Gobernabilidad en tiempos de pandemia y redes sociales

  • 05/05/2020 09:11
Las cifras sobre personas infectadas y el estado económico dependen de la credibilidad de los gobernantes de un país. Gobernar en medio de una crisis sanitaria de las dimensiones globales de la actual, con 3.5 millones de infectados y 250,000 fallecidos, es el mayor reto que puede enfrentar un político.

Para fortuna de los gobiernos, incluido el de Panamá –que gestionan una emergencia sanitaria de impacto global como el Covid-19– ningún país ha escrito la última palabra y en el combate a la enfermedad todo está susceptible a variar con una revisión y la puesta en práctica de aciertos más que desaciertos.

En ese accionar diario, la comunicación está en el mismo rango vital que los sistemas sanitarios. La gestión que hagan los gobernantes de las crisis tiene un peso específico sobre las condiciones de gobernabilidad durante y en la postpandemia. En ese camino, la herramienta de la comunicación, la capacidad de conectarse, de sintonizar con la población y obtener los resultados esperados, es determinante.

Entre las acciones comunicativas, algunos gobernantes se han mostrado lavándose las manos, acompañando sus mensajes con formatos múltiples como videos con música, respuestas online a la población, constantes agradecimientos y emisiones en directo e intercambio permanente de chats con los ciudadanos, aunque eso signifique robarle horas al sueño. Está comprobado que la población espera mensajes cercanos, empáticos y sinceros, tanto como oportunos y esperanzadores. Gobernar, comunicar y conectar conforman el triángulo ideal. La actual pandemia ha demostrado el efecto de la conexión emocional, del optimismo, la motivación, la generosidad, como instrumentos para activar la creatividad y la energía social colectiva.

En la comunicación, el presidente Nito Cortizo ha combinado lo técnico y científico, con lo político, y abonado el factor emocional, agrupando al país en torno a una causa común, cerrando filas ante la pandemia. Ha reconocido, además, las demandas de mayor atención en el manejo transparente de los recursos públicos para no generar pesimismo en la ciudadanía. Al renovar el compromiso de su gobierno con la transparencia, interpretó las alarmas tempranas –del mismo modo como lo hizo en febrero cuando anticipó los graves riesgos del coronovirus– y actuó en forma oportuna ante los cuestionamientos a la ética de algunos servidores públicos relacionados con las contrataciones y las compras del Estado en tiempo de pandemia.

Discordia como estrategia

En ese contexto, como pocas veces en la historia reciente del país, la semana pasada quedó en evidencia la ambición política de algunos sectores, amparados por la contumacia subterránea de las redes sociales, al tratar de generar zozobra, maximizando deficiencias propias de la gestión del Covid-19 y procurar explotar los estados de ánimo de la población ante el prolongado confinamiento.

Las redes sociales intentaron entrar en una disputa por la agenda nacional y alterar el enfoque centrado en la batalla sanitaria contra el coronavirus. El propósito era desviar la concentración de energías y producir una sangría de confianza en la gestión por contener la pandemia y planificar los escenarios postcoronavirus.

La información verdadera compite con la falsa, y viajan a la misma velocidad. Solo hay que ver el contenido de los mensajes para darse cuenta de que había una intención de real malicia. No hay que rastrear las redes de opinión responsables, pero sí aquellas que están al límite de la conspiración, de llamados a rebelión de masas y quiebres constitucionales. Unas matrices de redes sociales han sido ubicadas localmente, algunas vinculadas a sectores económicos que controlan medios de comunicación, otras en países vecinos y en Estados Unidos.

La estrategia de maximizar errores propios de una pandemia de las dimensiones actuales –para ganar espacios políticos negados por la ciudadanía en la pasada campaña electoral– desnuda las miserias personales de quienes alimentan las redes sociales. La pandemia no permite medias tintas. O se transmite protección y sosiego o se ahonda en el miedo, la desconfianza y la incredulidad hacia la conducción política en medio de la crisis. Para quienes promueven la discordia como estrategia política poco importan los contagios, los fallecidos y las necesidades de la población pobre.

