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- 07/06/2022 00:00

Cuando Anita Loynaz (Caracas, 1980) pisa el escenario, el flamenco se vive, se siente y se respira en cada una de sus expresiones. Uno se le queda mirando como los niños a un mago ilusionista: con fascinación, con emoción, con deseo de descubrir qué hay detrás de esa danza hipnótica gitana que ella protagoniza.
Su nombre completo es Ana Graciella Loynaz Mathison, pero de pequeña siempre quiso ser simplemente 'Anita'. “Cuando en el colegio me llamaban con mi nombre, no respondía, y la gente pensaba que tenía problemas auditivos. Un día mis padres me llevaron al médico y una psicóloga me atendió, y le dije: 'Yo no me llamo Ana Graciella, yo me llamo Anita', cuenta jocosa.
Desde que tiene cuatro años baila de todo, pero desde los 13 se apoderó del flamenco. Su madre fue su primera maestra, luego la bailaora Tatiana Reyna guió sus pasos en Venezuela. Después de un tiempo viajó a España y allí aprendió de Alfonso Losa, La Truco, María Juncal y Manolete. Y a Farruquito le debe el saber conectar con el público, cuenta en una entrevista.
Anita, más allá de su talento y belleza es una conversadora sensible, cauta y extremadamente simpática. Es una profesional minuciosa y generosa: lo demuestra en su academia, lugar en el que nacen las pequeñas estrellas patrias. Su trabajo la apasiona. Se vuelca en él sin mirar el reloj.
Su estampa y talento están hoy, y toda la semana hasta el 12 de junio, en el teatro La Plaza, donde ofrecerá, junto a Leonte Bordanea, Janelle Davidson, Randy Dominguez, Simón Tejeira... un viaje musical por la historia de El Zorro. Una obra basada en la novela de Isabel Allende, bajo la dirección de Aaron Zebede y producción musical de José 'Pepe' Casís.
Anita Loynaz es una persona cargada de sueños. Toda mi vida he soñado con lo que estoy viviendo.
Salir de mi país y de mi hogar no fue fácil, sabemos que dejamos familia, muchos recuerdos que nos conectan y más cuando sabes que en el país se está viviendo una época difícil, uno no puede desconectarse.
Pero me formaron con las mejores herramientas, mis padres me dieron lo mejor que pudieron y ya eso sembró una semillita para decir: 'Anita en cualquier parte del mundo, no importa el país, vas a llegar y vas a trabajar por lo que tú deseas en la vida'.
En mí caso, mi herramienta era el flamenco, y digo flamenco, porque yo soy odontóloga de profesión con un posgrado en prótesis y una maestría en implantes, pero mi sueño siempre había sido bailar, estar en un escenario. Y la verdad es que la vida me llevó a eso: fíjate que cuando llego a Panamá me dicen que puedo bailar, pero no puedo ejercer la odontología, ¡ay qué problema!, (dice entre risas) ¡Fui feliz! Y así fue como empecé a desarrollar esta parte artística para poder vivir del baile. y así fue, granito a granito, desde que llegué a Panamá, llegué en la época en que las sonrisas eran gratis y yo me lo creí.
A mí siempre me abrieron las puertas, siempre hubo una buena vibra y bueno, 13 años después, hijo panameño feliz de estar en este país y haciendo lo que en realidad amo, que es bailar.
Ese romance con la danza pues... Fui gimnasta olímpica. Desde chiquitita hice danza contemporánea, ballet... Sentía que esa energía que tenía Anita de alguna manera podía trabajarse o gastarse. Siempre la música fue un espacio para compartir con mi familia, sobre todo con mi papá. Cuando ponía música, mi cuerpo se comenzaba a mover y yo podía contar cosas de mi vida a través de los movimientos de mi cuerpo, y por eso siempre pensé que había algo.
El baile siempre ha sido mi mejor terapeuta, y el flamenco, a través de sus palos y ritmos, es especial para trabajar las emociones. Entonces a veces yo tenía una tristeza fuerte y yo sabía que iba a bailar por una soleá y de ahí no me movía.
Yo me formé en las dos áreas. Me formé primero como bailarina y luego entré a ser bailaora. Pero si tú me preguntas hoy, yo soy bailaora de flamenco.
Mi mamá comenzó a bailar flamenco cuando yo tenía 13 años. Yo estaba un poco cansada de la gimnasia olímpica. Competí por muchos años en el equipo nacional de mi país, pero yo veía que no había futuro como deportista. Entonces dejé la gimnasia. Y cuando mi mamá se metió en flamenco, ella en la casa comenzaba a bailar y yo le decía: Enséñame esos pasos que estás aprendiendo. Realmente mi primera maestra fue mi mamá. Ella un día me llevó a la escuela de flamenco y la profesora me vio. Era Tatiana Reyna, una eminencia y que tuvo mucho éxito en España y Venezuela, y le dijo a mi mamá: 'Salte tú y mete a tu hija'...
