Antecedentes sociopolíticosdel 11 de octubre de 1968

Actualizado
  • 09/10/2011 02:00
Creado
  • 09/10/2011 02:00
El Partido Revolucionario Democrático conmemora el 11 de octubre la toma del poder por los militares panameños, al mando del mayor Boris...

El Partido Revolucionario Democrático conmemora el 11 de octubre la toma del poder por los militares panameños, al mando del mayor Boris Martínez y del teniente coronel Omar Torrijos Herrera. Cualquiera de las explicaciones dadas ayer y hoy tiene valor relativo, no podría descartarse y debe ponderarse debidamente.

Entre las ‘opiniones’ más comunes se destacan: ansias de poder de un grupo de gorilas; intereses de la casta oligárquica tradicional perdidosa de las elecciones capaz de negociar hasta con el Diablo; terror a las locuras autoritarias en las que pudiera incurrir el Dr. Arnulfo Arias; debilidad de las casi exiguas organizaciones de izquierda; correlación de fuerzas internas y externas; impasse en las negociaciones de los Tratados relativos al Canal; injerencia de la potencia hegemónica en los asuntos internos del país con la excusa de la Guerra Fría, el comunismo internacional y la seguridad del Canal.

Estos y otros factores coadyuvantes tendrían que ser consideráramos por los analistas, pero ninguno por sí solo sería suficiente para explicar y entender las razones del timonazo político de 180 grados del Panamá de 1968.

LAS CONDICIONES DADAS

En los términos de la época se diría que ‘las condiciones objetivas y subjetivas estaban dadas’ para una revuelta. ¿Qué significaba esa expresión? Significaba que los factores indispensables para provocar un cambio de rumbo político, al igual que la conciencia de un sector de la población para llevarlo a cabo, podía concretarse si una vanguardia bien organizada tomaba la iniciativa. Causa, conciencia y protagonistas, al coincidir en la coyuntura, abrieron las puertas al golpe de estado.

Esta argumentación no es disparatada. Lo cierto es que la fruta estaba a punto de caer, pero ninguno de los partidos políticos tradicionales tenía capacidad de sacudir el árbol, tal vez porque todos eran parte de la fruta podrida. En cambio los militares, organizados como soportes del sistema, tenían los instrumentos necesarios para tomar el poder en una inflexión de crisis como la que se dio. No por gusto habían sido entrenados por las fuerzas armadas de Estados Unidos.

UN POCO DE HISTORIA

Los que tienen suficiente edad como para recordar el escenario social que desencadenaron aquellos acontecimientos hace 43 años no tendrían ninguna dificultad en percibir la acelerada descomposición institucional de la república.

Los partidos se habían desideologizado completamente en menos de 50 años de independencia. El Partido Liberal dominante a principios del siglo XX, al separarse Panamá de Colombia, no tardó en fundirse con el Partido Conservador. Tal fusión entre los dos adversarios, otrora irreconciliables, fue una exigencia de Estados Unidos porque su mayor interés era estabilizar el país donde se iba a construir un canal. Tal demanda fue expuesta con claridad en el Tratado de Wisconsin.

A la fusión liberal-conservadora se agregarían otras corrientes, llamadas anexionistas, interesadas en convertir a Panamá en un protectorado, tipo Puerto Rico. Ese potingue contribuyó a desfigurar la identidad de las organizaciones políticas hasta nuestros días. (Ingredientes sin los cuales podría entenderse el desenlace golpista).

LA PREHISTORIA DE LOS PARTIDOS

La ulterior tendencia a la atomización, a dividirse y multiplicarse, a desideologizarse, a inducir cambios de bando como de calzoncillos (por tratarse de organizaciones moralmente complementarias) era inevitable.

El asalto al erario por parte de las cúpulas políticas de todas las tendencias era la norma. Robo de urnas electorales, ‘varillirismo’, chanchullo, compra de votos y conciencias, ‘botellas’ y ‘planillas brujas’, transfuguismo, eran el pan nuestro de cada día.

Los partidos proliferaban como bandas organizadas. En 1964, para una población electoral que apenas llegaba a 432,613, había 19 partidos, debidamente inscritos, todos de origen liberal-conservador. Estas fracciones establecían alianzas con el objeto de participar en los repartos del poder. Esa tendencia llegó a ser tan explícita que unos años antes, en el verano de 1960, un sociólogo norteamericano afirmó en la Universidad de Chile que ‘Panamá era el único país de América Latina que vivía en la prehistoria de los partidos políticos’.

¿CULTURA DE LA CORRUPCIÓN?

Observadores de la época aseguran que la Asamblea Nacional, los órganos de justicia, los organismos de seguridad, el Tribunal Electoral, la Corte Suprema de Justicia, se involucraban en actos de corrupción y componendas. Mientras que la población, perdía la fe en el sistema democrático y, por inducción, también se corrompía.

¿Se podría hablar de cultura de la corrupción? La cultura de la corrupción podría definirse como aquella en la cual se involucran gobernantes y amplios sectores de la población en simbiosis oportunista, por vía de las trasgresiones legales y morales. En 1968 la corrupción en la que participaban candidatos y electores seguía sentando precedentes. Incluso los militares participaban en la rebatiña. Su papel era reprimir las disidencias. Perseguían, encarcelaban, torturaban y mataban a los grupos reclamantes.

Demás está decir que este decorado sociopolítico promovía no sólo las de cuello y corbata sino la delincuencia común. Los grupos marginales empezaron a levantar sus cuarteles operativos en los cinturones de miseria, ahora llamados ghettos, pero aún sin armas y financiamiento de las mafias narcotraficantes.

EL DETONANTE

Aun así, a pesar de estas posibles justificaciones estructurales, los golpistas no tenían, en 1968, ningún afán revolucionario. Su intención no era cambiar el orden constituido. El paso dado fue de carácter puramente defensivo. El gobierno que asumía el poder, bajo el liderazgo del Dr. Arnulfo Arias, simplemente ponía en peligro los privilegios castrenses y la estabilidad laboral de los militares. Para los ‘entorchados’ el respeto al escalafón era sagrado, no negociable, sin importar quién gobernara el país.

El presidente entrante, con todas sus razones y con el ánimo de ejercer el poder realmente, negado a convertirse en títere y víctima de las conspiraciones de sus adversarios históricos, tuvo la intención de cambiar de raíz las líneas de sucesión de la Guardia Nacional. No tomó ninguna precaución para dar semejante paso. Jubiló, separó de sus cargos, nombró agregados militares en las embajadas y, para remachar, nombró al Teniente Coronel (RE) Luis Carlos Díaz Duque, jefe de la Guardia Presidencial. El temor de los militares panameños, al parecer fundado, era que este militar, graduado de carabinero en Chile, amigo íntimo de Arias, se convirtiera en comandante en jefe de la Guardia Nacional. Ese fue, sin duda, el detonante.

LA HISTORIA CONOCIDA

Lo que sigue es historia conocida. Las distintas corrientes tanto personales como ideológicas de los golpistas desembocaron en pugnas y purgas internas. Torrijos consolidó el poder y negoció espacios con distintas fuerzas políticas, empresariales-urbanas, campesinas, marginales y asesorado por personalidades de distinta procedencia, de las derechas y las izquierdas, con prescindencia de los partidos existentes.

Articuló un modelo consensuado de gobierno que le permitiría consolidar la lucha por la recuperación del Canal de Panamá y sus áreas adyacentes, así como la estructuración de una estrategia de desarrollo económico participativo e incluyente.

El desmantelamiento de este proyecto empezó un día después de la muerte de Torrijos. Pero esa es otra historia.

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