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- 09/04/2020 00:00
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Lo más seguro es que más de un cineasta ya estará pensando en hacer una película sobre la pesadilla vivida por los pasajeros y tripulantes del crucero MS Zaandam, y, por supuesto, unos de los personajes serán los pilotos panameños que se atrevieron a cruzar por la vía interoceánica, tanto al barco al que le habían prohibido atracar en varios países, así como a su gemelo que vino a auxiliarlo.
El viaje, que comenzó como una maravillosa aventura a bordo del crucero, terminó convertido en un trágico drama para las 1,800 personas, entre pasajeros y tripulantes, que se encontraban en el buque.
Zaandam, propiedad de Holland America Line, zarpó de Buenos Aires el 7 de marzo hacia San Antonio en la costa central de Chile, pero mientras avanzaba en busca de un puerto donde atracar, se encontró con el cierre de fronteras en varios países ante la pandemia del coronavirus.
El crucero no pudo ingresar a ningún puerto y permaneció varado por varios días en aguas panameñas, ante la negativa de las autoridades para permitirle cruzar, tras reportar dos casos de coronavirus y cuatro muertes dentro del barco.
El 22 de marzo se agravó la situación a bordo, pues se informó que 56 pasajeros y 85 tripulantes afirmaban sentirse mal y tener fiebre o tos.
Para auxiliar al Zaandam, Panamá autorizó la llegada del buque Rotterdam, una embarcación que zarpó desde San Diego con personal médico y test de prueba para el coronavirus.
Cerca de 400 personas del Zaandam fueron trasladadas a dicho crucero. El paso de este grupo de personas, sin síntomas de coronavirus, fue un intento por evitar la propagación del virus en todos los pasajeros.
Mientras todo eso sucedía, gente de Panamá y del mundo estaba a la expectativa de lo que sucedería con el Zaandam y su gemelo.
Finalmente, en un acto de ayuda humanitaria, el sábado 28 de marzo, ambas embarcaciones fueron autorizadas para cruzar el Canal de Panamá.
Uno de los pilotos a quien le tocó la riesgosa tarea, fue a Rainiero Salas, a quien no fue fácil convencer para que hablara de su experiencia. Y es que el piloto expresa que no buscaba protagonismo... “tenía un sentimiento de impotencia ajena y lo hice por un acto de humanidad”.
Y lo hizo, pese a que lo ha calificado como el tránsito más riesgoso que ha realizado, pues estuvo en peligro de ser contagiado de una peste que está arrasando con gente en el mundo entero.
El Canal de Panamá es el único lugar donde uno de sus pilotos asume la responsabilidad total de la navegación del barco, durante el tiempo de tránsito, que puede ser de entre 10 y 14 horas.
Le había dado seguimiento a la noticia sobre la llegada de ambos cruceros y sabía que existía la posibilidad de que transitaran por el Canal de Panamá. Era obvio que si les permitían el tránsito sería bajo restricciones muy específicas. Una vez me enteré de que la Autoridad del Canal de Panamá y el Ministerio de Salud dieron el visto bueno para que los cruceros transitaran, me puse en contacto con los capitanes Gabriel Alemán y Álvaro Moreno (secretario general y sub-secretario general de la Unión de Prácticos del Canal de Panamá) y me ofrecí de voluntario para dirigir la misión humanitaria en cualquiera de los buques.
La situación por la que pasaban los pasajeros y tripulantes del Zaandam era realmente inhumana y desesperante. Solo de pensar que se encontraban prácticamente a la deriva, sin puerto que los recibiera, me hacía sentir incómodo y con un sentimiento de impotencia ajena. También estaba seguro de que si nuestras autoridades les permitían cruzar, tomarían las precauciones necesarias para mitigar al máximo las probabilidades de contagio.
