El panameño y su vocación de libertad

Actualizado
  • 30/10/2021 00:00
Creado
  • 30/10/2021 00:00
Extracto del discurso pronunciado por el Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia en diciembre de 1965
El 3 de noviembre de 1903, Panamá obtuvo su declaración de independencia. Cada acta es un documento de propósitos.

Publicado originalmente en Cartillas Patrióticas, Panamá, 1975.

A mí lo que me interesa es destacar que si hubo un 3 de noviembre es porque existía aquí una nación, porque había una nacionalidad; porque las repúblicas, ya lo dije, no se crean si no hay en la base de las mismas un pueblo premunido de una conciencia histórica.

El 3 de noviembre lo hemos analizado de tres modos: para criticar la conducta de los próceres, para destacar la penetración imperialista estadounidense o para significar el resultado histórico de una vieja aspiración de libertad. Me interesa en esta ocasión destacar lo que tiene positivo el 3 de noviembre, lo que está más vinculado a la pasión de nuestro pueblo. Destaco su independencia, a pesar de sus imperfecciones, porque constituye la expresión consecuente de nuestras luchas. No ignoro el papel del imperialismo ni el de los próceres, ni la leyenda negra que desconoce nuestro pasado reivindicativo. Debemos rescatar la verdad de nuestras luchas y frente a la leyenda negra, presentamos la verdad de nuestro pueblo.

Repetir la leyenda negra es insistir en el error de colocar sobre el panameño un INRI vergonzante, de considerarnos República no por nuestras luchas históricas, sino exclusivamente por la voluntad estadounidense. Padecimos esa leyenda negra que fue todo un trauma en nuestra psicología y en la apreciación internacional: panameño que salía al exterior, era panameño vilipendiado, era panameño humillado, porque la concepción que se divulgó en el exterior era de que esta nación nació en virtud de Estados Unidos, pero jamás se divulgó lo que había en esta nación de contenido histórico nacional, lo que había en esta nación de contenido histórico patriótico, lo que había aquí de lucha por la soberanía y jamás se ha dicho al mundo y a América, lo que ha habido aquí como tradición de lucha por la independencia; lo que hemos padecido, lo que nos ha humillado el poder y la fuerza extraña, porque cada vez que ha existido aquí una intervención ha dejado su luto y su martirio. Si analizamos las intervenciones del siglo pasado e incluso las de este siglo, vemos que siempre hemos sido nosotros las víctimas y también los que hemos pagado indemnizaciones. Ellos nos matan, nos dejan nuestros muertos y se llevan entonces indemnizaciones. No creo que es el momento para analizar a los próceres, aunque yo sé que históricamente, la conducta de los hombres está sometida al juicio de los hombres y que tal vez pueda cometer un error desde el punto de vista histórico, digamos, de la interpretación de la historia, al decir que no es la oportunidad de entrar a analizar los aspectos negativos, sino buscar la manera de consolidar lo positivo, la nacionalidad; buscar la manera de sacar incluso de los aspectos negativos algo que sea un valor positivo para la nación panameña. En esa trayectoria, ante la leyenda negra consabida, presentamos de modo permanente el alegato histórico de nuestra vocación de libertad.

El 3 de noviembre de 1903, Panamá obtuvo su declaración de independencia. Cada acta es un documento de propósitos, cada manifiesto de independencia es un documento de objetivo; es un documento de fines; nos congregamos, para independizarnos y para luchar por determinados objetivos y los objetivos que se manifiestan en el acta de independencia de 1903 son, exactamente, los mismos que encontramos en el acta de 1821, en el acta de 1830, de 1831, de 1840, en el Estado Federal, en el Convenio de Colón; es decir, encontramos en este documento una vocación de libertad, de dignidad nacional. Esa acta contiene el propósito de entender que la lucha de este país es encontrar la plenitud de su destino, y la plenitud de su destino se logra cuando este país tiene el control, la dirección de su propio ser, de su propia economía, oportunidad no regateada por nadie de dirigir su propia economía, de explotarla al máximo, de que no nos exploten más, de no ser más nación, explotada, dependiente, subdesarrollada, de ser una nación productora, de ser una nación que no tenga la gran tragedia de una economía que no beneficia al pueblo panameño. Debemos luchar porque todo sea nuestro; porque nuestra riqueza sea nuestra. Sea nuestra a la manera como lo planteara Tupac Amaru, aquel gran dirigente indígena precursor de la independencia de América que da como fundamental explicación de su rebelión la gran cuestión económica, la cuestión de la explotación foránea, al decir: “lucho porque no quiero que se roben más las mieles de nuestros panales”. ¡Que no se roben más la riqueza de mi nación! Ese deseo de que las mieles de América no se las roben más, y que sean mieles para el hombre de América; de que la miel que produce el panal panameño la consuma el hombre panameño, y si nuestra miel es el canal, que el canal lo consuma el hombre panameño. ¿Por qué tiene que ser una miel compartida?

¿Acaso que las mieles que producen los otros panales las compartimos nosotros?

Esa respuesta revolucionaria de Tupac Amaru es de una sencillez propia de aquellos que no buscaban frases para explicar su conducta y que dicen su verdad con claridad para que la entiendan los pueblos: “que no se roben las mieles de nuestros panales”.

Al nacer la República, nació igualmente el tratado que todos conocemos. Tratado que todos hemos condenado, Tratado que ha logrado que 62 años de República se hayan consumido en una lucha incesante del hombre panameño. Ese tratado nos ha dividido. Algunos han estado de acuerdo con él en muchas épocas, otros no lo estuvieron, y aún en lo que podíamos decir la etapa de la agonía del tratado, aun sigue siendo causa de división en la familia panameña; sigue siendo causa de división por el control que Estados Unidos tiene sobre sectores económicos poderosos “nacionales” que, sencillamente, entienden que la mejor manera de consolidar sus intereses económicos, es siendo dependientes de Estados Unidos y no dependientes de las aspiraciones dignas y legítimas de la nación panameña. Y este tratado, de 1903, este tratado que se impone al país, que lo negocia un filibustero que ya aquí la Asamblea Nacional lo declaró traidor a la patria en una resolución memorable de hace muchos años, ese tratado de 1903 es la causa del desvelo actual del pueblo panameño. Varias cláusulas han originado grandes desvelos, grandes humillaciones. Cuando aquí se aprueba el tratado, se aprueba con el tratado un artículo humillante para la nacionalidad. Entre otros aspectos, Estados Unidos se compromete a garantizar nuestra independencia, Estados Unidos actuará aquí como si fuera soberano, Estados Unidos podrá intervenir en los problemas internos de la República, Estados Unidos podrá tomar más aguas y tierras de las ya dadas y previstas en el tratado cuando ellos, y según ellos así lo estiman conveniente para la defensa, protección y saneamiento del Canal de Panamá. ¡Cláusulas estas humillantes! Se incorpora el plazo de perpetuidad, y por combatir cada una de estas cláusulas, y por luchar contra ellas, no ha habido ni reposo ni pausa en el pueblo panameño.

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