Y desde ahí tuve una conexión con Tatiana, muy bella. Ella me enseñó cómo reflejar la vida en las letras y cómo bailarla. Yo aprendí con ella no la técnica, sino el sentimiento del flamenco. Y desde allí el flamenco se convierte en mi vida.
Así es. La escuela la abrí en el año 2011 en Panamá. Tiene su pénsum. Tengo niñas desde los tres años y adultas que quieren comenzar a bailar. Siempre hay algo que va más allá de la técnica, más allá de hacerlo perfecto, es lo que tú sientes.
Mi mayor sueño es hacer comunidad, la pequeña comunidad que ya tengo en Panamá y desde otros países que siguen esta labor, hacen una gran familia que está cargada a través de la energía, por ese amor, por esa emoción quiero que se expanda. La energía flamenca sana corazones. Si ya la tengo yo, mi familia la vive, la familia de la academia la vive, ¿por qué no expandirla?
El flamenco es una de las pocas danzas que la Unesco nombró como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Eso quiere decir que el flamenco está en todo el mundo. El flamenco es un culto y un respeto a la vida. Es un culto que llegas hasta a meditar mientras lo haces, que te da esas herramientas para que cada obstáculo que tengas en tu vida lo puedas sobrepasar. Eso es lo que yo creo que hace el flamenco tan especial. También, a nivel musical, recordemos que los gitanos fueron nómadas, aquí no hay sedentarismo en lo más mínimo, y ellos iban cargando diferentes tipos de culturas, sonidos, cante... y entonces al escuchar el flamenco puedes escuchar algo árabe o escuchas la percusión y sale algo africano. Entonces esto está en el ADN, por eso es que tú ves que hipnotiza. El bailaor de flamenco que está interactuando en ese momento te está hablando desde su verdad, no es un montaje.
Buenísima la pregunta. En el flamenco el hombre representa un prototipo masculino que corteja a la mujer, hay un romanticismo. El hombre en ningún momento se cohíbe, todo lo contrario, él galantea a la mujer. Es como el torero...
A través de los años, la mujer ha logrado perfeccionar la técnica y ha logrado zapatear tan limpio como un hombre. Para otros tipos de géneros o danzas, sí he visto que el hombre se cohíbe.
Debo reconocer que quien lleva el flamenco al teatro es Joaquín Cortés, que saca el flamenco un poco de los tablaos. Pero no hablo que lo hizo demeritando lo puro del flamenco que pasa en los tablaos, eso íntimo que pasa allí... Es que tú estás en un tablao y sientes hasta el sudor de la bailaora y el bailaor, y te pone la piel de gallina.
Soy Inez, un personaje que lucha por su pueblo. Es una persona que defiende los derechos del pueblo gitano y ella también es muy libre y cree mucho en el amor y se enamora fácilmente, de la vida también.
Es una puesta en escena que cuida todos los detalles, la escenografía, el vestuario, el cante con todos los coros que hizo nuestro director musical Pepe Casís, la dirección de Aarón Zebede y más de 45 artistas en escena, entre los cuales tenemos bailarines y bailaores y nuestro elenco musical está lleno de estrellas. Estamos muy contentos, hemos hecho un equipo. Cada uno vive cada personaje, es como si el casting hubiese sido perfecto, cada uno le ha dado personalidad al personaje y eso se transmite al público.
El público es toda la familia, tenemos un amplio espectro, vienen niños de tres años en adelante. Se enamoran de cada personaje. Se conectan mucho con el personaje. Me siento como si fuese la princesa de un cuento de hadas. Es una obra que lleva al espectador a un viaje por las emociones. El flamenco que le da el toque, esa fuerza ese temple te va llevando a que sientas tristeza cuando el guion lo amerita, y a su vez alegría, sueños, amor...
¡Adelante!
Vengo de una escuela en la que creo que te puedes convertir en la persona que tú deseas. Hay personas que tienen un don natural, pero he visto casos en que se tiene el don pero no hay disciplina, y si no llevas ese sueño con empeño, no logras nada.
Es muy bonito ver cuando tú a las alumnas les das la oportunidad y el reto, un reto que a corto plazo sabes que lo pueden cumplir. Cada cierto tiempo veo nacer estrellitas, el reto es saber valorar ese don y mantenerlo.
Uhhh... Es el mundo. Es algo que sé que donde esté ese amor por lo que hago estará nutriendo ese espacio y va a estar expandiéndose. Sin embargo, puedo decir que Panamá es mi hogar, ha hecho que la Anita niña madure y ha hecho que yo pueda desarrollar mi parte artística, no solamente en Panamá, sino desde Panamá para el mundo.
Hay que ser disciplinado y creer en uno mismo. No creo que hay que zapatear muy fuerte porque si no, la gente se asusta. Pienso que hay que tener claras las metas a corto plazo para que se vayan dando.