El equipo del Minsa y del Senafront nos suministró todo el equipo de bioseguridad necesario para protegernos de un posible contagio. Nos enseñaron la manera correcta de ponernos y quitarnos el equipo. Incluso, nos explicaron el procedimiento de cómo beber agua para reducir las probabilidades de infección. Previeron situaciones que pudieran ocurrir a bordo y nos dieron sus sugerencias de cómo atenderlas. En fin, fueron piezas clave para que el tránsito de ambos buques fuera un éxito. Desde que llegué, me di cuenta de que me había puesto en manos de profesionales cuyo único interés era mi salud y la del resto del país.
Una de las particularidades de este trabajo es que ningún tránsito es igual a otro, inclusive cuando a uno le toca transitar el mismo buque dos veces. Sin embargo, las consideraciones que uno toma al maniobrar buques son prácticamente todas de carácter operacional. En este caso, se le agregaba el ingrediente de una posible infección que ha estado haciendo estragos alrededor del mundo. Solo eso era suficiente para agregarle un nivel de riesgo mayor que cualquiera de mis otros tránsitos por el Canal. Adicionalmente se tomaron decisiones operacionales para evitar exponer a más empleados del Canal a la infección, como, por ejemplo, no utilizar los pasabarcos del Canal y no amarrar los remolcadores, ambos recursos clave para realizar una operación segura y expedita por el Canal de Panamá.
La ACP y el Minsa habían acordado con la tripulación de ambos buques que los prácticos no iban a interactuar con nadie, excepto con el personal estrictamente necesario para la navegación de los buques con la intención de reducir nuestra exposición al virus. El capitán del crucero Rotterdam rápidamente expresó su agradecimiento en nombre de los pasajeros y de toda la tripulación por mi llegada.
El tránsito fue expedito. La ACP se aseguró que tuviéramos las esclusas disponibles y pudimos hacer muy buen tiempo de tránsito. Aún así fue un tránsito agotador física y emocionalmente, debido a las condiciones en las cuales lo ejecutamos.
No puedo negar que tuve algo de preocupación al inicio del tránsito. Creo que eso es normal bajo las circunstancias en las que me encontraba. Sin embargo, una vez que iniciamos el tránsito me pude concentrar principalmente en la maniobra. La experiencia a bordo fue tensa por todo lo que conllevaba. Y al finalizar, solo experimenté satisfacción, no solo desde el punto de vista profesional, sino, principalmente, desde el punto de vista humano. Me siento bien al saber que ayudé a que todas esas personas estuviesen un poco más cerca de sus hogares, junto a sus familias en estos momentos difíciles, así como los que necesitaban atención médica la pudieran recibir lo antes posible.
Estuvieron todos muy preocupados, pero al mismo tiempo conscientes de la situación inhumana que vivían esas personas a bordo de los buques, y me apoyaron en mi decisión.
Me habían advertido desde un inicio que una vez terminara el tránsito, debía permanecer en cuarentena total para asegurarnos de que no hubiese sido contagiado; y eso es lo que ha sucedido desde entonces, estoy en cuarentena. Para esa parte estaba preparado.
Confieso que no estaba preparado para que se revelaran nuestros nombres; eso era lo acordado porque nuestra intención no era ser la noticia. Una vez nuestros rostros salieron en un video, se acabó el anonimato. Durante los siguientes días, mi celular explotó con mensajes de agradecimiento y de buenos deseos de parte de familiares, amigos, conocidos, desconocidos y hasta del extranjero. Reitero mi agradecimiento a todos los que me han escrito y enviado sus mensajes que me han hecho sentir aún más honrado de mi profesión.
Darle la mano al prójimo, siempre es un buen mensaje, pero a los panameños, de eso nos sobra. El panameño es solidario.
Pero el principal mensaje que quisiera dar a la ciudadanía es que estamos en muy buenas manos con nuestras autoridades y profesionales de la Salud. Hagamos caso de las instrucciones y recomendaciones que estas autoridades nos están dando, para que podamos salir de esta crisis lo antes posible y de la manera menos traumática.