Boquete y sus rostros II

Actualizado
  • 21/04/2018 02:00
Creado
  • 21/04/2018 02:00
‘Estos magníficos seres y otros que mencionaré en notas que están por venir, ya no son parte de la geografía espiritual del valle de Boquete. Pero en el hacer de cada día, ellos y todo un pueblo dieron una expresión humana y ejemplar a la esplendorosa belleza de esta tierra misteriosa y fascinante', narra Carlos Iván Zúñiga Guardia ‘El Patriota', en su columna publicada originalmente en Revista Cumbre número 26, en septiembre de 1996

En 1954, a mis 28 años, llegué a un Boquete misterioso, inspirador de todos los éxtasis y también de temores; y bajo su manto de luz, de niebla o de frío, hice una cobija para mis huesos y para mis ilusiones; y salí a andar por sus heredades, por sus moradas y por sus almas.

En este pueblo, me dijeron, hay más de treinta pianos, en este pueblo, me informaron, tenemos filósofos, soñadores, agricultores, y hoy quiero recordar a algunos personajes que partieron a lo ignoto, quienes en su hora fueron figuras apreciadas en el paisaje cultural de Boquete.

Entre los filósofos encontré cavilando a don Pedro Bradley. Me llevó a él mi viejo amigo Vidal Suárez. Don Pedro era alto, fuerte, cargado de espaldas, de andar pausado y siempre sometido a los rigores de la duda. Sus temas giraban en torno a Dios, a la existencia, a la muerte. El origen del hombre, el más allá y sus misterios, o el sitio exacto para el reposo infinito solían ser el fuerte de sus cogitaciones. Un hombre tan vinculado al espíritu, era, sin embargo, un auténtico creador de riquezas. Dominaba las aguas y se proporcionaba energía eléctrica y ponía a trabajar con ella su Beneficio de café. No era, por tanto, sólo un pastor de nubes, iba a ellas cuando así lo quería y sabía caminar en sus gasas y algodones, pero en tierra firme era todo un constructor. Un día de 1971, las aguas del Caldera que besaban su hermosa casa, tornaron el beso en guadaña y de un golpe se llevó para siempre, corriente abajo, todo cuando había construido filosofando.

‘Al cumplir sus cien años me llevó al patio de su residencia; quería enseñarme sus hortalizas y su cría de puercos que él personalmente atendía',

CARLOS I. ZÚÑIGA G.

Se mudó don Pedro de Boquete y fue a morir a Cochea, allí levantó otro Beneficio de café, tercamente a la orilla de otro río.

Uno de los grandes soñadores fue don Carmelo Landau. Era un hombre excepcional, de risa humilde —la que heredaron todos sus hijos—, de regular estatura. Doblado un poco por los estragos del asma, de ancestro alemán. Nadie como él para ponderar lo suyo. Su finca de Bajo Mono tenía los más hermosos cafetos, los naranjales más coposos, los cedros inmensos que para derribarlos se necesitaban ocho hacheros, y las vacas eran de ubres tan grandes, tan grandes, que dejaban huellas a ras de tierra. Y no exageraba don Carmelo. A su finca fui y todo era realmente extraordinario y me enseñaba una y otra cosa con deleite y cariño. Muy orgullosos de lo suyo.

Un día me invitó al Valle de la Sierpe a buscar tierras vírgenes. Todos hicimos un trazo, él, sus hijos Guillermo y Chicho, Luis de Arco y yo. Seleccioné para mí cien hectáreas, quedé colindando con don Carmelo. Nunca más regresé a región tan remota, llena de pavas y de puercos de monte, y tan bañada por ríos impetuosos. Allí nació y murió mi condición de terrateniente.

En 1955, partí al extranjero. Al regresar fui a visitarlo algunos años después, pero ya don Carmelo había marchado de su finca de Bajo Mono para no volver.

En don Máximo Menéndez tuve un amigo y consejero, sin par. Hombre trabajador, de pequeña estatura, severo o de genio duro, pero bueno como un pedazo de pan. No tenía problemas en mi finca que no encontrara en su palabra la buena solución. Alternaba sus actividades comerciales con las ganaderas y agrícolas.

