Covid-19, ¿el nuevo Chernóbil en la guerra entre EEUU y China?

Actualizado
  • 10/04/2020 00:00
Creado
  • 10/04/2020 00:00
Pese al registro de miles de contagios y muertos en el mundo por el nuevo coronavirus, las pugnas por el control geopolítico no se detienen

En abril de 1986 la antigua Unión Soviética (URSS) enfrentó en Chernóbil uno de los peores desastres nucleares de la historia, con efectos ambientales solo comparables en magnitud a lo ocurrido en Fukushima (Japón, 2011).

Entonces, un conjunto de malas decisiones, encubrimientos y falta de pericia política en el manejo de la crisis terminaron por convertir esa catástrofe en el comienzo del fin de la otrora superpotencia que disputaba con EEUU la hegemonía del mundo desde 1945.

Si bien no es la primera vez que una potencia encubre sus horrores –como cuando EEUU, producto de sus pruebas nucleares provocó al menos 33,000 casos de cáncer en sus ciudadanos, de acuerdo con un informe del congreso; o Japón, que investigaciones posteriores revelaron negligencia oficial y escándalos de corrupción ligadas al negocio nuclear– la diferencia subyace en que para la URSS, Chernóbil tuvo consecuencias políticas devastadoras.

Visto en el espejo del pasado, lo ocurrido a los soviéticos pareciera querer repartirse como el “deja vu” de la mala gestión que apuntaló la crisis interna de ese país.

En plena guerra fría entre EEUU y China, ambas superpotencias tratan de alejar el fantasma de Chernóbil con el surgimiento del Covid-19, la pandemia global más grande de los últimos 100 años y que mantiene a más de mil millones de personas en cuarentena en el mundo, 1.4 millones de contagiados y 85,711 fallecidos, cuyo número no para de aumentar.

En los primeros momentos, tanto de la aparición del nuevo coronavirus en China como de la detección del primer caso en EEUU, los gobiernos de ambos países prefirieron quitarle hierro al asunto, al menos de manera oficial, sin dejar de lado la pugna geopolítica.

El primero en lanzar dardos fue el presidente estadounidense, Donald Trump, calificando el brote como “virus chino”, denostando la información que venía de Beijing que para mediados de enero enfrentaba un alza descontrolada de contagios en la ciudad de Wuhan, al tiempo que la enfermedad empezaba a llegar a otros países.

En tanto, el Gobierno chino rechazó los señalamientos luego de semanas de hermetismo, mientras que para inicios de febrero fallecía el médico Li Wenliang, que alertó sobre el virus, siendo antes censurado y amonestado por difundir “rumores falsos”. Aunque luego el Partido Comunista Chino pidió “disculpas solemnes” y revocó la amonestación a Li tras su muerte, las críticas internas contra la burocracia de Beijing no cesaron. Para ese momento ya la enfermedad había sido identificada por científicos chinos al secuenciar el nuevo virus. El 14 de enero la Organización Mundial de la Salud (OMS) advertía de una potencial “epidemia internacional”.

A finales de ese mes los chinos tomaron medidas draconianas, como la aplicación de cuarentenas a ciudades y provincias enteras, una política sanitaria que luego sería replicada por el resto del mundo.

Tan solo dos días después de la muerte de Li y ya con 12 casos confirmados en EEUU, Trump aseguró que se tenía “todo bajo control” y que esperaba que las temperaturas cálidas de abril “mataran el virus”. El brote ya incrementaría los casos en Europa, cuando en Asia saltaban las alarmas.

Esta laxitud de la Casa Blanca ahora le ha costado duras críticas al ser hoy EEUU, el país con el mayor número de casos positivos (395,030) y el tercero con más muertes (12,740), estando especialmente castigada la ciudad de Nueva York, con los sistemas sanitarios colapsados y las morgues desbordadas, similar a lo ocurrido en Wuhan meses atrás.

Entre las críticas está la filtración de un reporte de la inteligencia estadounidense publicado este miércoles por la cadena ABC News, que supuestamente advertía ya a finales de noviembre del brote de un virus en Wuhan; una información que hasta el momento el Pentágono ha negado.

