- 09/04/2010 02:00
AMSTERDAM. Desde la semana pasada, el terror ha vuelto a Rusia. Los ataques del 29 de marzo en el metro de Moscú, sumados a las subsecuentes explosiones en Daguestán e Ingushetia han despertado alarmas en el coloso euroasiático.
Atribuídos a separatistas chechenos, todos los atentados han seguido el mismo patrón: dos explosiones separadas por un intervalo de tiempo, llevadas a cabo por mujeres suicidas, o “viudas negras”. Cuestionando la versión oficial, muchos se preguntan quién es el verdadero responsable. Las piezas del rompecabezas, puestas en su lugar, sugieren un camino desde Moscú hasta el Hindu Kush, pasando por el Cáucaso Norte.
“Rusia”, dijo Winston Churchill, “es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Para empezar a entenderla, hay que mirar el mapa. El corazón de Rusia va desde Moscú hasta las regiones del sur del río Volga. Por la falta de accidentes geográficos, su defensa ha sido siempre complicada y, a través de su historia, Rusia ha sufrido invasión tras invasión, desde los mongoles hasta los alemanes.
“Para Rusia, la mejor manera de protegerse ha sido manteniendo una gran distancia con respecto a las potencias a su alrededor. Siberia y Asia Central la protegen de China y Japón; el Cáucaso de Turquía; y Europa Central y Oriental de Alemania. Estas regiones son claves para la seguridad rusa”, explicó a LA ESTRELLA Lauren Goodrich, de la agencia global de inteligencia Stratfor [http://www.stratfor.com]. “Pero eso también significa la inclusión de territorios que no comparten la identidad e idiosincracia rusas. El Cáucaso es de esas áreas, y siempre ha sido un dolor de cabeza para Moscú”.
En este contexto, ante una Rusia subyugadora, los rebeldes chechenos responden con terrorismo. Precisamente fue ésto lo que catapultó a Putin a la cima política en Rusia. En 1999, una brutal campaña de atentados propició el inicio de la Segunda Guerra Chechena. El manejo de la misma por parte de Vladimir Putin, entonces primer ministro, fue la clave para que un año después fuera elegido presidente de Rusia.
Putin representa al político ruso por excelencia: fuerte, intimidante, viril y energético. Su lenguaje es crudo, y retumba en el subconsciente de unos rusos acostumbrados a los eslóganes soviéticos.
Como hace 10 años, la semana pasada prometió “sacar de las cloacas” a los responsables y “exterminar” a los terroristas.
Debido a esto, algunos ya sospechan de él. Para Alix de la Grange, especia lista en Chechenia, “Putin tiene hasta las elecciones de 2012 para volver a dar la imagen del hombre fuerte que salvará a los rusos del terrorismo. Los ataques pudieron haber sido planeados, o facilitados, por él mismo”.
Por si fuera poco, las Olimpiadas de Invierno de 2014 que se celebrarán en la ciudad de Sochi, cercana al Cáucaso, se han convertido en el proyecto personal de Putin. Los atentados serían la excusa perfecta para aumentar la “seguridad” (léase represión) en la región de cara a la cita deportiva.
Pero no todos coinciden, e incluso lo ven desde el extremo opuesto. “La teoría de los Juegos Olímpicos tiene sentido, pero creo que estos ataques hacen ver a Putin y al Servicio Federal de Seguridad bastante mal. Ambos declararon el final de la guerra en el Cáucaso hace un año y ahora han quedado como tontos”, apuntó Goodrich, analista de Stratfor [http://www.stratfor.com].
“Veo más factible que cualquier facción interesada en hacer ver mal a Putin sea responsable. En Moscú se habla de una creciente rivalidad entre Putin y Vladislav Surkov (jefe de personal adjunto del presidente Dmitry Medvédev). Hay rumores de que en 2012 Surkov apartará a Medvédev para ir contra Putin en las elecciones. Realmente, toda la oposición rusa se beneficiaría de un golpe como éste”, dijo.
