Beckford, Blackett y ‘Al Brown’, desechados del Salón de la Fama de Panamá

No hay que olvidar los triunfos obtenidos en el 30 por el velocista Reginald Beckford (100, 200 y 400 metros) y Fernando Navarro (vallas, decatlón, salto largo y alto)

La posibilidad de que Panamá cuente con un punto de reunión, como el Salón de la Fama, para sus cientos de inmortales deportistas, es encomiable. Hay que aplaudir la iniciativa que, desde hace algunas administraciones, se buscaba aterrizar, pero no se encontraban las fórmulas adecuadas.

Es más, desde la Asamblea se buscó crear una ley que le diera vida jurídica, y se plasmaran los aspectos a tener en cuenta para su creación, pero ninguno de los anteproyectos logró consenso y las ideas murieron en su cuna.

En medio de las primeras discusiones que generaron los anteproyectos, el gobierno del presidente Cortizo, a través de Pandeportes, contrató los servicios de una empresa foránea para que echara adelante el plan en su visión teórico-conceptual, mientras se gestionaba la consecución del lugar-espacio para su estructura física.

El asunto es que se siguió con el aspecto empresarial y se echó a un lado su marco jurídico, archivado entre decenas de documentos en la Comisión de Educación y Deportes de la Asamblea, ya que ninguno de los proponentes originales logró reelegirse.

Al final, se contó con la estructura física y, hecho el gasto de 16 millones de dólares, la administración Mulino decidió seguir adelante, y reunieron a un grupo de expertos y a otros no tanto, para seguir con el proyecto.

Al final, consensuaron un plan de trabajo y, desechando más de cien años de historia deportiva, decidieron solo escoger en una primera entrega y quizás una última, porque el quorum se rompió con rostros amargos y algunos expertos ni llegaron a una tercera reunión, a diez exdeportistas.

Realmente el escrito de esta semana no tiene la intención de despotricar contra los escogidos, porque sus méritos sobrados tienen, pero entendemos que, para algunos de ellos, no era su momento.

Además del hecho de que solo escoger a diez, cuando son miles los que hacen fila para, como mínimo, obtener una mención, no solo es injusto sino mezquino.

Injusto y mezquino porque los méritos se basaron en, diríamos, los obtenidos por asistir a un torneo mundial, ser un deportista excepcional entre sus pares y destacarse en algunas estadísticas.

Los comisionados dejaron a un lado todo el aspecto histórico que pudo haber rodeado a los atletas, apartando buena parte de lo que, en cuanto a Panamá, siempre ha significado los costos y esfuerzos para obtener éxitos y reconocimiento internacional, en todos sus rubros.

Panamá, primero deportista

Panamá tiene más de cien años de historia deportiva. Sí, su historia va mucho más allá que la propia nación.

Solo hace falta recordar que los primeros vestigios del béisbol datan de mediados del siglo XIX, y reseñas de este deporte y del criquet llegan a finales de esa misma centuria.

Las pruebas aparecen en diversas publicaciones de la época, como los del The Star and Herald y que después se replican en varios textos, entre ellos, el libro de mi autoría “Los Nacionales de Béisbol Mayor y sus 80 años de historia”, publicado el año pasado.

La construcción del canal interoceánico, primero por los franceses, entre otras cosas, trajo como consecuencia la llegada de cientos de trabajadores de variopintas nacionalidades y, con ello, la posibilidad intrínseca de sus costumbres y tradiciones.

La prueba más palpable fue la participación istmeña en diversas competencias fuera de nuestro territorio, sobre todo en Colombia y Costa Rica, en los primeros años de República, y la invitación a participar en la primera edición de los Centroamericanos y del Caribe en México en 1926.

Llegaron después las otras ediciones en La Habana (1930), San Salvador (1935) y Panamá (1938), con grandes satisfacciones para los nuestros, que brillaron con luz propia e hicieron entonar nuestro himno nacional.

