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- 25/11/2012 01:00
PANAMÁ. Han pasado 191 años desde que en Panamá se firmara la independencia de España.
Hoy día, más de 880,691 almas son las que se sortean la jornada en el distrito de Panamá, envueltos en un constante y arrollador desarrollo que pareciera no contemplar una pausa.
Esa imagen del pasado en donde la vegetación luchaba por apoderarse de las pocas construcciones de concreto por el descuido, ahora es diametralmente opuesta: espacios públicos y privados vendidos y subastados, espacios y entornos no habitables dispuestos al mejor postor para el desarrollo.
La ciudad se ha quedado pequeña y decenas de miles han optado por reacomodarse en ciudades y poblaciones satélites, a la espera de mejores políticas de ordenamiento habitacional.
‘Los que tienen menos son los que gastan más para poder ir a trabajar’, rescata un documental panameño en el testimonio de un nacional que tiene que invertir hasta dos horas de tráfico por día para poder conseguir una vivienda acorde a su apretado presupuesto.
Rascacielos a medio llenar, una bahía alterada en innumerables ocasiones y el escenario plagado de máquinas, taladros y obreros decoran y entorpecen el normal desenvolvimiento en la postal panameña de 2012.
‘Diablos rojos’ sin licitación, metrobuses con más tropiezos que aciertos y taxis con ruta propia adornan el tranque vehicular de nuestras calles sin nombres: ese tráfico que cada día busca la forma de sorprendernos cada vez más.
ANHELO DE AMPLIACIÓN
Esta es también la ciudad de los contrastes y contradicciones. Mientras solo la mitad de las 6 mil 312 escuelas oficiales instaladas en el país cuentan con servicio de agua potable, la ampliación del Canal pone al país en una posición geopolítica estratégica.
Es un proyecto que despierta la ilusión de un país que busca cada vez más la solvencia, independencia y soberanía de una economía adeudada. Una que no se detiene en su afán por la inversión y adaptación de la pujante y multicultural sociedad panameña donde el 78% de lo que exporta son servicios.
A poco de cumplir 100 años, el Canal ha proporcionado un servicio de tránsito de calidad a más de 700 mil barcos y tras la megaobra serán más.
CUIDADO A LA HISTORIA
Pocos de los vestigios físicos de ese pasado todavía forman parte de la postal patria, de la visita obligada de los turistas y de los intereses de un gobierno que siempre encuentra la forma para obviar las recomendaciones internacionales de conservación y respeto.
El Casco Antiguo y las ruinas de Panamá Viejo son todavía esos silentes centinelas que representan el contraste necesario para que los panameños puedan reconocer el arduo camino que ha pasado el país para alcanzar lo que se tiene.
Desde la salida de los españoles, varias han sido las nacionalidades que han intentado apoderarse de la soberanía de este país, unas con más intención que otras. Para bien o para mal, eso le ha otorgado al país una variedad indiscutible de corrientes, rasgos, apellidos y estilos de vida a las casi 3 millones 700 mil personalidades locales.
Estadounidenses, colombianos, españoles, venezolanos y argentinos con sus estilos de vida, coloquios, formas de expresión y culturas, le han impreso a Panamá, décadas atrás, su condición de Crisol de Razas.
SIMILITUDES INCÓMODAS
Muchas cosas han cambiado desde lejano entonces, sin embargo, una de las más importantes es la que mantiene cierta similitud con nuestra sociedad. El poder de aquellos días se concentraba en unos pocos españoles que tomaban las decisiones, principalmente para su propio interés, como aquellos ‘que están mandando (hoy día) al país’ de acuerdo al sociólogo y profesor panameño Roberto Pinnock.
‘Pareciera que estamos volviendo a la pirámide social de aquel entonces en sentido de que unos pocos están mandando internamente. Y esos pocos están a espaldas del país, en un mundo aparte. Ves edificios y cosas que parecieran ser de la modernidad, pero estamos volviendo a esa estructura social en donde el poder está muy vinculado a intereses que son de afuera’, destacó el sociólogo investigador de la Universidad de Panamá en referencia a la política actual del país.
Otra cosa que también extraña el sociólogo es que la criminalidad, la cual venía de parte de los que ejercían el poder, en la actualidad, a su consideración, proviene de ellos mismos y de la ciudadanía. A raíz de esto, dice Pinnock, los lazos que nos unen cada vez están más disueltos y se disuelven cada vez más: ‘Hoy la solidaridad se ha ido perdiendo estrepitosamente’.
Mientras tanto, la sociedad actual enfrenta una realidad distinta a la de los números económicos del país y el discurso de sus gobernantes: una brecha social que hace cada vez más difícil anhelar una conducta de consumo adoptada por la cada vez más invasiva publicidad.