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- 08/06/2009 02:00
Explicable escozor han causado unas FARC reactivadas. Más de 40 soldados y policías muertos el mes pasado, junto con emboscadas y asaltos en varios departamentos, secuestro de concejales, atentados contra torres y puentes.. Están volviendo a las mismas —tratando al menos— con evidente ahínco. Era de esperarse. Deben demostrar que aún están ahí y, además, recordar que acaban de cumplir 45 años de existencia. La pregunta es si el aumento de acciones guerrilleras en los últimos tres meses refleja una recomposición real de su capacidad operativa y ofensiva. O si son más bien esfuerzos desesperados y coyunturales (presionados por fechas “históricas”), dentro de una trayectoria ya irreversible de retroceso y decadencia. Si las Farc hubieran dejado pasar desapercibido el primer aniversario de la muerte de ‘Reyes’ y ‘Marulanda’ (en marzo), o los 45 años de su fundación (en mayo), era porque estaban en franco proceso de liquidación. No se quedaron quietas, es cierto, pero el “marzo negro” que se temía fue un plan avispa de petardos, quemas y dispersos hostigamientos armados. Tampoco la ofensiva para conmemorar su casi medio siglo tuvo el impacto que podría temerse de una guerrilla que en años no muy remotos aniquilaba bases militares, atacaba capitales regionales, promovía masivos “paros armados” y secuestraba asambleas departamentales enteras. Esta vez quiso secuestrar a todo el concejo municipal de Garzón (Huila) y no pudo. Pero que lograra llevarse a uno (y matar a dos vigilantes y dos uniformados) motivó el publicitado regaño del presidente Uribe a la fuerza pública por permitir que esto ocurriera en una zona donde hay dos batallones. El hecho muestra que las Farc siguen en el plan de aumentar su bolsa de secuestrados políticos, que les permite mantener el discurso del intercambio humanitario. En el plano militar, lo más significativo fueron dos golpes que le propinaron a fuerzas especiales de contraguerrilla en una zona del Plan Omega, en Guaviare, con saldo de diez soldados muertos. Y en el del terrorismo dinamitero, la voladura de dos torres en Arauca dejó sin luz durante varios días a más de cien mil personas. “La culebra sigue viva”, como diría Uribe. Tras 45 años, sigue picando y sería grave error subestimar su capacidad para hacer daño. O para lanzar ofensivas como la de mayo. Pero, sin caer en tontos triunfalismos, hay evidencias concretas de que, pese a lo que están haciendo, y aún pueden hacer, el declive de las Farc es progresivo y profundo. Estuve mirando cifras consolidadas del programa de desmovilización del Gobierno, y el análisis de sus tendencias es muy revelador. Del 2006 al 2008, los desmovilizados de las Farc pasaron de 1.158 a 3.027: un incremento cuantitativo del 90 por ciento. Pero lo que ha sucedido en términos cualitativos es aún más significativo: los que más están saliendo de las Farc son los mandos con más años en la organización. Del 2003 al 2008, desertaron anualmente un promedio de mil y pico de guerrilleros con menos de cinco años en las Farc. Pero los que llevaban de 5 a 10 años pasaron en este lapso de 178 a 1.067; los de 10 a 15 años de militancia, de 45 a 418 y los miembros con 16 a 40 años en las filas brincaron de 6 a 106. Una tendencia que contradice lo que se suponía y señala que el tiempo corre en contra de la guerrilla. Los motivos más aducidos por los mandos que se han acogido a la desmovilización son la mala vida y el maltrato, la pérdida de moral y convicción, el desabastecimiento e impacto de las operaciones militares y la certeza de que la tan pregonada toma del poder ya no es posible. Si ‘Marulanda’ no lo logró en 44 años y confesó poco antes de morir que la lucha sería aún muy larga, no es difícil entender por qué tantos curtidos guerrilleros están diciendo “hasta aquí llegué”. ¿Cuál es entonces el futuro de una guerrilla que enfrenta un abrumador rechazo externo y una creciente desmoralización interna? Lo más seguro es que el retroceso la lleve a endurecerse y a “enguerrillarse” más. A tratar de recuperar iniciativa militar en el campo y hacer ruido en las ciudades con bombas, como la que explotó hace días en Cali. Con la llegada de ‘Alfonso Cano’ a la jefatura buscará más visibilidad pública y política, agitando temas como el intercambio, reactivando el PC3, recomponiendo redes internacionales, lanzando milicianos a combinar la infiltración de centros educativos con acciones terroristas de impacto urbano. Un peligro evidente en una guerrilla debilitada y ávida de recursos es la fusión con las bandas criminales del narcotráfico, lo que ya se está viendo en Cauca, Nariño y Putumayo. Otro síntoma de degradación. No es previsible a mediano plazo una derrota militar de las Farc similar a la de los Tigres Tamiles en Sri Lanka. Aún tienen espacio social del cual reclutar, narcos con los cuales aliarse, selva donde esconderse. Tienen, sin duda, una larga historia de supervivencia armada.