Afganistán: ¿el principio del fin?

PANAMÁ. Durante la histórica campaña que lo llevó a la Casa Blanca, Barack Obama tenía una posición clara con respecto a las dos guerras...

PANAMÁ. Durante la histórica campaña que lo llevó a la Casa Blanca, Barack Obama tenía una posición clara con respecto a las dos guerras que, como presidente, heredaría de George W. Bush. Según su narrativa, Irak era la guerra equivocada, la mala, la que no tenía sentido, y de la que había que salir urgentemente. Afganistán, por contra, era la guerra correcta, la que tenía un propósito claro y noble, y en la que Washington debía concentrar sus esfuerzos.

Ganada la presidencia, Obama y su Pentágono empezaron a maniobrar en esta dirección. Después de un año de especulación con los términos del SOFA —el tratado que estipulaba la completa retirada americana para fines de 2011—, los estadounidenses terminaron respetando lo pactado y hoy —aparte de la mastodóntica embajada y su numeroso personal— no quedan bases ni soldados americanos en Irak.

La guerra buena, sin embargo, siguió su curso. En Afganistán, EEUU iba a por la victoria, cuya versión más light incluía la paz con el Talibán y su integración en un gobierno que representara a todos los afganos y que, además, fuera aliado de Washington. Temprano en su mandato, el presidente decidió aumentar drásticamente las tropas —intentando emular lo hecho en Irak un par de años antes— para así alcanzar esa anhelada victoria y poder cerrar la guerra más larga de la historia americana.

DEFINIENDO LA VICTORIA

Han pasado poco más de dos años desde aquello, pero anímicamente podría haber sido un siglo. De los 90,000 soldados que quedan en el país, 22,000 regresarán a casa este otoño. Los 68,000 restantes volverán gradualmente antes del final de 2014, aunque hace pocos días el Secretario de Defensa Leon Panetta anunció que esa fecha podría ser adelantada nada menos que 18 meses, y las tropas podrían regresar a casa a mediados de 2013. Sea cual sea la fecha final de retirada, un número aún por determinar de personal americano permanecerá en el país en tareas de apoyo logístico, entrenamiento y demás. Ver a EEUU retirarse voluntariamente de una guerra no es una cosa de todos los días. La pregunta inmediata, entonces, es la siguiente: ¿se habrá alcanzado la victoria?

Como concepto militar, especialmente en el siglo XXI, la victoria es casi imposible de definir. Para muchos, EEUU fue a Afganistán a destruir la alianza entre Al Qaeda y el Talibán, con el objetivo de lograr que jamás se volvieran a lanzar (o planear) ataques terroristas contra EEUU desde suelo afgano. De acuerdo a algunos estimados, quedan menos de 100 miembros de Al Qaeda en Afganistán, y Osama bin Laden está muerto. La ‘guerra contra el terrorismo’ está más que acabada. Una década después del 11-S, son muchas las señales que indican que el trauma está superado. Desde éste punto de vista, EEUU logró sus metas en Afganistán. Logró la victoria. Y por ende, es hora de volver a casa.

Pero no todo acaba ahí. Si bien el ideal neocon de invadir para establecer regímenes democráticos en el gran Medio Oriente ha pasado a ser objeto de mofa en nuestros días, lo cierto es que hay un interés estratégico de EEUU en dejar lo más parecido a un gobierno estable y funcional a su retirada. Y por ahí es que se empieza a deletrear el fracaso americano. Y por ahí, también, es que podemos empezar a entender el deje de resignación que tienen decisiones como la de adelantar la retirada.

ATAQUES FRATRICIDAS

Lo cierto es que, a día de hoy, Afganistán es un país rabiosamente americano. El jueves, el diario Los Angeles Times publicaba lo siguiente en su sección internacional: ‘dos soldados americanos fueron asesinados por un empleado civil del ejército afgano. Es el último episodio de una serie de ataques en los cuales soldados, policías o funcionarios afganos se han rebelado contra sus aliados occidentales’.

La ‘serie de ataques’ lleva meses ocurriendo, pero siempre habían sido tratados como ‘hechos aislados’. Sin embargo, en las últimas semanas, los ataques ‘fratricidas’ se han revelado como una tendencia sin precedentes en la historia militar. La semana anterior, dos soldados más fueron asesinados por un soldado afgano y otros dos fueron ejecutados por un afgano desconocido en un recinto de alta seguridad dentro de una base americana. Ataques similares han hecho a franceses y alemanes estar al borde de la retirada total. Los últimos ataques, además, han ocurrido en medio de una enorme controversia por la quema ‘accidental’ de varias copias del Corán en una base al norte de Kabul, lo que desató protestas por todo el país.

Sería ingenuo, sin embargo, achacar las últimas ‘traiciones’ afganas al incidente con los Coranes. A la mente vienen incidentes como el último video de soldados americanos orinando encima de prisioneros afganos, el bombardeo ‘accidental’ de un grupo de pastores y tantos otros más. Si alguien quiere entender la desconexión que existe entre los afganos— todos los afganos— y los americanos, basta con decir que luego del incidente con los Coranes —y de la procesión de disculpas que llegó hasta el mismísimo Obama—, el comandante americano en Afganistán, el General John Allen, ordenó a su personal asistir a cursos de ‘sensibilización’ para con la cultura afgana. Cualquiera olvidaría que llevan 10 años ahí.

¿Y LUEGO QUÉ?

Los europeos se quieren ir. Los americanos también, pero están haciendo lo posible por dejar las cosas en el mejor estado posible (para sus propios intereses). Mientras, lrán, Pakistán, Rusia y otros países se preparan para heredar el desastre que dejarán los americanos. A día de hoy, la posibilidad de una guerra civil en Afganistán es alta: Karzai, el presidente-títere del país, intentará perpetuar su poder a toda costa. Para lograrlo, deberá venderle a los americanos y al resto de facciones no pashtunes del país —Hazaras, Uzbekos y Tayikos, todos rabiosamente anti-Talibán— un tratado de paz con el Talibán.

El Talibán, sabedor de que será la facción más fuerte apenas se vaya EEUU, no quiere saber de Karzai y quiere negociar directamente con los americanos. Dentro del Talibán, a su vez, varios subgrupos insurgentes —el Hizb-e-Islami de Gulbuddin Hekmatyar y la Red Haqqani, entre otros— podrían quedar insatisfechos con la situación y hacer la guerra por su cuenta. La Red Haqqani, en particular, podría retirarse a las áreas tribales fronterizas con Pakistán, con la desestabilización masiva que ello acarrearía para Islamabad. Todo ésto ocurriendo en el primer productor de opio del mundo, el narco-estado por excelencia, con todo lo que ello acarrea en cuanto a armas, violencia, dinero y escrúpulos.

Muchas señales parecen indicar que estamos en el principio del fin de la última aventura occidental en Afganistán. Cualquiera que entienda que la guerra es una empresa absurda y que debe ser e vitada a toda costa debería alegrarse, especialmente si ese final llega en poco más de un año. Tristemente, lo que quedará en esa pobre tierra será más violencia y más guerra. Exactamente lo mismo que había antes de que a los americanos se les ocurriera invadir. Jamás se gastó tanto dinero y se mató a tanta gente para no lograr absolutamente nada. Afortunadamente, era la guerra bue na.

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