César Quintero Correa, en el recuerdo

Actualizado
  • 05/10/2019 07:00
Creado
  • 05/10/2019 07:00
Al doctor Quintero lo conocí en el Frente Patriótico. Tenía el prudente y pedagógico hábito de hablar de último, y al agotarse un debate de tesis y antítesis, dejaba caer su palabra erudita y extraordinariamente mordaz, según fuese el tema
César Quintero Correa, en el recuerdo

El 18 de septiembre falleció en la ciudad de Panamá el Dr. César Quintero Correa. Su deceso causó consternación nacional. En los últimos tiempos comenzó a padecer los malestares de los años y consciente de su final fue desprendiéndose de los fieles compañeros, los viejos libros.

En una de mis visitas a su domicilio observé la estantería vacía –los libros fueron donados a la Universidad- y presumí que el Dr. Quintero ya vivía en la terrible soledad que produce la falta de visión.

Yo sabía que se trataba de un proceso evolutivo porque en el año de 1993 llegó a mi despacho de rector a despedirse. “Me voy de la Universidad”, me dijo, “porque tengo dificultad con la vista. Los exámenes no los puedo corregir y me es difícil pasar lista, y ambas tareas siempre debe ejercerlas el profesor personalmente”.

Estimé como absolutamente inconsecuente con su pasión docente admitir la renuncia y me aceptó, tras muchos esfuerzos laborar como investigador en el Instituto de Estudios Nacionales.

Al doctor Quintero lo conocí en el Frente Patriótico, organización nacida en el Primer Congreso Nacional de la Juventud celebrado en diciembre de 1944. Tendría 28 años. Su estampa juvenil era la de un hombre muy elegante. Alto, delgado, con un bigote fino, de vocalización perfecta y de palabra reflexiva, siempre acompañada de un movimiento de manos, maña sutil porque algunas veces eran sus manos las que hablaban. En las sesiones del Frente Patriótico o en las tertulias con los profesores republicanos españoles celebradas en el Café Astoria, los más jóvenes recibíamos constantes lecciones de toda índole, esencialmente políticas, y en ellas César era el hombre de la síntesis.

Tenía el prudente y pedagógico hábito de hablar de último, y al agotarse un debate de tesis y antítesis, dejaba caer su palabra erudita y extraordinariamente mordaz, según fuese el tema. Entonces Kelsen, Ortega y Unamuno seducían su pensamiento, así como los constitucionalistas franceses y estadounidenses.

La cualidad inocultable del doctor Quintero era su humildad, la que era contrariada por su avasallante personalidad y su carácter fuerte. La humildad, estorbo en el campo político panameño, hizo de Quintero un hombre sin ambiciones premeditadas. Su hermano Raúl, muerto hace algún tiempo, me decía que si el doctor Quintero hubiera sido un hombre de ambiciones, habría llegado a ser una figura continental. Todos los honores le llegaron por sus méritos, nunca fueron buscados, más bien los rehuía y le causaban mortificación. El día de 1952 que el Frente Patriótico lo escogió para integrar la nómina presidencial que encabezaría Roberto F. Chiari, los esfuerzos del partido fueron agotadores, en extremo difíciles, para que el doctor Quintero aceptara, por fin, la postulación.

Se decía de él que era un hombre indeciso. El dicho es todo un error de apreciación. Es que hay que diferenciar el espíritu del académico neto del espíritu del político. El político es acción, pensada o impensada; es el que no deja escapar la oportunidad que ansía para escalar, el que sueña con un cuarto de hora de honores que atrapa al vuelo. El político no resiste el anonimato y se considera el protagonista de todos los eventos; es un extrovertido por naturaleza. El académico es la meditación, es el que pondera cada paso y analiza el pro y el contra de una iniciativa para no caer en la aventura, y cuando el académico, sobre todo el de principios, toma una decisión, no existe hombre más identificado con una causa.

Al ser derrocado el doctor Arnulfo Arias en el año de 1968, encontrándose aún en la antigua Zona del Canal, designó al doctor César Quintero como uno de los embajadores ante las Naciones Unidas, cargo que aceptó sin vacilaciones a pesar de todos los riesgos. El viaje no se concretó porque los revolucionarios ya tenían a su embajador en la ONU anudando contactos con el secretario general de las Naciones Unidas, el señor U Thant.

Este último episodio político del doctor Quintero, adversario en el pasado del doctor Arias, lo retrata como un defensor permanente del constitucionalismo en la teoría y en la práctica.

El doctor Quintero, como hombre público, cometió sus errores, con la atenuante ejemplar de que él solía reconocerlos y hasta criticarlos. Pero tuvo a su favor el haber alcanzado y cruzado cimas sin enriquecerse. Fue magistrado y nadie lo señaló como prevaricador; fue un duro crítico de gobernantes y adversarios y nunca orilló la calumnia; fue un maestro y nunca envenenó el alma del joven, y como juez del sufragio condenó el fraude y deja para la consideración de la historia su salvamento de voto que lo desligó de la ignominia del 84. Además tiene el honroso título de formar la tríada de los grandes constitucionalistas panameños, al sumar su nombre al de Justo Arosemena y José Dolores Moscote. En la iglesia, mientras se celebraban las honras fúnebres, mi memoria -viajera del tiempo- me ofreció recuerdos frescos de la vida del doctor Quintero y me sentí obligado a despedirlo a nombre de mis compañeros frentistas, compañeros que luego tomaron rutas diferentes. Al observar en el recinto a tantos amigos de diversos signos políticos, incluso adversarios del doctor Quintero, de ayer y de hoy, vino a mi mente aquel mensaje de pésame que Ramón Maximiliano Valdés envió a la viuda de Carlos A. Mendoza -adversario capital de Valdés- en estas o parecidas palabras: “Cuando mueren los panameños ilustres, la patria tiene un solo corazón para llorarlos”. Eso fue lo que ocurrió el día del sepelio del doctor César Quintero Correa.

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