Periodistas olvidados

Actualizado
  • 09/11/2019 11:47
Creado
  • 09/11/2019 11:47
En nuestro país hay periodistas o escritores extraordinarios que hoy permanecen en el olvido y que en un momento de la historia nacional simbolizaron el coraje, la inteligencia y el espíritu cívico de la población decente que vivía el drama político de un momento dado

La misión del periodista siempre me ha fascinado. El saber informar y el poder comentar son ejercicios superiores del pensamiento. El buen periodista o el excelente comentarista pueden convertirse en los exégetas de una época.

No olvido nunca un pasaje de la historia ecuatoriana que tuvo como personajes centrales a Juan Montalvo y al gobernante García Moreno. La enemistad política entre ellos era más que evidente. Los juicios de Montalvo sobre el gobierno de García Moreno pertenecen a la antología política de una época. Eran polémicas tan ardorosas que al morir trágicamente García Moreno, Montalvo lapidó aquel hecho con la frase: “mi pluma lo mató”.

Los escritos de Montalvo pueden recibir el nombre de “Memoria de una era” de aquel país enclavado en el mediodía de América del Sur.

En nuestro país hay periodistas o escritores extraordinarios que hoy permanecen en el olvido y que en un momento de la historia nacional simbolizaron el coraje, la inteligencia y el espíritu cívico de la población decente que vivía el drama político de un momento dado. Traigo a la memoria a Julio B. Sosa, notable novelista. En los cursos de literatura de nuestras escuelas seguramente se recuerda su novela Tú sola en mi vida y otras de Sosa, pero nadie se ocupa de las lecciones de moral política que Julio B. vertía en su semanario “Crítica”, que tanto emocionaba a los jóvenes.

Era la época en que ocupaba la Presidencia de la República, Ricardo Adolfo De la Guardia. El gobierno de De la Guardia (1941–1945) no despertaba la simpatía de los demócratas y de los constitucionalistas, porque fue el fruto de un golpe de Estado verificado el 9 de octubre de 1941.

Una vez producido el golpe, el país entró en un período de confusión, de desgano y de apatía política. Pero los acontecimientos mundiales, tan llenos de sufrimientos y de esperanzas, fueron sazonando una nueva conciencia que solo reclamaba una chispa de rebeldía para dar luz y guía a las nuevas generaciones.

A mi juicio la pluma de Julio B. Sosa cumplió ese papel. Sus argumentos contra el régimen sacudieron la inercia colectiva. El semanario “Crítica”, cuya colección conservé durante muchos años, era pan caliente en la Universidad, en los barrios, en cuanto sitio social y político que en aquellos tiempos se encontraba huérfano de estímulos.

Puedo afirmar que el Primer Congreso Nacional de la Juventud, celebrado en diciembre de 1944, estuvo influido cívicamente, en gran medida, por el pensamiento y la acción de Julio B. Sosa.

Los años pasaron y lograda la democracia con la Constituyente de 1945 Sosa, ya enfermo. Tomó su camino para vivir su vida, pero sus compatriotas, unos por desconocimiento y otros por ingratitud, lo tienen en el olvido.

Las páginas de “Crítica” como lecciones democráticas, cívicas y morales de una época, debieran ser recogidas por sus deudos o por alguna entidad que se ocupe de las memorias de los grandes protagonistas de la historia, en un libro que sin duda jugaría el papel de breviario de la conciencia política de una etapa azarosa de nuestra República.

De igual manera se tiene en el olvido la breve, pero fecunda tarea que llevó a cabo el diario El País, fundado y dirigido por Samuel Lewis Arango. Surgió en los años en que José Remón Cantera era el hombre fuerte de Panamá, en aquellos tiempos en que ponía y quitaba presidentes.

En ese diario, a más de las notas editoriales y de su servicio informativo, el poeta Eduardo Ritter Aislán tomó la pluma y con un valor espartano fustigó a la camarilla castrense. Así como posteriormente Guillermo Sánchez Borbón sorprendió a la comunidad desde el diario La Prensa por el corte varonil, democrático y cívico de su pensamiento, de igual manera Ritter Aislán ejerció un magisterio republicano, constitucionalista y antimilitarista. Si se quiere conocer la tragedia que vivió la sociedad panameña de aquellos momentos de imperio cuartelario, la pluma de Ritter Aislán da el mejor testimonio de todo lo ocurrido. Estos periodistas hoy permanecen en el olvido. Los anclo en esa época y exalto su trabajo de amautas de una era. Luego, Ritter como Julio B. Sosa, se consagró a los menesteres íntimos cuya calificación es función de la historia.

Por último, viene a la memoria Manuel Celestino González, veragüense, “hombre de la gleba”, como él se presentaba. No es la expresión de una época, sino la figura estelar que fungía como vocero de los oprimidos. Inspirado en la literatura francesa, su inteligencia vigorosa se cultivó autodidácticamente.

Escribía en el diario La Hora, algunas veces con el seudónimo de Fidedigno Díaz y Caballero. Polemista con finos acentos que revelaban una gran cultura personal.

Sus escritos también deben ser recopilados y junto a los de Julio B. Sosa y Eduardo Ritter Aislán formarían una trilogía valiosa para beneficio de las nuevas generaciones que, tal vez, puedan pensar que en Panamá el periodismo libre carece de raíces ejemplares.

La versión original de este artículo fue publicada el 10 de noviembre de 2007.

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