España, los separatistas y el “débil sur”

Actualizado
  • 13/09/2015 02:00
Creado
  • 13/09/2015 02:00
Los europeos están jugando con las palabras y las cifras. En estos jueguitos se oculta algunas verdades. 

Un conflicto se ve venir en España por el independentismo catalán que, tan solo el viernes 11 de septiembre, en la avenida Meridiana, principal arteria del corazón de la ciudad de Barcelona, volvió a demostrar al mundo político centrista del gobierno español, que los ‘independentistas' podrían ganar el próximo 27 de septiembre, tal como lo dijo en la manifestación de la Diada, Jordi Sánchez, presidente de la Asamblea Nacional Catalana. Rugen los movimientos separatistas en España y se suma a la vorágine de exclusión que vive toda Europa. Se trata de de un peligroso fenómeno del reordenamiento geopolítico por el nacionalismo extremo y el separatismo latente.

Tales movimientos separatistas emergen con regularidad y amenazan la sólida estructura que constituyó la Unión Europea (UE) que, con la crisis griega y la de los refugiados ‘hace aguas'. La crisis de Grecia marcó un antes y un después en el presente siglo, el Dexit que tantos empujaron, demostró que la unión no es lo más importante para la UE, y los catalanes convocados para el próximo 27-S lo saben.

Además, ¿cómo conjugar el principio unionista con los ‘separatistas'? Los europeos están jugando con las palabras y las cifras. En estos jueguitos se oculta algunas verdades. Tras la crisis helena, la famosa Troika no está en retirada. Por otro lado, la OTAN avanza y se fortalece en Europa, es decir EE.UU. y sus intereses trasatlánticos. Y, por último, los nacionalistas construyen vallas, muros y cierran fronteras, algunos ‘patean' refugiados, etcétera. Si eso no es racismo o xenofobia, ¿qué es?

En el pasado referéndum catalán, 2014, el 80 % de los electores se mostraron a favor de la separación de España. El viernes 11 los catalanes hicieron una manifestación multitudinaria. Y a este nuevo panorama le llaman democracia, derechos nacionales y nuevo orden constitucional. Al olvido lo que realmente es: el imperio de las minorías. Todo convertido en diputaciones europeas sujetas a Bruselas y su poderoso parlamento.

Europa celebró el mes pasado, los ‘70 años de paz' tras la Segunda Guerra Mundial. Pero les ‘falló' la memoria a todos. Olvidaron perversamente y de un plumazo los 200,000 muertos europeos durante la guerra que desmembró la antigua Yugoslavia. Callaron deliberadamente por qué en esa guerra, dejaron que fuera la OTAN y no la soberana Europa quien tomara el mando. La ONU no lo hizo mejor. Hoy hablan de ‘…7 décadas de paz' y siguen negando que aquello fue una brutal y sangrienta guerra europea.

Yugoslavia fue una guerra que se produjo en medio de la descomposición del sistema comunista de los países del este. No olvidemos que se pelearon europeos y que el resultado de esa sangrienta guerra permitió que muchos nuevos estados europeos vieran la luz en el viejo continente. O sea, se trató de una guerra con orígenes separatistas, sean nacionalistas, religiosos o políticos. Sin embargo, ¿ha terminado el proceso que desmembró en los noventa una parte de Europa? El siglo XXI parece anunciarnos que no.

Si se analizan las microrregiones de los separatistas en Italia o España, sin olvidar los demás, se observa que también a nivel del bloque el argumento de exclusión que se emplea constantemente es el siguiente: ‘Estamos cansados de soportar el débil sur'. Para los catalanes el ‘débil sur' podría ser Sevilla; para el norte de Italia, al hablar del sur, piensan en la decadente Nápoles y similares. El laberinto no termina con cada nación. Para el poderoso ‘Norte' europeo Grecia, Italia, España entera y Portugal, incluso las naciones del este, son ‘el débil sur'. Los radicales separatistas catalanes no piensan que ellos sean ‘el débil sur' de Alemania, Austria o Francia.

En la UE muchos sostienen que los separatistas tienen pocas probabilidades de éxito por el índice del PIB, el déficit público o si la UE los aceptará. Juegan con los numeritos y los dogmas democráticos comunes como si fueran fuerzas inamovibles. Así pensaron de los marxistas-leninistas cuando enfrentaron el fin de la antigua URSS. Se equivocaron al retrasar el proceso de recomposición étnica en Europa. En los turbulentos 90 no pensaban en el PIB de las extintas fronteras yugoslavas. Han pasado 25 años y con las crisis económicas y financieras los ecos de la vieja Europa vuelven a oírse.

El caso de Yugoslavia, sus múltiples componentes separatistas, es el ejemplo más eficaz para comprender cómo se mueven los elementos separatistas claves. Pero lo inconfensable es que la UE en esa década no tuvo voluntad política para impedir la separación de aquellos que claramente ya no deseaban estar juntos. La UE tampoco ha querido ver que esa postura dio lugar a unos Estados europeos híbridos que no fortalecen la ‘unicidad' que tanto habla, pero no practica, la Cataluña que pregona Arturo Mas.

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