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- 02/02/2009 01:00
NEW YORK. El sistema financiero internacional ha estado dominado durante decenios por los EEUUy el llamado “consenso de Washington”. Lejos de proporcionar un campo de juego igual para todos, ha favorecido a los países que controlan las instituciones financieras internacionales, en particular los EEUU, en perjuicio de los países que se encuentran en la periferia de la economía mundial.
Los países de la periferia han estado sujetos a la disciplina del mercado dictada por el consenso de Washington, lo que los ha expuesto a una serie de crisis financiera, mientras que los EEUU han estado exentos de la disciplina del mercado, con lo que han succionado los ahorros mundiales para mantener un déficit por cuenta corriente cada vez mayor.
Ese estado de cosas podría haber continuado indefinidamente, porque la disposición de los Estados Unidos a incurrir en un déficit exterior crónico fue acompañada de la disposición de otros países a incurrir en superávits crónicos. Le puso fin el estallido de la burbuja inmobiliaria, que reveló el endeudamiento excesivo del sector inmobiliario. La actual crisis financiera ha revelado lo injusto que es ese sistema, porque la crisis se originó en los EEUU, pero está haciendo más daño a los países de la periferia.
El daño a la periferia es reciente y aún no se ha reconocido su importancia. Los países del centro de la economía mundial han garantizado eficazmente sus depósitos bancarios, pero los países de la periferia no pueden ofrecer a los inversionistas seguridades igualmente convincentes. A consecuencia de ello, el capital está huyendo de la periferia, donde resulta difícil renovar los préstamos de próximo vencimiento y las exportaciones sufren las consecuencias de la falta de financiación.
Las instituciones financieras internacionales tienen una nueva tarea: la de proteger a los países de la periferia de una tormenta que ha emanado del centro, es decir, de los EEUU. Su futuro depende de su eficacia para desempeñarla. Si no pueden prestar una ayuda importante, pueden llegar a ser en gran medida irrelevantes.
Se necesita asistencia para proteger los sistemas financieros de los países de la periferia, incluida la financiación del comercio, y permitir a sus gobiernos aplicar políticas fiscales anticíclicas. Lo primero requiere grandes fondos para imprevistos, de los que se pueda disponer con poca antelación durante períodos relativamente cortos. Lo segundo requiere financiación a largo plazo, pero el caso es que los 200.000 millones de dólares, aproximadamente, de fondos no comprometidos de que dispone el Fondo Monetario Internacional (FMI) no son ni mucho menos, suficientes para ofrecer una asistencia mínimamente eficaz, dadas las necesidades potenciales. Entonces, ¿qué se debe hacer?
La solución más sencilla es la de crear más dinero. Ya existe el mecanismo para emitir derechos especiales de giro. Lo único que hace falta para activarlo es su aprobación por el 85% de los miembros del FMI. En el pasado, los EEUU se han opuesto rotundamente. La creación de más masa monetaria es la reacción adecuada ante el desplome del crédito. Eso es lo que están haciendo los EE UU a escala nacional.
¿Por qué no hacerlo a escala internacional?
Resulta irónico que los derechos especiales de giro no sean muy útiles para proporcionar liquidez a corto plazo, pero sí lo sean para permitir a los países de la periferia aplicar políticas anticíclicas, si los países ricos prestaran o donasen sus asignaciones a los países pobres, lo cual beneficiaría en particular a los más pobres, que probablemente serán los más gravemente afectados.
Las instituciones financieras internacionales conservarían el control de los fondos donados y velarían porqué se gastaran de la forma idónea. Si se aplicara en gran escala, un billón de dólares, por ejemplo, el plan de derechos especiales de giro —ese acto aparentemente desinteresado de los países ricos— redundaría en realidad en su propio interés, en el mejor sentido de la palabra, al estimular la economía mundial y apuntalar sus mercados de exportación.
Además de donar sus asignaciones de derechos especiales de giro, los más importantes países desarrollados deberían garantizar conjuntamente, dentro de unos límites acordados, bonos estatales a más largo plazo emitidos por los países de la periferia. Al mismo tiempo, se podría inducir a los países con superávits crónicos a que invirtieran una porción de sus reservas de divisas o fondos soberanos en bonos estatales a más largo plazo de los países menos adelantados, lo que beneficiaría a los países más desarrollados de la periferia, como, por ejemplo, Sudáfrica e Indonesia, que están aplicando políticas macroeconómicas correctas.
Como el plan de derechos especiales de giro no es tan útil para proporcionar liquidez a corto plazo, se tendría que conseguir por otros medios. Los países con superávits crónicos, además de invertir en bonos estatales a largo plazo, podrían contribuir a un fondo fiduciario que complementara el nuevo servicio de liquidez a corto plazo del FMI, que permite a los países recibir una cantidad equivalente a cinco veces su cuota durante tres meses.
Por ejemplo, con arreglo a dicho servicio, el Brasil puede recibir sólo 23.400 millones de dólares, mientras que sus propias reservas ascienden a 200.000 millones. Un fondo complementario y más flexible daría más peso al servicio de liquidez a corto plazo.
Además, los bancos centrales del mundo desarrollado deberían extender líneas suplementarias de crédito cruzado a países en desarrollo y aceptar activos denominados en divisas locales para hacerlas más eficaces. El FMI, por su parte, podría desempeñar un papel garantizando el valor de los activos denominados en divisas locales.
A más largo plazo, los reglamentos bancarios internacionales deberían facilitar las corrientes crediticias a los países de la periferia. A corto plazo, los bancos centrales de los países desarrollados deberían presionar a los bancos comerciales para refinanciar las líneas de crédito. Tal vez podrían hacerlo en coordinación con el Banco de Pagos Internacionales.
Pocas de esas medidas serían posibles sin plantear la enojosa cuestión de la redistribución de los cuotas, lo que redundaría en provecho del interés, en el mejor sentido de este término, de los EEUU y Europa, porque, a no ser que éstos cedan algunos de sus derechos de voto, los países que han llegado a ser ricos recientemente recurrirán a acuerdos regionales o bilaterales en lugar de cooperar con el FMI. En cualquier caso, probablemente no se pueda eludir esa cuestión, pero se tardará mucho en zanjarla.
La vía mejor sería la de obtener apoyo para un plan de derechos especiales de giro en gran escala, aceptando que se inicien las negociaciones. Si el nuevo gobierno de los EEUU abanderara esa vía, respondería a las esperanzas mundiales. ©Copyright: Project Syndicate, 2009.