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- 12/02/2020 00:00
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Para responder a nuestra larga pregunta, tendríamos que remontarnos al principio. No al principio de los tiempos, sino a los comienzos de Red Bull. Es Bangkok. Es 1982. Un ejecutivo austriaco entra en un hotel. Necesita algo para combatir el sueño y la pereza que lo atenazan. Su avión acabó de llegar y el jet lag lo atormenta. En el hotel, le sirven una bebida local muy popular, común entre los camioneros y los obreros que necesitan energía extra para cumplir con sus jornadas. La bebida es amarga, nada agradable, pero cumple con su función. En ese preciso momento arranca el recorrido del toro rojo. El empresario, austriaco, con el nombre de Dietrich Mateschitz, tomó la idea original, modificó ingredientes y sabores para estar más acorde al gusto occidental, añadió muchísimo azúcar y gas, y todo listo. Red Bull estaba preparado para inundar el mercado. Desde su nacimiento, y gracias a sus características, la nueva bebida se vinculó a la energía más joven, y enseguida quedó ligada con las actividades deportivas. Al comienzo, el fútbol no aparecía en el mapa de Red Bull. Las carreras y el hockey eran las actividades elegidas par representar y proyectar la marca. Recién en 2005, Mateschitz comprendió que el fútbol implicaba una posibilidad excesivamente poderosa. Entonces, compró el equipo de su ciudad natal, el Austria Salzburgo. Pero le cambió el nombre, los colores y el escudo. Algo que no gustó en absoluto a la masa social que participaba del equipo desde 1933. Mateschitz planteaba que este era un equipo nuevo, sin historia. De hecho, en la página web del club aparecía la información de que el club había sido fundado en 2005. Pero la Federación de Fútbol de Austria los obligó a modificar ese dato y ceñirse a la verdad histórica del club.
Pero la cosa no quedó allí. En poco tiempo, Red Bull adquirió al Leipzig de Alemania. Encontraron al club anclado en los sótanos de la tercera división alemana, y apenas cuatro años después, el Leipzig debutaba en la primera división.
Muy pronto, el Red Bull Leipzig se convirtió en el equipo más detestado de Alemania, superando largamente al todopoderoso y muy odiado Bayern Munich. Eran recibidos en cada ciudad con letreros insultantes y actitudes hostiles. En el estadio de Dresden, la afición lanzó una cabeza de toro a la cancha. En Berlín, durante un partido, se desarrollaron 15 minutos de silencio por la “muerte del fútbol”.
En Alemania, un club de fútbol no puede llamarse a partir de una empresa. En el caso del Leipzig, las iniciales RB, no obedecen a Red Bull sino a Rassen Ballsport (deporte de balón y césped). Muy ingenioso.
El crecimiento insólitamente veloz del RB Leipzig ha ido borrando muchas de las suspicacias en torno a su desarrollo e irrupción en la élite del fútbol alemán. ¿Pero cuál es la diferencia de los equipos pertenecientes a Red Bull, con otros clubes, profundamente asociados con empresas?
Veamos por ejemplo al muy exitoso PSV de Holanda. Sus iniciales corresponden a Philips Sport Vereniging (lo que en inglés significaría Philips Sport Union). Este equipo se fundó en 1913, como una forma de esparcimiento competitivo para los empleados de la empresa Philips. La conexión empresarial entre equipo y empresa es absoluta. Pero quizá lo que la diferencia con Red Bull es su organización. Una cosa es una empresa patrocinando un club de fútbol en el que sus empleados participan de la actividad deportiva y constituyen su masa social (al menos así fue en sus orígenes) y otra muy diferente es una empresa que proyecta su marca a través de un equipo que existió previamente, asociado a una comunidad que nada tiene que ver con la empresa.
Ejemplos de vinculaciones entre fútbol y empresa hay de sobra. Alianza Lima, el equipo más popular del Perú, nació de los trabajadores que laboraban en el Stud Alianza, cuadra de caballos de carrera del expresidente Augusto B. Leguía. El famoso Arsenal de Inglaterra tuvo su origen primordial en los trabajadores del arsenal militar de la reina. Recuerdo en mi infancia, el torneo entre imprentas de Lima al que iba con mi papá todos los sábados. Cada equipo representaba directamente a una empresa con nombre propio. Pero el pundonor, la entrega y la intensa participación desmentían minuto a minuto los peligros de la comercialización en el deporte amateur.
Quizás el problema no reside en un profundo vínculo entre deporte y empresa, sino en la circunstancia específica de una empresa adquiriendo un club, y de paso tomándose un pasado para borrarlo, y devorando, de paso, una participación comunitaria con rasgos culturales específicos, para convertirla (al menos a nivel simbólico) en la multiplicación infinita de un logotipo llamativo, y en el reclamo eficaz para el consumo de un producto comercial específico.
Ahora, se aproximan los octavos de final de la UEFA Champions League y ambos equipos de Red Bull están clasificados. ¿Señal de que estamos ante un modelo de éxito deportivo? ¿O es una razón más para resentir esa parte del fútbol moderno dominada por el dinero, mostrándose con la mayor crudeza, mientras atenta a pisotones de chequera contra el fútbol más comunitario, más participativo, más esencial?