Tras 75 años del fin de la II Guerra Mundial, ¿puede resurgir el fascismo?

Actualizado
  • 08/05/2020 00:00
Creado
  • 08/05/2020 00:00
El recuerdo de la derrota al fascismo, surgido en la crisis de los años 30, plantea preguntas si la actual crisis podría facilitar el ascenso de nuevas autocracias

El 9 de mayo de 1945 el Ejército Rojo sentó al Estado mayor de la Wehrmacht (Fuerzas Armadas alemanas) en la localidad berlinesa de Karlshorst, para una sola cosa, la capitulación incondicional del régimen nazi. Nueve días antes su líder, Adolf Hitler, se había volado la sien en un búnker dejando a su suerte a una Alemania y Europa devastadas.

La rendición de los altos mandos germanos puso fin en Europa a seis años de la guerra más destructiva de la historia, cuyos 11 millones de refugiados, más de 70 millones de muertos, campos de concentración, masacres colectivas, genocidios, destrucción de países completos y el uso de la primera bomba atómica contra humanos, son cifras y horrores difíciles de superar.

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) a su vez evidenció la capacidad del ser humano para autodestruirse y someter a otros de su misma especie. Posterior al conflicto, los juicios contra los jerarcas nazis revelaron la cara más extrema del fascismo europeo, que configuró una sociedad totalitaria en la que una parte de la población aceptó como natural la obediencia, incluso a costa de tolerar el exterminio de otras personas.

En la lucha contra el fascismo se estima que murieron más de 70 millones de personas de  las cuales al menos unos 26 millones eran ciudadanos de la Unión Soviética.
Obediencia debida

Durante los juicios, muchos nazis argumentaron que los actos se dieron bajo el concepto de “obediencia debida”, es decir, por seguir órdenes de sus superiores, un supuesto que fue rechazado precisamente en los tribunales de Nuremberg, estableciendo jurisprudencia al señalar que “el hecho de que el acusado haya obrado según instrucciones de su gobierno o de un superior jerárquico no le eximía de responsabilidad”.

¿Pero qué pasa cuando esta lógica opera de manera colectiva? ¿Se puede juzgar a una sociedad entera? Esta fue la pregunta que se hizo años después el psicólogo estadounidense Stanley Milgram, cuyos estudios revelaron una interesante y aterradora perspectiva del comportamiento humano.

En 1963 publicó en su trabajo Behavioral Study of Obedience, los resultados de un experimento de psicología social que buscaba demostrar que en condiciones específicas los individuos son capaces de cometer crímenes o genocidios siguiendo órdenes de una autoridad que considerasen legítima.

Con esa premisa, Milgram reclutó de manera voluntaria a alumnos en la Universidad de Yale para un experimento donde había tres roles: un “profesor”, que cumple las órdenes, un investigador (el propio Milgram), y un tercero que serían un “estudiante” –que realmente era un actor– que está amarrado a una silla eléctrica. Había una lista de preguntas que el profesor tenía que hacer al estudiante; si este respondía correctamente el cuestionario, seguía sin problemas, pero si ocurría lo contrario, el profesor debía dar una descarga eléctrica al estudiante. Cada error aumentaba la dosis, llegando hasta 450 voltios, potencialmente letal.

Realmente el estudiante nunca recibía descargas eléctricas, actuaba y fingía tener dolor, mientras el investigador –la autoridad legítima– le pedía al profesor –el verdadero sujeto de la prueba– que siguiera con el cuestionario aunque hiciera daño otra persona, algo que el profesor hacía sin coacción.

Los resultados mostraron que el 65% de las personas llevó hasta el final las órdenes del investigador, aplicando los 450 voltios cuando ya a los 300 voltios el actor fingía no tener señales de vida. Los resultados desconcertaron a Milgram que pensó solo unos cuantos sádicos llegarían a terminar la prueba.

Milgram concluyó que en ciertas circunstancias el individuo puede obedecer un mandato superior aunque contradiga su pensamiento, supere su lógica o atente contra la dignidad de otras personas; siendo un elemento clave que exista una autoridad considerada “legítima” por el sujeto, en este caso era el experimentador, pero podría ser otra figura como un padre, un médico, una institución como la policía, una congregación religiosa, los medios de comunicación o el Estado. Lo que deja otra pregunta, ¿cómo se construye esa legitimidad de la autoridad?

Las consecuencias del conflicto definieron un nuevo orden internacional que aún hoy tiene vigencia.

En el caso de los nazis fue una suma de factores, estos tomaron el control de Alemania en un accionar que involucraba participación electoral con violencia paramilitar, sumado a una severa crisis económica y crisis institucional como consecuencias de la Primera Guerra Mundial, y la crisis financiera de 1929. El hartazgo de la población ante un modelo económico que no respondía a su necesidad, junto a una falta de alternativa política coherente –la oposición antinazi estaba dividida–, sirvió de caldo de cultivo para el ascenso de las ideas extremas del nacionalsocialismo.

