El buen trato en casa y una vida sin violencia son algunos mensajes incluidos en las letras de las ‘Chiquicoplas’, una versión de las tradicionales coplas...
- 17/08/2009 02:00
- 17/08/2009 02:00
Recuerdo exactamente dónde estaba y qué sentí ese viernes 18 de agosto de 1989 cuando me enteré de que Luis Carlos Galán, candidato presidencial por el Partido Liberal, había sido abaleado en Soacha.
Estupor, rabia, dolor, indignación? No hay palabras para el torrente de emociones cruzadas que me produjo la noticia de que el narcotráfico había asesinado a Luis Carlos, entrañable amigo de más de 20 años y el líder político más importante y vertical que tenía Colombia.
Pero fue un país entero el que se estremeció. Se sintió ultrajado por una mafia brutal y prepotente que, después de eliminar a ministros de Justicia como Rodrigo Lara, a periodistas como Guillermo Cano, a los jueces más rectos y a los policías más honestos, le había arrebatado también a quien personificaba la lucha contra la politiquería y la corrupción. Le había asesinado la esperanza de un país mejor.
Colombia sintió que “el latigazo de la tragedia le había cruzado el rostro”, como dijera Enrique Caballero Escovar. Y comprendió finalmente toda la magnitud de la amenaza que Galán había sido el primero y el más firme en denunciar. La nación entendió que esa muerte nos tocaba a todos y que había que reaccionar en defensa de unos valores fundamentales.
Su asesinato marcó una nueva etapa en la vida nacional. Desencadenó una inevitable guerra frontal y sin concesiones contra el narcoterrorismo que produjo, cuatro años y centenares de muertos después, la eliminación en Medellín de su principal artífice. Determinó también la elección de César Gaviria a la Presidencia y la convocatoria de la Asamblea Constituyente.
‘Cinco años sin Luis Carlos’ se titulaba el ‘Contraescape’ que escribí en agosto de 1994, con motivo del primer quinquenio de su muerte. Hoy, a los 20 años del magnicidio, uno se da cuenta de cómo pasa el tiempo y de cómo persisten los mismos retos y problemas. Hay, en fin, fechas y aniversarios que un pueblo debe tener siempre presentes si ha de conservar algo de dignidad nacional y memoria histórica. Cómo olvidar que hace 10 años, en otro negro agosto de 1999, nos arrebataron al periodista y humorista Jaime Garzón.
Al país que hoy lo recuerda en merecidos homenajes, Luis Carlos Galán le anunció lo que venía. Previno sobre lo que le podía pasar si no reaccionaba a tiempo. Advirtió que la corrupción crecía y la política se degradaba al mismo ritmo en que avanzaba el narcotráfico y su poder criminal. Basta con ojear hoy la corrupción oficial, el envilecimiento de la política y la violencia que sigue pariendo el narcotráfico para entender la premonitoria vigencia de sus palabras.
No sé muy bien qué imagen, recuerdo o noción tengan hoy las generaciones siguientes —un colombiano entre los 30 y 40, por ejemplo— de la figura de Luis Carlos Galán Sarmiento. O del significado de su muerte. Imagino que para los universitarios de los 90 fue el referente de la “buena política”, el ejemplo de un líder valiente, honesto y transparente. Y trágico símbolo de la capacidad destructora del narcotráfico.
A esa generación le tocó vivir las mutaciones del fenómeno narco; sus fusiones con guerrillas y paramilitarismo; el desmantelamiento de los grandes carteles y el surgimiento de nuevas camadas de traquetos de bajo perfil incrustados en las élites regionales. Las esperanzas de la Constitución del 91, ligadas al ideario galanista, registran hoy un balance agridulce: avances legales en materia social y de reconocimiento de las minorías, pero retrocesos en asuntos de corrupción, reforma política, meritocracia y equidad.
Los retos que enfrentó Galán el político y los factores que mataron a Galán el hombre siguen vivos. El retrato de una sociedad asediada por el narcotráfico, con profundas desigualdades y una crisis de valores éticos, sigue siendo tan vigente en el 2008 como en 1989. Triste, pero cierto.