FICHA

Un vencedor en el campo de los ideales de libertad:

Nombre completo: Carlos Iván Zúñiga Guardia.

Nacimiento: 1 de enero de 1926 Penonomé, Coclé.

Fallecimiento: 14 de noviembre de 2008, Ciudad de Panamá.

Ocupación: Abogado, periodista, docente y político

Creencias religiosas: Católico

Viuda: Sydia Candanendo de Zúñiga

Resumen de su carrera: En 1947 inició su vida política como un líder estudiantil que rechazó el Acuerdo de bases Filós-Hines. Ocupó los cargos de ministro, diputado, presidente del Partido Acción Popular en 1981 y dirigente de la Cruzada Civilista Nacional. Fue reconocido por sus múltiples defensas penales y por su excelente oratoria. De 1991 a 1994 fue rector de la Universidad de Panamá. Ha recibido la Orden de Manuel Amador Guerrero, la Justo Arosemena y la Orden del Sol de Perú.

Poseía una magnífica cría de carneros a siete mil trescientos pies de altura, casi llegando al techo del Volcán Barú, el último peldaño que tiene mi patria para llegar al cielo. Un día le dije que quería vender mi finca y me contestó que no lo hiciera nunca. Me fui a Panamá y regresé como a los tres meses. Al recorrer la propiedad advertí que una parcela, como de una hectárea, que había dejado convertida en rastrojo, se encontraba limpia y totalmente sembrada de café. Indagué sobre quién había hecho la siembra y se me dijo que don Máximo Menéndez había llegado con sus empleados, se hizo la limpieza y se sembró de buena semilla. En el acto me fui a la casa de don Máximo y muy sonriente me dijo: se la he sembrado para que me la cuide mientras usted viva. No puede vender ahora su finca. Le di un gran abrazo y comprendí la clase de hombre que era don Máximo (Yen) Menéndez.

Una mañana subió a su finca y encontró a unos empleados públicos tratando de introducir uno de sus carneros en un jeep. Al verse sorprendidos, próximos a consumar ese deporte nacional que tipifica el hurto, tomaron las de Villadiego y don Máximo salió en persecución de los rateros. No los pudo alcanzar. Al llegar a su residencia, lleno de ira, un derrame cerebral puso fin a su ejemplar existencia.

En estas tierras ubérrimas tan aliadas de la longevidad humana vivió un roble centenario que dio ejemplo de laboriosidad, me refiero a don José Domingo Candanedo. Al cumplir sus cien años me llevó al patio de su residencia; quería enseñarme sus hortalizas y su cría de puercos que él personalmente atendía. Con una vara larga en su mano derecha sorteaba todos los riscos y con locuacidad apropiada me enseñaba el fruto de su hazaña. Extraordinario hombre, don Domingo. En su juventud fue voluntario en la Guerra de los Mil Días. Era parte del Batallón David, integrado por puros chiricanos. Tuvo trato con el General Victoriano Lorenzo durante el sitio de Aguadulce y con un lugarteniente de éste de apellido Mina. Debió ser algún soldado del Chocó.

Don Domingo no sólo fue agricultor. Su currículum fue enriquecido con todo los cargos administrativos más destacados del Distrito: Alcalde, Juez, Personero. En homenaje a sus ejecutorías el Palacio Municipal lleva su nombre.

Era un varón de filosofía especial. En sus momentos de dolor confundía sus lamentos con las notas de su bandurria la que ejecutaba con maestría singular. A los 104 años, cuando ya presagiaba lo inminente, señaló las pautas para sus días finales: nada de clínicas privadas, nada de tubos para prolongar la vida, que todo se deslice en suave agonía. Expiró rodeado de todos sus hijos, menos de uno, el que murió en las montañas de Bocas del Toro, a manos de la Guardia Nacional en aquellos días lúgubres de 1968 o de 1969.

Estos magníficos seres y otros que mencionaré en notas que están por venir, ya no son parte de la geografía espiritual del valle de Boquete. Pero en el hacer de cada día, ellos y todo un pueblo dieron una expresión humana y ejemplar a la esplendorosa belleza de esta tierra misteriosa y fascinante, llena de lluvia, de neblina, de frío, de arcoíris brillantes o pálidos y también de surcos abiertos a la vida y al amor.

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