Los dogmas de fe cívicos

Actualizado
  • 23/11/2019 00:00
Creado
  • 23/11/2019 00:00
Los patriotas panameños de 1821 sabían cuál podría ser su destino si fracasaba la aventura o misión redentora. Desde luego, los próceres de 1903 no estaban distantes de igual destino si la gesta novembrina fracasaba por acuerdos de la diplomacia o por los ajustes de una guerra de reconquista

No fue extraño a las primeras generaciones republicanas el debate sobre cuál fecha era más representativa del patriotismo de los panameños, si el 3 ó el 28 de noviembre. No era un debate inútil, bizantino, porque en el fondo lo que se analizaba era el carácter puro de una voluntad colectiva emancipadora, libre de apoyos interesados que nos convertían en país mediatizado.

Se deslizaban en las tertulias estudiantiles algunas tesis a favor de la independencia de España como la más transparente. La ninguna injerencia de fuerzas extranjeras en el empeño separatista y el reconocimiento que hizo Simón Bolívar de la independencia panameña como fruto del propio esfuerzo, eran puntos de vista de validez insuperables. No se debe ignorar que el levantamiento del general José de Fábrega –injustamente ubicado en el olvido– precedido por el Grito de Los Santos y por otras manifestaciones populares del interior, estuvo alentado, sin duda, por las proezas de los libertadores del sur, pero los impulsos autonómicos estuvieron determinados por los anhelos de los nacionales de tener una patria propia y libre.

La independencia de España tenía igualmente, a su favor, para ponderarla, la bizarría de sus protagonistas. Los riesgos eran incalculables dada la ferocidad de las fuerzas realistas españolas y las consignas mortales de los bandos en pugna. Los patriotas panameños de 1821 sabían cuál podría ser su destino si fracasaba la aventura o misión redentora. Desde luego, los próceres de 1903 no estaban distantes de igual destino si la gesta novembrina fracasaba por acuerdos de la diplomacia o por los ajustes de una guerra de reconquista.

La historia sugiere que la unión voluntaria de 1821 a lo que hoy es Colombia, obedeció al deslumbramiento que producía la personalidad de Bolívar como padre y héroe de las nuevas repúblicas, y también a la esperanza de constituir un Estado Federal. El federalismo fue entonces un objetivo político y una alternativa que rondaba en el ambiente. Sin duda los próceres de 1821, muy conscientes de las limitaciones de la nueva entidad, entendieron que podrían encontrar en Colombia, Venezuela y Ecuador un escudo protector tanto para respaldar la independencia como para garantizar una pretendida autonomía regional. Esta alternativa fue materia de controversia en el Cabildo independentista del 28 de noviembre y se llegó hasta a sugerir, por el jefe de la Iglesia, que Panamá se uniera al Perú.

El federalismo u otras formas de autonomía no estuvieron, por tanto, ausentes de los próceres y como solución muy consecuente con las aspiraciones secesionistas. La inestable o controvertida historia política del siglo XIX así lo confirma. Los brotes separatistas, la primera República de 1840, el Estado Federal, el Convenio de Colón, las reyertas provocadas por un nacionalismo lastimado, las guerras civiles, todo tenía nexos con el ideario emancipador de los próceres de 1821. Asimismo, el panameño de hoy sabe que el siglo XIX consagra la historia de una ilusión –la ilusión de la independencia–- que alternó incesantemente entre la frustración y la traición.

No sé qué carácter darle al tratado Bidlack-Mallarino de 1846, si de frustración o de entrega traidora, pero a partir de esa fecha Panamá quedó atada, sin su consentimiento, a la voluntad política de Estados Unidos. Por ese tratado lo alcanzado en 1821 se desvirtuó, porque Estados Unidos se comprometió a garantizar que Panamá era propiedad de Colombia y a cambio de esa garantía adquiría el poder de intervenir en el Istmo.

De modo que el 3 de noviembre de 1903 Panamá heredó una hijuela gravosa, calcada del espíritu y la letra del Bidlack-Mallarino. Esa hijuela degradante se trasladó al Artículo 136 de la Constitución de 1904 y a varias cláusulas del tratado general de 1903. Siendo así, el 3 de noviembre de 1903 ha servido para diversas interpretaciones, unas rosadas, otras negras y muchas eclécticas, estas últimas destinadas a la búsqueda de toda la verdad sin dejar de ponderar como propio del mejor interés nacional el nacimiento de la nueva República. Los jóvenes de ayer conveníamos en que así como hay herencias de dudosa ortografía, existen otras espirituales, las que llevan implícita la obligación de purificar lo recibido. En ese sentido esa misión purificadora de los panameños responde a una especie de dogma de fe cívico que obliga a creer en la patria, en sus valores y en su destino democrático. Sobre todo si somos conscientes de que desde el 28 de noviembre de 1821 el pueblo panameño ha venido apostando por la libertad, a pesar de las frustraciones y las traiciones históricas.

Los dogmas de fe cívicos

En este 28 de noviembre, los patriotas de Los Santos, los libertadores comandados por José de Fábrega, los próceres independentistas de 1903, los mártires de enero de 1964 y el pueblo panameño de todos los tiempos, deben recibir un homenaje de gratitud por habernos dado patria. Sin duda, el mejor tributo sería redoblar el compromiso nacional de purificar más y más los valores de la nación tan absolutamente identificados con la democracia, con la probidad, con la justicia objetiva –no con la justicia inmoralmente selectiva como la que se dispensa en los días que corren– con el civilismo y, fundamentalmente, con la soberanía nacional.

La versión original de este artículo fue publicada el 27 noviembre de 2004.

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