El índice de Confianza del Consumidor Panameño (ICCP) se situó en 70 puntos en junio pasado, con una caída de 22 unidades respecto a enero de este año,...
- 09/03/2009 01:00
Jamás imaginé que llegaría el momento en que la gente tomaría agua en botella y mataría, literalmente, por la soda azucarada. En su libro, Bottlemania, Elizabeth Royte revela que el agua embotellada es una de las farsas más grande de la historia y cuestiona duramente a los consumidores que pagan fortunas por algo que llega casi gratis a los hogares. Tiene un costo 10 mil veces superior a la del grifo y su mercado mundial asciende a 60 mil millones de dólares, mayor que el de la cervezas y leche.
Pero si fuera que los consumidores son los únicos ignorantes, no sería problema. Fíjese lo que ocurre en Fiji, una de las fuentes primarias de agua mineral de donde diariamente se exportan un millón de litros de agua fresca del manantial del bosque Vitu Levu. Un tercio de la población carece de agua potable y padecen de tifoidea y dengue. Las empresas embotelladoras alegan que su negocio es compatible con la conservación del ecosistema y aducen que invierten altas sumas de dinero en la economía de las islas. En julio pasado, el gobierno decidió grabar la exportación de agua para poder sufragar los costos para la construcción de una planta potabilizadora; inmediatamente, las compañías se quejaron y amenazaron con cerrar sus operaciones. El gobierno cedió y la tifoidea aún persiste. Y esto sin contar que las botellas en las que se empaca el agua y los barcos que las transportan alrededor del mundo fomentan el aumento del efecto invernadero y el calentamiento del planeta.
¿Y qué es de la dosis diaria de azúcar y cafeína? Hay quienes por su adicción se la inyectarían, pero si leyeran el libro de Mark Thomas, Belching Out the Devil: Global Adventures with Coca Cola, algún efecto disuasivo se lograría. Sin duda, el mundo desconoce la verdad detrás de este letal líquido. En Carepa, al norte de Colombia, Cola Cola tiene una planta embotelladora. Hasta 1994, existía un sindicato y exitosamente acordaban los beneficios básicos para sus trabajadores: bonos, sobretiempos y seguros médicos. Pero la empresa decidió ahorrar gastos y disminuir costos. Sospechosamente, al mismo tiempo, aparecieron las pandillas armadas, arribaron a la planta con la consigna de defender la libertad empresarial y masacraron a los líderes sindicales.
Al principio, Coca Cola negó su responsabilidad pero luego emitió un comunicado que señalaba que “violaciones a los derechos laborales serían seriamente analizados y corregidos”. Pero en Carepa, Thomas descubrió que “hasta la fecha, Coca Cola no ha investigado las supuestas conexiones entre la administración de la planta y los grupos armados de ultra derecha, y que luego de que el sindicato fue erradicado, los gerentes bajaron los salarios de los trabajadores de $380 a $130 por mes.
Esta historia no es la única. Hay evidencias de que Coca Cola en El Salvador contrata niños para realizar trabajos pesados y en Turquía los expone a ambientes tóxicos. Pero lo peor y más espeluznante es lo que ocurrió en Plachimada, una villa en Keraba, India. En 1990, Coca Cola inauguró una planta e inició operaciones succionando un millón de litros diarios de agua de un manantial subterráneo. Repentinamente, los acuarios se secaron y la población comenzó a afectarse. “El agua era tan ácida que podía penetrar el tejido interno de quien la bebía, disolver la ropa cuando se lavaba, descomponer la comida cuando se cocinaba y quemar las cosechas cuando se regaban”. Los niños de la villa dejaron de ir a la escuela para poder ayudar con la recogida del agua desde comunidades ubicadas a decenas de millas de sus hogares.
Como compensación, Coca Cola en India entregó a la comunidad los desperdicios de la planta para usarlos como fertilizante. Pero lo increíble es que el fertilizante, de acuerdo a un estudio independiente, también contenía sustancias tóxicas. Los doctores y científicos que lo examinaron lo contraindicaron por sus posibles efectos nocivos al sistema biliar y renal, y afectaciones al sistema nervioso. La respuesta del vicepresidente de Coca Cola, Sunil Gupta, fue que “esto era bueno para ellos porque eran pobres”. ¡Sí!, eso es cierto, y debiera causar repugnancia entre los consumidores de agua embotellada y agua azucarada.
Pero es mucho más indignante de que nadie hace nada al respecto, especialmente cuando niños pobres mueren de tifoidea porque su agua se exporta a países ricos o cuando un trabajador es asesinado porque pertenece a un sindicato. Son suficientes razones para que nadie consuma nada que promueva el calentamiento global ni el derramamiento de sangre.