El Haití que vivimos
El terremoto acabó con la división de clases sociales. Ya no hay más ricos y pobres, solo vivos y muertos, dice un profesor haitiano.
El terremoto acabó con la división de clases sociales. Ya no hay más ricos y pobres, solo vivos y muertos, dice un profesor haitiano.
La distribución de la ayuda extranjera aún es ineficiente, como un helicóptero tirando agua sobre kilómetros encendidos. Mitiga, pero no basta.
El gobierno haitiano parece no tener el esqueleto en su cuerpo, lloran sus muertos, no tienen sede, no hay teléfono ni hay luz y es imposible una respuesta.
Sin ningún porvenir, anclados en el piso, devorados por los mosquitos y las moscas que danzan sobre sus heridas, mueven los brazos porque, como decía Bob Marley, cuando se baila se va el dolor.
Cada día que pasa se puede sentir el incremento de la necesidad en los rostros de la multitud que deambula cargando cosas, removiendo escombros.
El terror volvió a las calles donde ya nadie comprende qué tipo de fuerza sobrenatural decidió volcar su furia contra ellos.
El techo de concreto en Haití es símbolo de estátus. El estátus, sin embargo, no se pudo sostener.
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