Una deuda que supera los $70 millones reclaman a las autoridades del Ministerio de Desarrollo Agropecuario (MIDA), los productores de arroz de la región...

- 04/05/2025 05:38
La política de no confrontación, diálogo y respeto mutuo en las relaciones México-Estados Unidos que aplica la presidenta, Claudia Sheinbaum, ha tenido una eficacia de tan altos kilates, que su homólogo del norte, Donald Trump, ha visto anulados sus intentos de someterla a su voluntad.
En cada episodio protagonizado por Trump contra México desde el 20 de enero cuando tomó posesión con amenazas de invadir militarmente a su vecino del sur bajo el engaño de declarar terroristas a las bandas de narcotraficantes, blindar la frontera no solamente con la continuación de la construcción del muro que, por cierto, no ha reiniciado todavía, y cambiar el nombre del golfo para que quedara patente el supuesto dominio estadounidense de ese espacio, la presidenta ha respondido con réplicas que lo han congelado.
Así fue con el asunto de los cárteles de la droga cuando Sheinbaum no admitió que bandidos comunes fueran declarados terroristas con intenciones de crear en nombre de la lucha contra ese flagelo un cordón sanitario en la frontera para presionar a su gobierno a abocarse a una guerra interna como la ejecutada por el ex presidente Felipe Calderón quien exacerbó la violencia criminal en el país.
La mandataria envió un mensaje muy claro a su homólogo del norte: todos queremos acabar con el tráfico de drogas, pero México en su territorio donde hace lo que está a su alcance para reducir el trasiego de fentanillo y otros estupefacientes, y Estados Unidos en el suyo, que es donde debe actuar con más decisión contra sus cárteles. Si cree que los narcotraficantes mexicanos son terroristas, ¿por qué no lo deberán ser igualmente los estadounidenses?
Trump tuvo que admitir los razonamientos de Sheinbaum, aceptar nuevas negociaciones fronterizas, y el tema de la militarización pasó a otro plano, aunque México nunca lo descarta y no será sorprendido.
Algo similar sucedió con la arancelización de las relaciones comerciales bilaterales ejecutada por Trump. La presidenta, ejerciendo su derecho a réplica, negoció para impedir que las nuevas tarifas alcanzaran al Tratado Comercial Estados Unidos, México, Canadá (T-MEC) cuya vigencia sobrevivió a esa guerra desatada por la Casa Blanca.
Fue de nuevo la política de persuasión aplicada por la mandataria mexicana la que se impuso y obligó a Trump a recular y dejar fuera del alcance de su política arancelaria a México y Canadá.
Casi lo mismo le ha sucedido ahora con las aguas compartidas en la frontera por los dos países. Trump presionó con amenazas de tomar medidas de represalia si México no entregaba a EEUU la totalidad de las aguas que le pertenecen según el tratado al respecto de 1944, pero Sheinbaum no se dejó torcer el brazo, y fue de nuevo a la mesa de diálogo para frenar la ofensiva de su contraparte.
México se comprometió a realizar entregas inmediatas de agua para saldar su deuda, pero solo hasta donde le fuera posible y bajo las reglas del tratado, y Washington aceptó.
El Tratado de Aguas de 1944 fue el resultado del robo del 52 por ciento del territorio nacional mexicano tras la invasión de 1846-1848 que dejó como ganancia de Estados Unidos sus actuales estados de California, Nuevo México, Arizona, Texas, nevada, Utah, parte de Colorado y Wyoming.
Como frontera natural entre el norte y el sur quedaron el río Grande, para los estadounidenses, y Bravo, para los mexicanos, además, el Colorado, Tijuana y las aguas del río que divide la frontera binacional en Fort Quitman, Texas.
La cuenca del río Colorado está en su mayor parte en el lado de Estados Unidos pues descarga solo 8 % de su caudal en la parte mexicana, pero el Bravo tiene, en cambio, el 77 % y es más caudaloso.
Hay un problema de origen, y es que los productores de toda esa extensa zona dependían de esos ríos desde muchos años antes de la división y ocupación territorial. Ellos no traspasaron la frontera, sino que la frontera los separó de México, pero siguieron usando las mismas cuencas, aunque como países diferentes.
Fue necesario el Tratado de Aguas que estableció las reglas de una convivencia nueva y la forma y cuantía de la distribución de los recursos hidráulicos, en el supuesto de que siempre esas corrientes serían siempre muy generosas.
Pero, lamentablemente, no fue así, y con la disminución de sus caudales como resultado del cambio climatológico y la exagerada explotación por parte de agricultores, ganaderos y de fábricas que requieren muchísima agua, se produjo una sobreasignación de cantidades que ya los ríos no tenían.
El desarrollo biológico y de nuevas especies, aumentaron los rendimientos y ciclos de los campos, y con ello se multiplicaron las necesidades de abasto de agua, un problema que se mantiene latente, y se agudiza en las épocas de sequía que se suceden de forma más rápida y largas con el cambio climático.
Allí empezaron las amenazas de Trump y la búsqueda de resquicios para una actuación de fuerza frente a México, como imponerle nuevos y mayores aranceles, pero la presidenta no se dejó intimidar, y dijo con firmeza que México cumpliría, pero hasta donde pudiera y siempre y cuando no pusiera en peligro el abastecimiento y la producción de alimentos para el pueblo.
Fue una victoria diplomática de la presidenta que fue posible por la entereza de una mujer respaldada por su pueblo, y de un gobierno que cambió desde julio de 2018 con Andrés Manuel López Obrador los destinos de México con una Cuarta Transformación que está llevando a ese país a un lugar destacado en la historia moderna.
lma