En esa línea, no hay que olvidar los triunfos obtenidos en el 30 por el velocista Reginald Beckford (100, 200 y 400 metros) y Fernando Navarro (vallas, decatlón, salto largo y alto), y del béisbol en 1930, 1935 y 1938.

Además, los triunfos de los velocistas Jennings Blackett y Nola Thorne, del ciclista Óscar Layne, del jinete Roberto Heurtematte, de los nadadores Didio y Danilo Souza, de los esgrimistas Antonio Racine, Floria Shelton y Aurora Ponce y del baloncesto masculino y femenino, en el 38 en Panamá.

Todas fueron victorias significativas no solo porque, en algunos casos, no se esperaban, sino porque como dice el periodista cubano Enrique Montesinos en sus memorias sobre estos juegos: “Mexicanos y cubanos, las dos potencias deportivas del área, volvieron a repartirse los máximos honores en todas las disciplinas convocadas”.

Pero, además, cuenta lo que vivieron estos atletas en una época socio-económica difícil para nuestro país, que los expertos se permitieron desechar o sencillamente desconocen.

Un ejemplo, en ese sentido, fueron las palabras de Beckford a los medios, una vez recibió su primera de oro. “Recuerdo que cuando fui a recibir mi primera medalla, sentí una especie de corriente eléctrica en todo el cuerpo y luego me puse a llorar de la emoción, cuando escuché el himno de mi país”.

Brown, otro en lista

Sin embargo, lo más imperdonable para quienes valoramos la historia deportiva, fue dejar por fuera a la máxima estrella de la época, el primer monarca panameño y latinoamericano de boxeo, el colonense Alfonso Teófilo Brown o ‘Panamá Al Brown’.

La historia de Brown no nos habla de un niño de origen antillano zarrapastroso que, un día a sus veintitantos años, decidió embarcarse hacia los Estados Unidos. Para nada.

Nos narra toda una época en la que, si bien despertaban o se desarrollaban algunos deportes, algunos en forma más intensa que otros, el diario vivir deportivo de ese Panamá, entre movimientos portuarios y comerciales, se mantenía a la expectativa de lo que acontecía en el boxeo.

Es cierto. Brown al momento de partir, no levantaba ni sospechas, porque no sería ni el primero ni el último. No obstante, su desenvolvimiento y la marcada repetición de su nombre en las marquesinas, comenzaron a darle otro cariz al pugilismo istmeño.

Un detalle. Panamá en todas las materias y negocios era la caja de resonancia de lo que acontecía en el mundo, y el mundo del boxeo no era ajeno a ello, por lo que la carrera del espigado púgil de origen jamaiquino era seguida, como si estuviera en casa.

Y fue por ello que, cuando llegó el momento de su consagración, todo el país se paralizó y no por el hecho de alcanzar un título de boxeo, sino porque ponía el nombre de Panamá en los titulares del mundo, y le daba un valor diferente a toda su actividad.

Brown viajó a Panamá meses después de la obtención del título, siendo recibido como un héroe nacional en la ciudad capital por unas veinte mil personas, y después visitó al presidente de la República, Florencio Arosemena.

Hoy, todo lo que pueda decirse sobre el particular son solo recuerdos, pero para quienes hemos leído un poco sobre nuestro deporte, los triunfos no se obtuvieron a partir de la llegada a un título o a un campeonato sino desde el momento de su partida.

Es posible que alguien salga a decir que “siempre es así” y que en “algún lugar del local está mencionado” y le responderé que “es posible”, pero cada una de ellas no se hizo con sangre, sudor y lágrimas, como indudablemente pasó con los grandes atletas de los años 20.

A esos pensamientos apostábamos nosotros de los connotados conocedores, pero nos equivocamos y se eligió lo que fue más cómodo y, en el ínterin, obviaron quizás lo más importante de todo, que fue el sabor y la añoranza a la Patria.

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