
- 02/07/2025 04:44
Donald Trump sigue creyendo que su mejor arma para desvirtuar los argumentos que deberían de conducirlo a un juicio político y luego a uno penal, es la falacia, una especialidad que aplica mediante la creación de conflictos con el múltiple objetivo de atemorizar a adversarios y alejar de su figura los reflectores de quienes no lo quieren como presidente de Estados Unidos y menos “king gringo”.
Hasta ahora, la estrategia en algo le ha servido, pues cuando las protestas en su contra están en pleamar y millones le vociferan “renuncia”, “vete, no te queremos”, “tú no eres mi presidente” o “no queremos rey”, inventa algo descomunal para desviar la atención, no importa que chorree sangre, como este último caso de la peligrosa aventura de Irán que, por cierto, aún no ha terminado.
La política migratoria violadora de los derechos humanos acompañada de crímenes de lesa humanidad y graves perjuicios económicos para productores del campo y empresarios industriales y de la construcción o los servicios, es más que suficiente para justificar las manifestaciones masivas en numerosos estados para exigir al Congreso someterlo a un impeachment.
Cuando grupos sociales y empresariales lo acusaron de las enormes pérdidas económicas ocasionadas por las deportaciones y amenazaron con el impeachment, Trump lanzó su aberrante ofensiva arancelaria para iniciar una guerra comercial mundial que dejó en calzones a un poder económico y financiero, el cual, a pesar de su gran dimensión, se mostró increíblemente incapacitado para reemplazar las cadenas de suministros lideradas por China.
El solo hecho de poner en grave riesgo las bases de la economía nacional a pesar de tener conocimiento de que la deformación de cálculos para imponer aranceles era una irrespetuosa burla y extravagante mentira, es suficiente para que el Congreso acordara un impeachment y el Poder Judicial lo aceptara.
Incitar y ordenar a Israel agredir salvajemente a Irán, incluidas zonas civiles, e inmiscuirse directamente en esa guerra sin consultar al Congreso y violando lo establecido en la Constitución, no deja lugar a dudas de que es suficiente para iniciarle un proceso de juicio político, encontrarlo culpable y remitirlo a tribunales civiles o militares por poner en riesgo la seguridad nacional y cometer, junto a Israel, deleznables crímenes de guerra que ameritan fueran ventilados en un tribunal internacional y ser condenado a la máxima pena.
Ya un poco gastada la criminal artimaña contra Irán, y bajados sus humos después de una reacción persa no imaginada y de una diplomacia de persuasión de China, Rusia y Corea del Norte, Trump abandonó su bravuconería con Irán y fue él mismo, tras sufrir la contraofensiva iraní a una de sus bases cercanas, quien ordenó un cese el fuego tras 12 días de un devastador intercambio de misiles y gran destrucción de Tel Aviv y Teherán.
Trump intentó presentarse al mundo como el gran hacedor de la paz al proclamarse el personaje que logró acallar el fuego misilístico que él mismo prendió, mientras sus acólitos lanzaron palomas blancas al vuelo para proponerlo para el Premio Nobel, en lugar de carroñas para anunciar su destino al infierno.
Pero el nieto de migrantes que ahora desprecia a sus antepasados tiene tanto légamo sobre su cabeza que no puede prescindir de la falacia, y reinicia otra con Canadá de nueva cuenta, al dar por terminadas las negociaciones comerciales, vituperar al gobierno vecino y acusarlo de organizar un “ataque directo y flagrante” a Estados Unidos por su decisión de responder a la guerra arancelaria con imponerle un impuesto a los servicios digitales si Washington aumenta su proteccionismo.
Y lo mismo hace con España al anunciar que le duplicará los aranceles al no poder responder moralmente a las críticas que hizo el presidente Pedro Sánchez sobre el rearmamentismo del Tratado del Atlántico Norte y el aumento del presupuesto militar exigido por Trump, quien ha tratado a la OTAN como trapo de limpiar piso.
“Vamos a negociar un acuerdo comercial con España. Les vamos a hacer pagar el doble. Y lo digo en serio. Vamos a lograrlo”, dijo de forma arrogante y autoritaria, como si la nación ibérica fuera una colonia suya. Y la misma medicina se la repitió a Ottawa: “Informaremos a Canadá sobre los aranceles que pagarán para hacer negocios con Estados Unidos en los próximos siete días”, amenazó como si en realidad fuera el king que pretende ser.
Por supuesto que Canadá responderá con un ajuste de sus aranceles de 25 % al acero y aluminio de Estados Unidos si no se logra un acuerdo en un plazo de un mes, según anunció el primer ministro Mark Carney.
Pero es lo que le interesa a Trump para tratar de mantener lejos de sí la vista de los estadounidenses que no lo quieren en la Casa Blanca, sino en la cárcel. Veremos cómo de ahora en adelante se intensificará el conflicto y se extenderá hasta el tratado tripartito o T-MEC e involucrará al tercer integrante, México, y la atención se desviará hacia el nuevo conflicto, el cual puede escalar a su antojo según sus necesidades.
Al margen de este conflicto o de cualquier otro que pueda idear e impulsar a partir de este momento, Trump tiene en sus espaldas más causales de vieja data para un impeachment, las cuales seguramente reflotarán de nuevo si en algún momento el Congreso o el Poder Judicial son moralmente capaces de sentarlo en el banquillo de los acusados como se merece desde que terminó su primer mandato en 2020.
Como botones de muestra baste citar la acusación confirmada y con pruebas de tener documentos clasificados de la Casa Blanca y llevarlos a su residencia particular de Mar-a-Lago, en Florida, donde en agosto de 2022 le incautaron 11.000 pliegos, incluidos alrededor de 100 marcados como clasificados y etiquetados ultrasecretos con información que afecta la seguridad nacional si se hace pública.
Esa sola violación es más que suficiente para que se le juzgara y se le solicitara su renuncia por un delito mayor.
Su respuesta a la acusación también debería conducir por su parte a otro juicio político por mentir al declarar que desclasificó el material incautado, pero no proporcionó evidencia de que fuera cierto, ni tampoco de su afirmación de que algunos de los documentos estaban protegidos por el “privilegio ejecutivo”, un concepto legal que impediría que se utilicen en futuros procedimientos.
Como han coincidido medios de prensa estadounidenses, lo más importante es que Trump no ha respondido directamente la pregunta clave de por qué los documentos estaban en Mar-a-Lago, aun cuando esa sería una investigación criminal que podría resultar en la presentación de cargos. Una sentencia también podría derivar en pena de cárcel si la justicia entiende que con esa irregularidad Trump violaría también la Ley de Espionaje y la de obstrucción de la justicia.
Hay muchas más causales aún para sacarlo de la Casa Blanca y meterlo tras las rejas, como el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, el pago a la estrella porno Stormy Daniels para que no declarara contra él, o las numerosas acusaciones de fraude, prácticas delictivas y evasión fiscal de su Organización Trump. En fin, razones sobran para celebrarle un juicio político en el que si, hipotéticamente, saliera inocente la institucionalidad de EE.UU. sería la culpable y pagaría con su reemplazo por una dictadura en fase de construcción.