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- 14/08/2011 02:00
- 14/08/2011 02:00
ESTADOS UNIDOS. Contrario a lo que dicen los medio, políticos y gurúes por estos días, Estados Unidos sí ha pospuesto el pago de sus obligaciones de deuda en el pasado. Al menos la mitad de ellas.
Al finalizar la Guerra de Secesión todas las deudas del Gobierno Confederado del Sur, así como la de sus estados (lo cual incluyó también a dos series de bonos internacionales: los ‘bonos de algodón’ y los ‘bonos basura’ de Ámsterdam), no fueron reconocida por el gobierno federal.
Habla de su importancia en dinero y de la persistencia de los acreedores, que tales bonos hayan seguido circulando en mercados secundarios hasta la Primera Guerra Mundial, cuando quedó claro que Washington nunca honraría la deuda de sus enemigos, los rebeldes del sur.
Hoy nuevamente hay rebeldes que quieren tomar la Casa Blanca, pero ahora –declaran indignados– tratan de impedir que la ‘Unión Americana’ se siga endeudando.
Se trata de los republicanos seguidores de la línea del Tea Party, quienes buscan imponer una reforma que obligue, para siempre, a que el gobierno federal no incurra en déficits fiscales.
Como su postura incluye, igualmente, la prohibición de aumentar impuestos, el gobierno demócrata de Estados Unidos se encuentra con un nudo gordiano en el cuello: no puede obtener más recursos de sus ciudadanos, pero para honrar sus deudas tendría que recortar ampliamente sus gastos corrientes (salud, militares, educación, administración) si el Congreso no lo habilita a subir su techo de endeudamiento.
Dentro de los estados más endeudados del mundo, Estados Unidos se unió al grupo de aquellos países cuya deuda pública es superior al Producto Interior Bruto (PIB), de los cuales los principales de ellos fueron conocidos en abril, según las proyecciones del Fondo Monetario Internacional para 2011.
Irónico que una de las mayores potencias mundiales esté dentro de una lista de los estados más endeudados.
DECADENCIA ECONÓMICA
Con un coqueteo con lo apocalíptico, no exento de alegría por el sufrimiento ajeno, muchos señalan que ésta es una nueva señal de la decadencia económica estadounidense y que ahora sus políticos y ciudadanos tendrán que tragarse la medicina del ajuste y el fracaso. Es un error.
Es cierto que la deuda total de Estados Unidos se ha expandido de 5.8 billones de dólares (millones de millones), a principios de 2001, a 14.3 billones de dólares en mayo pasado, pero su deuda externa lo ha hecho de algo menos, de 1 billón de dólares a algo más de 4 billones de dólares.
Brasil, México, Chile, Colombia y Perú son sus mayores acreedores en la región, con 270 mil millones de dólares.
Así, la mayor parte de su deuda es nacional e intragubernamental. Además, está denominada en dólares y no se acumula a un corto plazo.
DÉFICITS FISCALES
Los déficits fiscales son parte de la historia de Estados Unidos desde que es súper potencia mundial.
Si bien hace tan poco tiempo como el año 2000 el presupuesto del país no tenía déficit, antes de 1998 tuvo 30 años de tinta roja fiscal.
La economía de Estados Unidos presenta problemas, pero –en su mayoría– tienen un origen político interno y también relacionado a los desequilibrios en estructura actual del comercio global.
Ni Japón ni China habrían podido comprar la inmensa cantidad de bonos del Tesoro que poseen, si los consumidores y el gobierno de Estados Unidos no les hubiesen permitido entrar con alfombra roja.
LARGO PLAZO
Analizada en profundidad, la demanda de los republicanos del Tea Party de que su país no dependa más en el largo plazo de prestamistas extranjeros es tan irracional como el tono moralista que acompaña su denuncia, el trato de extranjero que muchas veces dan al gobierno federal o su negativa a reconocer que su apoyo a la multiplicación del gasto bélico y seguridad ha sido parte del origen del problema.
De hecho, están llevando al país a un escenario distinto al que todos desean: uno en que se considere, por primera vez, que el sistema político estadounidense podría perder la perspectiva de sus intereses de largo plazo entrando en default por una lucha de poder, porque un eventual gobierno republicano recorte tanto los gastos que apague totalmente a Estados Unidos como locomotora de la economía planetaria, o porque Washington le declare una guerra comercial a China.
Si negar que en cualquiera de estas opciones se esconde la posibilidad de un efecto manada que golpearía duramente a Latinoamérica (por un flujo de Hot Money, por una nueva caída de la demanda estadounidense o por gatillar una crisis en China), habrá que esperar al año próximo hasta que una tendencia clara emerja en Estados Unidos.
Si los dos partidos acuerdan un plan de largo plazo sustentable y el próximo gobernante actúa pragmáticamente para reactivar la economía, regular las finanzas y negociar con China, las noticias de la muerte de Estados Unidos habrán sido largamente exageradas.