El objetivo no es construir puentes sino dinamitarlos. La lógica de generar tensiones para lograr objetivos políticos es una de las premisas del pasado que el coronavirus se llevó. La mayoría de los panameños no quiere agresividad ni violencia verbal ni la exacerbación emocional ni ahogarse en los remolinos de las redes sociales que conspiran sin descanso.

La política de la discordia no debe ser la vía ante la disciplina y la solidaridad demostrada por la población en esta crisis, y la cordura y mesura con que ha actuado Nito. Lo que menos desea la ciudadanía es enfrentamiento, quiebre de la convivencia social o ruptura del equilibrio interno, consciente de que eso retrasaría el retorno a la nueva normalidad.

La próxima campaña electoral está lejana en el horizonte, en mayo de 2024, y no es tiempo para tratar de minar la fe ciudadana en el Gobierno nacional que solo tiene 10 meses de haber iniciado su gestión. En el camino ha enfrentado una crisis en las finanzas públicas por la irresponsabilidad del varelismo y hace tres meses está luchando por contener la peor pandemia que ha postrado a la humanidad en más de 100 años. Lo que el momento político exige es unir esfuerzos sin los cuales no hay posibilidades de empezar a acariciar el futuro postcoronavirus.

Reto de gobernabilidad

Panamá ha reaccionado aglutinada detrás del liderazgo de Nito, quien no ha actuado en solitario y ante la amenaza exterior llegada de China ha demostrado –con su equipo técnico y científico– estar en control de la situación. Previsor, consensual, ha liderado un escenario en movimiento que requiere constante visibilidad, presencia, equilibrio y acierto en las delicadas decisiones para salir de la cuarentena en forma segura y sacar a la economía de la actual hibernación.

El pandemia del Covid-19 ha significado para Nito una prueba de gobernabilidad, tanto como la atención a salud pública y la economía. Uno de los mayores aciertos ha sido la despolitización de sus acciones, trazando una imagen de ecuanimidad hacia todas las fuerzas políticas. Así lo demostró al inicio de la crisis sanitaria al convocar en una reunión virtual al liderazgo político nacional. No ha enarbolado un emblema partidario, sino la bandera de Panamá. Al proyectarse como estadista su preocupación es contener la pandemia, reactivar la economía y recuperar el empleo.

El coronavirus ha demostrado que la política actual no es una cuestión de siglas partidistas, sino de personas. La emergencia presente hay que leerla más en imágenes que en palabras.

“Esta es una crisis que te desnuda, te delata, te deja en evidencia. Es en esta crisis cuando vemos a los dirigentes políticos no por su conocimiento, sino por su interior. Cada uno queda abierto y muestra su verdadera alma”, dijo la semana pasada el experto en comunicación política Antoni Gutiérrez, al diario catalán La Vanguardia. “No son tan relevantes sus errores y los aciertos, sino su verdadera naturaleza humana”.

Gobernar en medio de una pandemia de las dimensiones globales de la actual, con 3.5 millones de infectados y 250,000 fallecidos, es el mayor reto que puede enfrentar un político. Además de verse envuelto en un ecosistema de desafío a su autoridad de parte de la aceleración tecnológica de las redes sociales, debe concentrar todas las terminales del poder sin márgenes de error.

El reto es seguir motivando al país para continuar uniendo fuerzas, con el mismo sacrificio colectivo y disciplina demostrados hasta la fecha, para tener cuanto antes motivos de optimismo. Entrar en la etapa postcoronavirus no es independiente de las actuaciones mientras dure la pandemia. Panamá está en lo que se denomina dependencia del camino, el comportamiento colectivo mientras se prolonga la pandemia. Depende de la duración de la cuarentena y de la dinámica de los acontecimientos. El después guardará relación con lo que se viva ahora.

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