Cuando la situación era crítica en China, desde Washington mantenían la ofensiva de apuntar a Beijing como responsable. Ahora la realidad es distinta desde que el brote empezara a ser controlado en el gigante asiático; esta semana Wuhan levantó, por primera vez desde enero, el durísimo confinamiento.

Ahora los chinos han pasado a la ofensiva. A diferencia de sus pares estadounidenses y la retórica del “America First”, estos optaron por la cooperación, lo que ha fortalecido su imagen, especialmente en Europa y en los países en desarrollo, donando millones de pruebas, enviando insumos médicos y especialistas; todas bien recibidas incluso por cercanos aliados de Washington.

Una estrategia que no se explica fuera del juego geopolítico y que envía un mensaje fuerte de que China es una potencia “responsable” y apoya a las naciones que necesitan ayuda; a contramano de Trump, que ordenó la prohibición de exportar todo material sanitario y esta semana culpó a la OMS de la situación, amenazando de cortarle el apoyo financiero.

Año electoral

La situación es particularmente complicada para Trump, dado que el discurso antiinmigrante y xenófobo con el que ganó la elección de 2016 es incompatible con los llamados a la solidaridad mundial para enfrentar el virus. Aún peor, el mandatario busca la reelección en noviembre próximo, lo que convierte la gestión de la crisis en su llave al segundo mandato o su sepultura política.

Y es que no solo podría estar en juego el futuro inmediato de Trump, sino también el dominio único de EEUU desde 1991, con la caída de la URSS.

“La supremacía mundial estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial ha estado basada en su capacidad única para conseguir sus objetivos mediante la persuasión, la amenaza o el uso de la fuerza. Pero la incapacidad de Washington de responder de forma adecuada ante el coronavirus, demuestra que las cosas han cambiado y cristaliza la percepción de que la competencia de EEUU está desvaneciéndose”, apunta el periodista irlandés y columnista en temas internacionales Patrick Cockburn.

Todo esto se suma a que el Covid-19 tiene como principal víctima institucional a los sistemas sanitarios, un conocido talón de Aquiles en EEUU, por sus deficiencias y predominio de la salud como mercancía y no como derecho. Un grave problema que incluso el Pentágono ya había identificado en un informe de 2017, revelado la semana pasada por The Nation y que ya alertaba de la posibilidad de una pandemia por influenza.

Similar a la URSS con Chernóbil, el coronavirus llega a EEUU en momentos de debilidad económica y descrédito del sistema político entre los ciudadanos cansados de las élites; que en el caso estadounidense, se suma a una fuerte división interna y a la insostenibilidad de la expansión militar en el extranjero. Incluso algunos analistas plantean no solo el posible recambio de poderes en lo geopolítico, sino también un giro en ciertos paradigmas que rigen el mundo.

Si el estallido social en Chile –junto a otros en América Latina– es visto como una señal del fracaso del neoliberalismo y el consenso de Washington, que profundizó las desigualdades, el coronavirus podría poner en jaque ideas asentadas como la mercantilización total de la vida –como los servicios de salud–, el ideal de democracia liberal y el excepcionalismo “americano”, todos pilares del actual modelo estadounidense cuya credibilidad va en declive.

Los señalamientos por el origen del virus –EEUU culpa a China, y esta, a su vez, a los militares estadounidenses que estuvieron en Wuhan meses antes de la crisis– junto a la batalla por la tecnología 5G y la guerra comercial, son expresiones de un conflicto de baja intensidad que ya está en curso.

En ese contexto, la actual pandemia global es un tinglado más en esa lucha por el control del mundo que transita paulatinamente a un nuevo orden multipolar y que augura un orden más cercano al esquema chino, que necesariamente no implica más democracia o justicia social, aunque abre la oportunidad para que regiones históricamente subordinadas a EEUU como Latinoamérica o Europa, definan sus propios proyectos al margen de la pugna chino-estadounidense.

Está por verse cuál de las dos potencias saldrá mejor librada de las consecuencias de este “nuevo Chernóbil”.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus