que la arqueóloga Julia Mayo de la Fundación El Caño, la que en el 2008 encontrara el fabuloso hallazgo, busca sustentar la hipótesis que en estas ceremonias hubo sacrificios humanos. Un rastro de esto es que en la tumba el Gran Señor está acompañado por diecinueve personas. Los arqueólogos en el siglo XX dan clara muestra de esta extendida práctica en Mesoamérica. Se destaca que el sacrificio humano debe ser entendido en su contexto histórico y cultural, y no de modo sensacionalista.

La visita al marco de ocho hectáreas es excitante y entre frondosos árboles se pueden ver múltiples monolitos de piedra basáltica que conmemoran a una raza que prevaleció desde el año 150 después de Cristo hasta el siglo XV en que llegaron los españoles en son de conquista. Estas piezas pétreas no son comunes del lugar, tuvieron que ser transportados de sitios lejanos más altos.

La evolución de esta cultura comienza con gente que se dedicaba a ser agricultores, cazadores, pescadores hasta derivar a una clase élite gobernante que se coloca en la cima de una pirámide social. En esa sociedad había mercados con intensos intercambios, trueque de bienes. Cangrejos por maíz, pescado por carne de venado, hamacas por herramientas o piedras de basalto o de huesos de animales o plumas de aves. El cacao y las calabazas eran productos preciados pero el principal era el maíz.

La tumba el Gran Señor está acompañado por diecinueve personas.

Producto de estas actividades con los años se van enriqueciendo y encumbrando personajes que tienen la habilidad de obtener o fabricar esos artículos demandados y escasos. Otra actividad que sirvió para determinar el rango de las personas fue la fortaleza física y la valentía en la guerra.

El territorio de esta sociedad va desde el Golfo de Montijo hasta el sitio donde se fundó la Ciudad de Panamá y para la arqueología se le conoce como el Gran Coclé. Geográficamente se desarrolla sobre extensas llanuras a nivel del mar a orillas del Golfo de Panamá y enmarcados por macizos de montañas que superan los mil metros de altura. Su gran población asombró al conquistador español Gaspar De Espinosa que recuenta en su informe a Pedrarias Dávila que: “Eran tantos los bohíos y el número de indios que encontraron en las tierras del Cacique Natá que sintieron temor. Encontramos infinitas cantidades de maíz, venados, pescado asado, pavas.”

De todas estas cosas dan fe los objetos que muestra el Museo de El Caño, el cual funciona en una casa tipo colonial de techo de tejas. En la única sala hay pocos pero muy interesantes muestras. A través de los datos arqueológicos se quiere conocer más sobre ellos. En las tumbas se encontraron vasijas coloridas que representaban con su forma al gran señor, un cetro, tres miniaturas de jaguar. Hay algunos de estos envases que muestran adornos de cabezas de venados. Es la cerámica la que permite por medios científicos del proceso del radio carbono determinar la fecha de estos vestigios funerarios. Están pintadas con tres colores, negro, rojo sobre un matiz claro y con motivos geométricos y de formas de animales. Todo con un toque abstracto propio de los artistas que las hace únicas.

Estas enseñas del arte indígena son propias del Istmo de Panamá, un puente terrestre que unió un gran continente. El arte que aquí se encuentra debió ser el producto de la relación entre diversos grupos humanos que entretejieron lazos comerciales. Objetos como brazaletes y pectorales de oro, cobre y hasta esmeraldas sirvieron para adornar a estos poderosos señores. Hay miniaturas de jaguares, y una singular figura de un gobernante que se ha erigido en el símbolo de todo lo encontrado, también intricados pendientes. Su belleza y autenticidad los ha llevado a ser símbolo esencial de lo que es ser panameño y atraer a famosas entidades e investigadores internacionales.

En las tumbas se encontraron vasijas coloridas que representaban al gran señor.

La línea cronológica de más de 800 años revela una evolución en el arte de los objetos encontrados. Terminaron con una sofisticación que asombran al mundo. Con la llegada de los españoles desaparecen los ritos funerarios y la calidad de la cerámica de esta cultura. La arqueología demuestra condiciones sociales estresantes. Es natural esa condición pues los españoles llegaron violentamente en busca de objetos de oro y alimentos y con enfermedades desbastadoras y ya nada fue igual.

En el museo hay collares y pectorales compuestos de colmillos y garras de animales y sorprendentes collares de muelas y dientes de niños. Son símbolos que pueden ser relacionados con sacrificios de prisioneros vencidos. Las excavaciones continúan gracias a la Fundación de El Caño compuesta por Senacyt, Ministerio de Cultura, y varios entes patrocinadores. Solo pueden hacerse en temporada seca por lo de las inundaciones. La Licenciada Anayansi Chichaco de Patrimonio Histórico de Micultura señala que los trabajos se hicieron guardando el respeto a las normas legales. Se contabilizaron minuciosamente los hallazgos y están a buen recaudo. El hallazgo de estas piezas del Gran Coclé tiene un antecedente en el Sitio Conte. Allí en años anteriores se desenterró un gran tesoro arqueológico, pero fueron inexplicablemente sacados del país y hoy están en museos de los Estados Unidos. Muchos expertos coinciden que Panamá y sus gobiernos no han tenido la capacidad histórica de salvaguardar los tesoros de la Nación que nos revelan como fuimos y de dónde venimos.

Otro detalle nefasto es que en el año 2003 fueron sustraídas del Museo Reina Torres de Araúz, piezas de oro de culturas indígenas similares. Los anales señalan que se recuperaron algunas, que encarcelaron a funcionarios que allí laboraban pero el escándalo fue mayúsculo por lo que se denominó el Robo del Centenario, por coincidir con los cien años que cumplíamos como república.

Sobre los hallazgos hablamos con Richard Cooke un arqueólogo experto del Instituto Smithsonian y señaló que estaba ocupado. Igual tratamos de consultar a la biblioteca de esta entidad y está en remodelación.

Nuestra visita al sitio acompañando a la Comisión de Patrimonio y Sitios Históricos de la Sociedad Panameña de Ingenieros y Arquitectos, SPIA me despertó un gran interés por identificar que todo lo relacionado con las culturas indígenas ancestrales nos atañe, nos debe importar y que puede ser un atractivo turístico.

Estos Guerreros de Oro de Coclé han vencido la muerte pues 500 años después nos muestran su arte, su forma de vida, sus victorias y sus crueldades. Reivindican su cultura y la grandeza de Panamá.

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