El paraíso que se resiste al turismo

Actualizado
  • 13/01/2018 01:03
Creado
  • 13/01/2018 01:03
Grupos ambientalistas no están convencidos del plan de uso de suelo del Parque Nacional de Coiba. Exigen a la autoridad un informe sobre los impactos que puede tener el archipiélago si se abre al turismo

En el punto más al sur del territorio panameño se abre paso, entre la inmensidad del Pacífico, el Parque Nacional de Coiba –con una extensión de 270.125 hectáreas, de las cuales 216.543 son marinas– que enlaza cinco parques nacionales de Costa Rica, Panamá, Colombia y Ecuador. La reserva es un paraíso protegido que Panamá comparte con el mundo desde 2004, cuando fue declarado patrimonio de la humanidad.

La reserva ecológica se debate entre el desarrollo turístico o la conservación de su biodiversidad. A los ambientalistas no les termina de convencer el recién aprobado plan de uso de suelo del Parque Nacional Coiba, y desconocen los impactos que tendría la propuesta.

Del Comité Científico del Parque Nacional emanan una serie de observaciones al plan aduciendo que la información recopilada a lo largo de los últimos 20 años no ha sido considerada al momento de elaborar la propuesta. Por ejemplo, los trabajos sobre arrecifes, pesquerías, cetáceos, cocodrilos, tortugas, investigación arqueológica y de flora, que constituyen las especies emblemáticas del paradisiaco sitio. Aunado a esto, se dejó a un lado el tema de la pesca deportiva.

LA TRAVESÍA

Para llegar hasta allí se viaja dos horas en una lancha con motor fuera de borda desde el puerto de Mutis, en la provincia de Veraguas, en Panamá. Es una travesía cautivadora, solo superada por las maravillas que se encuentran una vez se está en la isla mayor que da nombre al parque. Zarpamos al mediodía, en medio de un sol radiante. El calor y la humedad sofocaban a la docena de viajeros que, abanicándonos con cartones y bebiendo agua embotellada, intentábamos relajarnos. El termómetro marcaba 39 grados centígrados, temperatura que anunciaba una tempestad que llegó una hora más tarde.

A la altura de la playa de Santa Catalina, el océano Pacífico dejó de honrar su nombre. Las olas empezaron a crecer, el viento arreció y comenzó una pertinaz llovizna. Al principio, creímos que la lluvia haría nuestro viaje más placentero, pero un fuerte centelleo de relámpagos y sus inseparables truenos nos hicieron cambiar de opinión. El cielo se partía en dos una y otra vez, a intervalos marcados por el retumbar de los truenos. ‘¿Quién me manda a meterme al mar en plena estación lluviosa?', pensé. Por fortuna, el clima dio una tregua y media hora después el aguacero era cosa del pasado.

La razón por la cual Coiba es considerada la joya más valiosa de la naturaleza panameña salía a luz. Un grupo de delfines nariz de botella jugueteaba en saltos arqueados alrededor de la lancha. Pronto se les unieron rayas que como hongos emergían del mar dando brincos una tras otra. ‘Y no les extrañe que una ballena jorobada se aparezca para cerrar con broche de oro', dijo el experimentado capitán. Pero no llegó. Estaría reproduciéndose o amamantando a sus ballenatos, como lo suelen hacer cada año entre octubre y diciembre, cuando migran a estas aguas en busca de calor y alimento.

Al llegar, una cabaña verde y amarilla se asoma seguida de un pequeño puerto de madera, mientras que como alfombra roja se acomodan las arenas blancas y un mar cristalino con un frondoso bosque al fondo. Al descender en el puerto, es inevitable clavar la mirada en las prístinas aguas donde un arcoíris me sorprende. Es la diversidad de peces propia de la zona. En este mundo de ensueño irrumpe un depredador en busca de alimentos. ‘Es un tiburón gato', dice Mali, uno de los guardaparques de la reserva. Son varias las especies que nadan con frecuencia hasta Coiba, donde se articulan cinco parques nacionales de Costa Rica, Panamá, Colombia y Ecuador, incluidas las islas Galápagos, que sirven de refugio y sitio de reproducción.

Por uno de los senderos ecológicos ascendemos hasta el cerro Gambutes. Aunque la caminata empieza con buen ritmo, tengo que gatear para terminar la travesía. Pero el esfuerzo vale la pena. Un mar cristalino rodeado de las islas de Granito de Oro, Coibita y Jicarón configura el paisaje. Una manada de monos parece quedar en alerta ante la llegada de extraños a su hogar, mientras un gemido prolongado se escucha en medio de esta espesa selva tropical, compuesta por más de 1.450 especies de plantas. ‘Uh…, uh…, uh…', se trata de una especie única de aulladores que está condenada a desaparecer por el pequeño espacio de distribución que ocupa en el mundo, según explica Edy Arcia, director del parque.

El alto endemismo de especies que caracteriza a Coiba –como el del ave colaespina–, fue una de las razones por la que se le otorgó en 2005 la declaratoria de patrimonio de la humanidad. También, por los 36 tipos de mamíferos, 39 de anfibios y las 147 especies que componen la rica avifauna de este lugar, y que han hecho del avistamiento de aves una de las actividades más importantes de la reserva.

Basta de aventura. La noche cae inesperadamente. El panorama cambia y la isla se vuelve silenciosa.

DE VERDUGO A PRINCESA

DATOS SOBRE COIBA

La isla de Coiba funcionó como un penal desde 1919 hasta 2004.

En 2005, el Parque Nacional Coiba fue declarado patrimonio de la humanidad por sus 36 tipos de mamíferos, 39 de anfibios y 147 especies de aves.

Tiene uno de los ecosistemas coralinos mejor conservados del Pacífico tropical y es, además, la tercera reserva marina más grande del mundo.

Coiba se separó de Panamá continental hace unos 12,000 a 18,000 años cuando los niveles del mar subieron.

Fue el hogar de los indios del Coigüe Cacique, hasta alrededor de 1560

Resulta difícil creer que este edén hubiera sido en el pasado una colonia penal para los más temidos asesinos y violadores del país. Y que las paredes desgastadas por las sales marinas y los barrotes corroidos por el óxido hayan sido testigos de las torturas más extremas y las trasgresiones más brutales durante la época de la dictadura militar. Pero, aunque parezca irónico, fue precisamente el ser colonia penal lo que ayudó a preservar la isla. Durante setenta años había solo dos razones para llegar a Coiba: ser un reo condenado o ser un policía asignado al desolado lugar. Así fue posible la conservación de más del noventa por ciento de sus bosques y de su biodiversidad.

Acaba el viaje. De regreso, ya sobre la lancha, un sonido extraño se escucha en las aguas. El capitán nos dice que miremos hacia las profundidades del mar, otra de las razones por las cuales esta reserva panameña es famosa en el mundo. Son vastas extensiones vivas de arrecifes coralinos que propician la vida marina. Coiba tiene uno de los ecosistemas coralinos mejor conservado del Pacífico tropical y es, además, la tercera reserva marina más grande del mundo. La superan la Gran Barrera de Coral, en Australia, y las islas Galápagos, en Ecuador. Se trata, en definitiva, de un lugar de difícil acceso, pero de una belleza tan impresionante, que merece la pena el esfuerzo.

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