El politólogo catalán y profesor de la Johns Hopkins University Vicenç Navarro caracteriza el fascismo como “un nacionalismo exacerbado, de tipo imperialista, con bases racistas, profundamente antidemocrático (llaman a) defender la 'pureza de la patria' frente a grupos étnicos, culturales, políticos o religiosos que la contaminan y que deben ser destruidos”.

Sobre esto último, el nazismo definió sus “enemigos” –reales o ficticios–, primero a sus mayores críticos: comunistas, socialistas y luego liberales democráticos. El discurso fue afianzado luego señalando a los judíos, homosexuales y otros disidentes como “amenazas”, todo bajo una eficiente propaganda y pseudociencia en torno al supremacismo racial.

Fascismo y capital

Si bien había condiciones económicas y sociales para ideas extremas en la década de 1930, ¿con qué dinero se construyó la legitimidad nazi? Aunque la historia oficial se ha concentrado en la figura de Hitler, esta deja poco espacio para el rol que jugaron los grandes empresarios alemanes en su ascenso.

Para el historiador e investigador Guillermo Castro, el partido Nazi no pudo alcanzar el control del país sin el financiamiento de los principales grupos económicos alemanes.

“Los grandes empresarios financiaron el partido de Hitler, como en otros lugares financian otras cosas (...) también hubo inversión estadounidense, en sus inicios al menos, porque el antisemitismo tiene una larga trayectoria en el sector empresarial de EEUU, empezando por Henry Ford”, señala Castro.

El fascismo fue fenómeno que tuvo diferentes expresiones en toda Europa, Estados Unidos e incluso algunos países de América Latina. En la foto la entrada al campo de exterminio de Auschwitz.

De acuerdo con una investigación del diario alemán Bild publicada en marzo de 2019, importantes empresas germanas como JAB Holding –dueños de la marca Krispy Kreme, Jimmy Choo y Calvin Klein– hicieron sus fortunas con trabajo esclavo bajo el régimen nazi. Compañías como la automotriz BMW, Adidas o Hugo Boss –que fabricó los uniformes de las temibles “SS”– estarían también en la lista de empresas que se beneficiaron del nazismo.

“El fascismo operó como una ofensiva preventiva para impedir se diera un cambio a favor de las mayorías, evitar una revolución (...) el nacionalsocialismo se desarrolló como un partido contrarrevolucionario que buscaba impedir el ascenso político del Partido Comunista Alemán que tenía una trayectoria y arraigo importante en la población. De allí que fueron los primeros que los nazis eliminaron, luego los socialdemócratas, judíos, homosexuales y otros”, explica Castro, precisando que este tipo de respuesta no es un fenómeno solo alemán, sino ya venía siendo implementado en Italia y en otros regímenes de extrema derecha de Europa.

¿Totalitarismo en pandemia?

En opinión de Castro, es poco probable que se repita un fenómeno fascista como los ocurridos en el siglo XX –con un “hombre fuerte” y un partido único–, pero sí otras formas de totalitarismo que podrían poner las libertades en jaque: “Es posible que se puedan tener contrarrevoluciones preventivas para impedir que el impacto de la pandemia del Covid-19 genere transformaciones sociales irreversibles”, subraya.

Estimaciones del Fondo Monetario Internacional apuntan a que el mundo podría enfrentar el peor colapso económico desde la Gran Depresión de 1930. Proyecciones similares tiene la Cepal para América Latina, con una contracción del PIB regional en 5.3%, lo que llevaría 29 millones de personas a la pobreza y otras 16 millones más a la pobreza extrema, augurando conflictos sociales y desigualdad.

Abdiel Rodríguez, filósofo y profesor universitario, coincide con Castro en la idea de que las nuevas condiciones creadas por la pandemia facilitan el establecimiento de gobiernos autocráticos.

El fascismo alemán tomó el control de todos los aspectos de la vida en Alemania, desde lo hogar, la cultura, la judicatura, la academia o el ejército.

“Cuando en el mundo se habla de una nueva normalidad, esta no está definida (...) no se puede descartar que permanezcan algunas formas de control biopolítico luego de superada la pandemia”, apunta Rodríguez, en referencia a las nuevas tecnologías para vigilar a los ciudadanos en medio de la crisis, pero también las normativas legales y económicas aplicadas a razón de la emergencia.

Para el filósofo, un gobierno de corte fascista por el momento no está a la vista, pero sí quizá “democracias restringidas”, al no tener la población la organización que le permita hacer un contrapeso con los monopolios de poder económico dominantes.

“Los ciudadanos han renunciado a ciertas libertades por su propia seguridad, y eso puede que les salga muy caro porque no hay garantías de que vuelvan a obtener esos derechos que cedieron”, apunta Rodríguez.

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