El principal comandante checheno, Doku Umarov, había advertido varias veces este año que “la sangre será derramada también en las ciudades rusas”. Las advertencias pasaron desapercibidas hasta las bombas de Moscú, que Umarov no tardó en adjudicarse.
La evolución de Umarov, de rebelde nacionalista a guerrero islamista, es clave para entender la naturaleza de la nueva insurgencia chechena.
“Ya no hay nacionalistas, ahora tenemos un nuevo enemigo: el Islam radical. Nos enfrentamos a una amenaza completamente nueva, una versión caucásica de Hamas”, declaró Sergei Markov, diputado y consejero de Putin, a la revista Christian Science Monitor.
Y es aquí donde entra la conexión más interesante y macabra, la que une a Al Qaeda e islamistas de las áreas tribales “Af-Pak” (Afganistán y Pakistán) con rebeldes chechenos.
“Desde siempre ha habido nexos entre “Af-Pak” y el Cáucaso, especialmente en cuanto a entrenamiento y cooperación táctica se refiere”, aclara Goodrich. Pero el patrón de los ataques -lanzar un ataque “carnada” para luego golpear en otro lado- es, según el periodista del Asia Times Online Syed Saleem Shahzad, obra de Ilyas Kashmiri, comandante de la Brigada 313 y de Lashkar-al-Zil (Ejército de la Sombra), una milicia de élite organizada por Al Qaeda.
La estrategia observada en Moscú, Daguestán e Ingushetia fue diseñada por Kashmiri e utilizada por primera vez en la Cachemira India, logrando matar a varios coroneles e hiriendo a dos generales indios, algo que el ejército paquistaní no logró en tres guerras.
Al unirse Kashmiri y su Brigada 313 al Lashkar-al-Zil, pasaron a luchar ahora por la visión globalizada que tiene Al Qaeda de la insurgencia islamista. En ella, la lucha chechena es sólo el inicio de una larga guerra contra Rusia y sus aliados en Asia Central. Chechenos, Uzbekos, Uigures y Tayikos se unirán en un frente para establecer el “Emirato Islámico de Khurasán”, un área que comprende las repúblicas centroasiáticas, y partes de Afganistán, Pakistán e Irán.
Emiratos aparte, dos cosas parecen claras: primero, una nueva red de islamistas ha nacido de las cenizas de la anterior insurgencia chechena.
Segundo, el campo de batalla parece estarse moviendo del Hindu Kush hacia Asia Central. Una nueva versión del “Gran Juego” que enfrentó a los imperios Ruso y Británico en esta zona parece que toma forma.
Por otro lado, se estima que un 15% de los suministros de EEUU para la guerra en Afganistán pasan por Rusia y las repúblicas centroasiáticas.
Así, a Washington tampoco le convendría la inestabilidad en la región. Pero el balance es claro: “tener a Rusia preocupada en sus problemas internos es beneficioso para EEUU, que ha visto como Moscú ha expandido su influencia en sus antiguos satélites”, opinó Goodrich.
Además, se cree que para trasladarse de Afganistán y Pakistán al Cáucaso, los insurgentes atraviesan territorio iraní gracias a un pacto con la organización Jundallah, que lucha contra Teherán en la provincia de Sistán-Balochistán. El líder de Jundallah, Abdolmalek Rigi, fue arrestado recientemente por Irán, y confesó haber recibido apoyo de EEUU, algo que Washington, naturalmente, niega.
Pero Goodrich agregó: “Rusia es hoy más fuerte que en 1999, y es probable que la campaña de represión en el Cáucaso no disminuya sus esfuerzos por expandir su influencia en el exterior, para disgusto de Washington”.
Quizás era exactamente eso lo que pasaba por la mente de Vladimir Putin al estrechar la mano de Hugo Chávez en Caracas este fin de semana.